JEAN OUSSET Y EL APOSTOLADO SIN MANDATO DEL CLERO

Qué hacer para que Cristo reine

Por obvio, no debe dejar de recordarse y de afirmarse la centralidad del Misterio de Cristo en el catolicismo. Basta repasar atentamente los Evangelios para advertirlo. Y leer las Cartas del Apóstol San Pablo para confirmarlo. Él es quien enseña una verdad revelada que, por diversos motivos, resulta silenciada en la actualidad: recapitulare omnia in Christo (Ef 1, 10), o si se prefiere, instaurare. Ya se trate de recapitular o de restaurar, lo cierto es que en uno y otro caso se trata de hacerlo en Cristo, por lo que no vale, aquí, el “pluralismo” a la hora de edificar la vida del hombre en sentido individual y social. Si se trata de gozar de paz, anhelo tan legítimo, esa paz debe tener como pilar el Reino de Cristo –pax Christi in Regno Christi–. Fuera de Cristo no hay paz ni justicia, si tenemos en cuenta, a su vez, que la paz es la obra de la justicia –pax opus iustitiae–.

Lo dicho hasta ahora se conecta con un interrogante que surge ante el diagnóstico de la situación actual en la cual, todavía más que hace cien años, cuando Pío XI publicó su encíclica Quas primas (11 de diciembre de 1925), se impone el laicismo como nota predominante: ¿qué hacer, entonces, para que Cristo reine efectivamente en nuestra sociedad? Podría avanzarse algo más y plantear una pregunta consiguiente: ¿qué modalidad debe revestir nuestra acción?

Quien puede ayudar a responder lo planteado es Jean Ousset, autor de Para que Él reine. Se trata de un texto de obligada lectura para introducirse en la comprensión de la Realeza de Cristo y para articular la acción con vistas, en la medida de lo posible, a lograr la vigencia de la Civilización Cristiana. Ousset, a su vez, es autor de otro libro titulado La acción.

En el contexto del capítulo “Los dos poderes”, es decir, el eclesiástico y el político, Ousset apunta que, en la actualidad, solamente subsiste el primero pero que no sucede lo mismo respecto del poder temporal del laicado cristiano. Así es cómo se reduce la acción apostólica laical a la necesidad de un “mandato” proveniente del clero. Luego de la Revolución, entonces, hay, por una parte, “el poder clerical”, sin el contrapeso del poder temporal cristiano como distinto y complementario y, por otra, “el totalitarismo de los poderes no cristianos, incluso anticristianos, que no solamente son temporales sino espirituales”.

Nada más alejado de la auténtica doctrina católica que enseña, en palabras de Ousset, la existencia de “un todo no totalitario”, es decir, solamente “una justa distinción de los dos dominios: espiritual y temporal, puede ofrecer a los clérigos y a los seglares el terreno adecuado para su más segura eficiencia y para su armoniosa complementariedad”.

Como también observa Ousset: “…las mejores vecindades son aquellas donde el respeto de los límites es más delicadamente observado mientras que surge rápidamente la enemistad hacia el amigo que salta las lindes e invade el terreno ajeno…”.

Por este motivo, es necesario “devolver al laicado cristiano (en cuanto tal) la clara conciencia y el justo ejercicio del poder temporal cristiano”.

“Es éste –concluye Ousset– el sentido de la verdadera y la justa promoción del laicado cristiano. Este necesariamente requiere, ante todo, un laicado en su sitio y dueño de su poder temporal cristiano”. Lo más sano, entonces, es practicar un apostolado sin mandato.

Una intensa

vida interior

es la fuente

o el alma

de todo

apostolado.

CLERICALISMO

Esta exposición que propone el autor sobre el apostolado sin mandato se ubica, evidentemente, lo más lejos posible de esa enfermedad teórico-práctica que es el clericalismo. Es decir, la misma condición bautismal o cristiana –el bautismo nos hace cristianos– nos obliga a evangelizar o cristianizar el mundo.

No hace falta ningún mandato expreso por parte de la jerarquía eclesiástica. Lo que no quita recordar, como corresponde, que la Iglesia tiene, por disposición divina, una estructura jerárquico-sacramental. El sí al apostolado sin mandato y el no al clericalismo no implica desconocer el Orden Sagrado en la vida de la Iglesia. Antes bien, por el contrario, pide sostener una adecuada concepción del mismo. A tal punto es necesario el Orden Sagrado que sus miembros deben asegurar a los laicos la sana doctrina y los medios de santificación para cumplir con su deber apostólico.

Por último, cabe insistir en que el laicado es y debe ser el principal protagonista de la recapitulación o de la restauración de la vida social, incluida la política, en Cristo. Esta genuina empresa apostólica exige, sobre todo en los tiempos que corren, una mayor identificación de los laicos con Cristo. Y esto no puede suceder si no es con una intensa vida interior que es la fuente o el alma (dom Chautard) de todo apostolado. No sea que vivemos exteriormente a Cristo Rey pero que no pase de ahí por llevar una mediocre vida cristiana. Que la boca hable de la abundancia de nuestro corazón (cf. Mt 12, 34).