No resulta fácil rastrear en bibliotecas públicas y repositorios los trabajos de este estudioso cultor de la genealogía, la historia constitucional argentina, la de las ciencias del hombre y la medicina, la eclesiástica así como la de los barrios porteños. Ello se debe a que con el paso de las décadas fue modificando los nombres y apellidos con que los firmaba. Así empezó rubricándolos, y eso ya en la niñez, como Carlos Tomás de Pereira Rego y Lahitte. Después Carlos T. de Pereira Rego y Lahitte y finalmente Carlos T. de Pereira Lahitte o Carlos Tomás de Pereira Lahitte.
Sin petulancia pero sin disimular un legítimo orgullo, reverenciaba a sus antepasados y una forma de homenajear a los abuelos era incorporar sus apellidos completos al suyo. Tanto el del abuelo paterno: José de Pereira Rego, un destacado médico brasileño vinculado con la nobleza del vecino Imperio de los Braganza, de gran actuación en este país y miembro del Círculo Médico Argentino y del Instituto Geográfico Argentino, fallecido en Río de Janeiro en 1929. Y el del materno: Vizconde Carlos de Lahitte, un jurisconsulto y hombre de ciencia, antropólogo, lingüista y naturalista originario de Francia. El doctor Lahitte dirigió la biblioteca de La Prensa y fue colaborador del diario fundado por José C. Paz. Por Ordenanza Municipal Nro. 37.764 de 1982, una calle de la ciudad de Buenos Aires, emplazada en el Parque Centenario, lo recuerda.
Al primero de ambos antecesores le dedicó su ensayo histórico: “El doctor José de Pereira Rego (1845-1929). Ilustre médico brasileño con actuación en la Argentina”, trabajo publicado en el número 5 de Archivos de Historia de la Medicina Argentina, en 1972. En tanto que sobre Lahitte escribió: “Los ascendientes del doctor Carlos de Lahitte”, una reconstrucción genealógica publicada en 1957, en el número 12 del Boletín del Instituto Argentino de Ciencias Genealógica -institución que posteriormente él presidiera- y más tarde: “Notas sobre la correspondencia de un pionero Contribución a la historia del aporte francés a la República Argentina”, trabajo aparecido en el Boletín del Instituto de Historia Argentina “Emilio Ravignani” (Tomo IV, Buenos Aires, 1961).
Aunque en estos tiempos líquidos aumenta el nivel del olvido sobre importantes figuras de la cultura nacional, es de esperar que no le falte un lector inquieto y atento. Entonces sí que Pereira Lahitte, nacido porteño el 18 de mayo de 1932 y fallecido el 6 de agosto de 1990 mientras ocupaba, con el rango diplomático de Consejero de Embajada, el cargo de Director de la Biblioteca del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, bien podrá desde la eternidad hacer suya la auto profecía del Conde Alfredo de Vigny presente en su poema “El espíritu puro” que magistralmente tradujo al castellano Carlos Obligado: “Conté yo mis abuelos y recorrí sus urnas/ Selladas en los flancos por las armas del Rey (…) Mas vi una chispa alzarse de su ceniza, apenas./ En vano de su estirpe longeva descendí./ En vano es sangre suya la sangre de mis venas,/ Si escribo yo su historia, descenderán de mí.”
BIOGRAFO DE SAN MARTÍN
Precedentemente hicimos referencia a cómo firmó en la niñez y denominarlo publicista en esa etapa de su vida, no es ninguna exageración. En 1943, cuando contaba con once años de edad, dio a conocer un libro de 38 capítulos en más de 160 páginas, seguidas de varios anexos documentales: Vida y obra del General San Martín. Lo dedicó a la memoria de su padre, Carlos de Lahitte Rave Ocantos. El colofón de la obra de Editorial Olivé, da cuenta que se terminó de imprimir el 22 de octubre de aquel año en los talleres gráficos de Macagno Landa, Aráoz 162, Buenos Aires.
El autor del extenso y auspicioso prólogo, nada menos que Enrique de Gandía, consideró allí que “Carlos T. de Pereira Rego y Lahitte no es un niño prodigio; es un niño estudioso, normal, sano y constante, que siente por la historia una fuerte vocación. Una propaganda periodística y radial lo ha hecho a aparecer como un niño extraordinario. Ha sido, tal vez, un error que, con el tiempo, el niño hecho hombre recordará con una sonrisa. Su mejor elogio es decir que su libro puede, muy bien, firmarlo cualquier escritor mayor de edad.” Y continuó el historiador y académico, de Gandía, precoz él mismo en sus iniciales libros que a lo largo de una extensa vida fueron surgiendo de su pluma por decenas: “Su vida de San Martín nació de su patriotismo y de sus lecturas. En ella no hay descubrimientos; pero en cambio hay un afán que los otros niños de nuestra Patria deben compartir. Este niño enseña a leer y a aprender a los otros niños de América. No tiene grandes facultades literarias, que permitan compararlo a un nuevo Osián, ni es un memorista que recuerda a Inaudi. Ha leído las principales historias de San Martín y ha extraído de ellas, con orden y método, todo cuanto debe saber, sobre el Padre de la Patria, un niño argentino.”
