Que el presente no aplaste el futuro

El presidente Alberto Fernández anunció la suspensión de las clases presenciales en todos los niveles educativos en el área metropolitana de Buenos Aires, por dos semanas, contradiciendo las cifras oficiales que muestran baja incidencia de contagios entre alumnos y docentes, y al ministro de Educación, Nicolás Trotta, quien declaró que las restricciones no debían comenzar por el cierre de las escuelas. Ello permite pensar que el motivo real de la decisión estricta del presidente tiene un fuerte tinte político: en cuanto Horacio Rodríguez Larreta comenzó a medir como candidato a la presidencia se lo empezó a cascotear sin pausa.

El ministro de salud de la Nación, Ginés González García, debió renunciar por problemas reñidos con la ética, mientras que Fernán Quirós responsable de la salud en la Ciudad sube puntos ante la mirada social día a día. Se gobierna con mucha menos contradicciones y tratando de mantener el diálogo con el gobierno nacional para no quedar sin las vacunas, prioridad para mantener sana a la población.

Hay transparencia en los datos, corrección de errores y manejo de la grave situación sin exaltaciones en el comportamiento y en el lenguaje. Mientras, del lado del Gobierno de Alberto Fernández, falta un comando unificado, hay poca transparencia y existe alguien manejando los hilos desde las sombras. La política económica se está volviendo inmanejable y se continúa, tercamente, en seguir un rumbo que ha demostrado ser equivocado.

El jefe de la Ciudad mostró en estos días la tensión que lleva consigo la toma de decisiones en momentos cruciales. Buena parte de la sociedad lo acompañó, harta del encierro al que la sometió el Gobierno el año pasado. Se vio venir, otra vez, repetidos quince días de restricciones a las clases presenciales, la segunda ola ameritaba pensarlo. Es probable que el presidente se halle preso de sus consejeros, hasta que la crisis le demuestre la invalidez optativa del procedimiento standard que aceptó.

Lo que pueda ser importante para la política no sólo depende de la verdad académica sino también de lo que puede imponerse bajo tensión. No se solucionan los problemas sólo porque se los enfoca con suficiente energía, cerrando las actividades comerciales y las escuelas. La autoconfianza, sin ninguna relación con datos reales, con énfasis excesivo, hace que no prevalezcan las políticas de largo alcance ni la generosidad de subordinar la personalidad a objetivos que van más allá del liderazgo.

Por lo que se supo sobre las conversaciones entre el primer mandatario y el jefe de la Ciudad, el presidente, por voluntad propia o presión de sus mentores, equipara las negociaciones a una rendición. Si se aviene a discutir a fondo las medidas o políticas siempre es con el fin de establecer las condiciones de capitulación del opositor.

Larreta coopera, a pesar de ello, para poner término a disputas que no llevan implícitas consecuencias prácticas inmediatas soslayando esa actitud. Lo demuestra no haber respondido a las chicanas del presidente ni a las del Gobernador de la provincia de Buenos Aires.

Se nota la incompatibilidad de los estilos diplomáticos del kirchnerismo y del Gobierno de la Ciudad, por eso mismo queda latente la ruptura de las comunicaciones entre ambos, o al menos una relación menos cercana. Larreta, siempre, deberá esperar un ardid como el que usaron para menguar su capacidad económica. No hay seguridad de cómo garantizar conversaciones útiles y productivas que no queden en punto muerto.

LARGO PLAZO
 

Se desdeñan asuntos que requieren el largo plazo por presiones contrarias dentro del gobierno en las cuales las incidencias de personalidad o capacidad de persuasión desempeñan un papel preponderante, predominando sobre lo realmente importante, problemas que si bien todavía no han asumido las proporciones de una crisis van camino a ello.

Se encuentran recién ante un problema cuando este se les presenta dentro de su área de responsabilidad, no entienden que con propuestas razonables se previenen los conflictos y se alienta el diálogo.

En un ambiente de gran indignación pública, resultará mucho más difícil restringir la circulación. La autonomía de la Capital -tiene el status de cualquier provincia- implica la posibilidad y el derecho de dar un nuevo enfoque unilateral a las nuevas situaciones que puedan presentarse.