CRITICO DE ALVEAR
Para los programas y textos de enseñanza de las escuelas primarias en que abrevó la generación de Pereira Lahitte y también algunas siguientes, nuestros próceres no se discutían y eran unánimemente tenidos por patriotas, virtuosos y sin mácula en lo público y privado. Sin embargo en su libro hay algún signo de desandar ese rígido esquema y, aunque con timidez, criticó por ejemplo a Carlos María de Alvear; aunque contraponiendo solo aspectos de su carácter con el del biografiado: “Carlos María, había nacido como él, en 1778 según la fecha más aceptada en las Misiones Orientales, hoy Corrientes, y también se había educado en España y tomado parte en los combates contra Napoleón. Más tarde las pasiones lo separaron de San Martín; éste permaneció siempre fiel a su norma de modestia y sobriedad, desechando laureles y glorias rumbosas. Alvear, en cambio, más amigo del fausto, era por su mismo temperamento, ambicioso, y esto le llevó a olvidar aquella sincera y fuerte amistad.”
No fue más allá en la crítica ni sumó juicio negativo alguno, por ejemplo, sobre el probritanismo del personaje. Pero eso en 1943 era imposible teniendo los estudiantes por libro de cabecera las Lecciones de historia argentina de don Alfredo B. Grosso, un maestro de indudables conocimientos y buena fe que rescataba el pasado algo ingenuamente con la complacencia de investigadores académicos sin duda menos sinceros y con más intereses y ubicaciones privilegiadas que defender.
Sobre las entrevistas de Guayaquil, Pereira Lahitte mantuvo la tesis de la época, es decir exaltó la modestia sanmartiniana y la opuso a las exigencias vanidosas del Libertador venezolano, sin abundar en la actitud hostil hacia el Padre de la Patria de Bernardino Rivadavia, otro intocable de entonces. Así al Rivadavia a un mismo tiempo progresista y reaccionario apenas lo nombró una vez en todo su texto y para referirse a la misión que cumplió en 1814 ante las cortes europeas junto a Manuel Belgrano, a fin de obtener el reconocimiento de la independencia todavía no declarada formalmente y conseguir en forma infructuosa algún interesado en ser monarca de estas tierras.
Sin duda la influencia familiar francesa debe haber sido determinante en su formación. De allí que no se advierta la adscripción plena al hispanismo recalcitrante de ciertas derechas nacionalistas a lo Juan Carlos Goyeneche y hasta cometió el error de hablar de colonias españolas en Sudamérica, cuando en rigor de verdad no eran tales sino reinos allende la mar. Al referirse a las primeras etapas sanmartinianas omitió la discusión sobre si la Logia Lautaro y antes la de los Caballeros Racionales fueron o no masónicas. Una polémica muy común cuando tironeaban de San Martín historiadores católicos y liberales, entre los primeros y con más fundamentos el padre Guillermo Furlong, José Pacífico Otero, Armando Tonelli o Cayetano Bruno y entre los segundos Emilio Corbiére, Alcibíades Lappas y sobre todo Juan Canter en Las sociedades políticas y literarias y más todavía el político español exiliado en la Argentina Augusto Barcia Trelles.
LOS INDIGENAS
En otro orden son de valorar, aproximando su posición más a la corriente promovida por Ricardo Rojas y el arquitecto Ángel Guido al acuñar el término Eurindia en 1930 el creador el Monumento a la Bandera en el libro: Eurindia en la arquitectura americana y destacar la fusión de lo hispano con el indigenismo, los elogios del novel historiógrafo a la figura del rebelde cacique araucano Lautaro: “asaeteado por sus enemigos, pero vencedor sin embargo (…) Esta figura gloriosa al par que humilde y sacrificada, cantada por Ercilla en su famoso poema ‘La Araucana’, era el ideal que encarnaba la emancipación americana.” No obstante en cuanto a la relación del Libertador con los caciques araucanos en su famosa reunión en el fortín de San Carlos, no se apartó del despectivo relato oficial mitrista hacia los pueblos originarios: “conocía a los indios y los sabía incapaces de guardar un secreto”.
Al final de la obra, Pereira Lahitte trascribió en extenso el testamento sanmartiniano sin comentar aunque sin omitir el legado del sable corvo a Juan Manuel de Rosas.
A más de ochenta años de su edición, se puede suscribir lo anotado en el prólogo por Enrique de Gandía en tanto que bien podría haber firmado un grande este libro surgido de la inquietud investigativa de un niño.