La Constitución está del lado de la Ciudad y de las provincias, el presidente no puede inmiscuirse con las disposiciones que tomen. El callejón hasta ahora sin salida demuestra que resulta demasiado peligroso tratar los problemas sobre una base ad hoc. Deberían ponerse de acuerdo sobre los objetivos últimos y sobre cómo lograrlos y marchar juntos hacia la solución. Con el kirchnerismo en el poder es mucho pedir pero hay que intentarlo. El acuerdo vendrá cuando surja la crisis que pondrá fin a las no convincentes discusiones previas, acerca de las prioridades.

Los problemas se agravan por la errática conducción de la política internacional. La diplomacia ha perdido flexibilidad velada por los asuntos internos. El Gobierno pretende ser tan fuerte como para tener independencia de las decisiones de los demás países. Parece olvidarse que en nuestro siglo la política es mundial.

Todo Estado importante puede generar consecuencias en cualquier parte del mundo por medio de una aplicación directa de su poderío. Alberto Fernández desdeñó la aproximación a países democráticos y desarrollados, más confiables, acercándose con declaraciones y hechos a Bolivia, Venezuela, Rusia y China. Le falló la diplomacia, hoy no es mirado con buenos ojos por los países que podrían haber acelerado la posibilidad de tener más vacunas, además de ayudar a una mejor salida económica.

Lo que queda claro es que un segundo confinamiento no va a ser acatado, no lo permiten la economía ni el mercado de trabajo, ni la capacidad psicológica de la gente. Resta apelar a la responsabilidad y solidaridad, actuando sobre quienes realmente estén causando un peligro social, como manifestaciones que no responden a un efectivo cumplimiento de los protocolos.

RESPUESTAS

Por otro lado el Gobierno Nacional da poco énfasis a la interrelación de los problemas que enfrentamos. Es muy tibia la respuesta a los reclamos desesperados de la gente de trabajo, de los dueños de restaurantes y otros rubros castigados inútilmente por el cierre obligatorio. Los problemas sólo se tratan cuando la presión de los acontecimientos impone la necesidad de resolverlos, es así como cada una de las facciones golpea directamente al poder, presentando su problema como el más urgente, creando situaciones que lastiman la estabilidad política.

La vicepresidente y su séquito buscan frustrar una posición negociadora con el objeto de definir el terreno desde el punto de vista del gobierno, se tiende a producir un daño moral que muchas veces asume la forma de animosidad personal. La cooperación con el Jefe de Gobierno, por ejemplo, se vio afectada por la tentación autoritaria de controlarlo. Pretenden mantenerse en el poder debilitando a los posibles oponentes. Es una tendencia temeraria que pretende un sistema de gobierno que no los haga prescindibles.

La supervivencia es lo que parece plantearse en cualquier discusión, lo que ensombrece el componente básico: el conjunto de valores tal y como están expresados en la Constitución. Es así como la sociedad se encuentra inmersa en un ambiente que no es de su hechura, y las líneas de la política se encuentran impuestas por la fuerza de decretos, o DNU, inconstitucionales.

Servir a la vicepresidente se ha convertido en la ocupación mas absorbente del presidente, más que definir una política adecuada en el tema salud, también en el económico y de respeto a las instituciones. Su nacionalismo conduce a más audaces afirmaciones de terquedad. Temen que se vean amenazados sus intereses vitales, por eso aparecen Máximo Kirchner, Axel Kicillof y otros funcionarios atacando a Horacio Larreta, quien procura un planteo claro ante la opinión pública, que sirva para canalizar el gran esfuerzo nacional creyendo que puede promover las medidas y cambios necesarios, con consenso.

No se espera de los políticos la unanimidad de opinión, pero sí el debate en un plano de altura de ideas, de soluciones, y de inquietudes constructivas. Pero no atrae a quienes se manejan en el terreno de candidaturas, trenzas, proselitismo, evocación política del pasado, sin soluciones para el futuro o a quienes, salvo la descalificación del otro, nada tienen que decir o proponer.

El miedo nunca es la solución, sí el cuidado y la responsabilidad individual en vez de agotar la economía y cerrar las aulas y comercios. Necesitamos con urgencia un plan integral para crear las condiciones, si no de progreso económico, al menos de rehabilitación, lo cual sería un comienzo de superación.

* Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia. Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio a la Libertad 2013 (Fundación Atlas). Autora de El Crepúsculo Argentino (Ed. Lumiere, 2006).