Debe haber sido algo corta la tirada que se hizo de Vida y obra del General San Martín. Hemos hallado un ejemplar bastante deteriorado en la Biblioteca Nacional. Algún otro se ofrece por Internet a través de Mercado Libre y tuvimos acceso al que atesora el doctor Roberto Antonio Fusero en su biblioteca particular de la bonaerense localidad de Chivilcoy de su residencia y ejercicio profesional como odontólogo. Quede el testimonio de gratitud por la gentileza de ponerlo en nuestras manos para confeccionar el presente trabajo.
Pereira Lahitte continuó estudiando la figura del Libertador. En la década del sesenta del pasado siglo participó del programa televisivo “Odol Pregunta” por un Millón de Pesos. Respondió sin titubear sobre el tema y resultó ganador de 500.000 pesos del momento retirándose con esa suma del concurso. Su jurado en la ocasión fue el arquitecto Carlos A. Courtaux Pellegrini, autor que nutrió la bibliografía sanmartiniana con trabajos en los que no eludió la polémica, así el titulado: Cómo se difama en Chile al General José de San Martín. Publicaciones de dudosa finalidad, del año 1947.
Empero Pereira Lahitte no era un especialista encasillado en un único aspecto de nuestro pasado. Enriqueció la bibliografía en materia de Historia de la Medicina con ponencias firmadas para congresos de la materia, a veces en colaboración con su madre: la escritora y reconocida proteccionista de especies en extinción, María Josefa Rufina de Lahitte Rave.
Cuando en su juventud, Carlos Tomás fue funcionario de la Administración Nacional de Parques Nacionales, dio a conocer el opúsculo El descubrimiento de las Cataratas del Iguazú (1954) en edición oficial de ese organismo. Escribió la historia del Club Francés en su centenario y en el antes citado Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Doctor Emilio Ravignani” aparece también en el mismo volumen IV de 1961: “Dos resoluciones correntinas ante la Revolución de Mayo”. Prolífico publicista, en la revista Todo es Historia, en su número 140 de enero de 1979, puso su firma en el artículo “Borges, antepasados” y para entonces dictó varias conferencias sobre el Brigadier Cornelio Saavedra e integró como miembro numerario su Comisión de Homenaje desde 1959.
CRÓNICAS DE BALVANERA
Vecino del barrio de Balvanera y católico practicante, era habitual verlo ayudar durante la misa en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de Balvanera que oficiaba su amigo, Monseñor Osvaldo Musto. Una de sus devociones religiosas era su parienta por rama paterna, la Madre Camila Rolón (1842-1913), fundadora de las Hermanas Pobres Bonaerenses de San José. De esta Sierva de Dios, en dato aportado por el Padre Contardo Miglioranza en su libro Santos Argentinos, San Juan Pablo II, el 2 de abril de 1993, proclamó la heroicidad de sus virtudes.
Su condición de habitante de Balvanera, lo debe haber instado a dirigir también sus inquietudes históricas sobre esa barriada dando a conocer artículos como: “Balvanera, 125 años de la erección canónica” (1958), “La vivienda en el barrio de Balvanera de acuerdo con el censo municipal de 1887” (1965) y sin descuidar el pasado de los límites sureños de su distrito: “El perito Moreno y el barrio”, un trabajo publicado por el Ateneo de Estudios Históricos “Parque de los Patricios” en 1972.
Sin duda alguna los desvelos del investigador dado a fatigar archivos y bibliotecas, coincidían con sus afectos y viceversa. Así, de sus entronques familiares con la provincia de Corrientes, da cuenta la mirada a la vez erudita y admirativa verificada en ensayos como el dedicado a exaltar la memoria del ex gobernador y hombre público de aquella provincia Juan Vicente Pampín, a cuya trayectoria dedicó en 1976 un opúsculo.
UN CONSERVADOR
En el plano político Carlos Tomás era un conservador que en especial valoraba la trayectoria y la honestidad del doctor Emilio J. Hardoy. Amable y cortés hombre de diálogo me solía reconvenir paternal: “Déjate de nacionalismo de izquierda y peronismo”. No buscó jamás cargos políticos sino que ocupó funciones técnicas afines con sus muchos conocimientos. No disimuló sus simpatías por las Fuerzas Armadas sanmartinianas –no las procesistas, nos lo manifestó en voz baja en esos tiempos oscuros- y en especial por la Marina de nuestros gloriosos próceres del mar. Escribió para el boletín de la Academia Nacional de la Historia en 1973: “Felipe Rodríguez. El apresamiento de naves corsarias en 1814 y su reclamación en 1818” y debido a sus méritos indiscutidos desempeñó la presidencia del Instituto “Bouchard” de Estudios Históricos Navales.
Ejerció con verdadera vocación de maestro desde su época de aventajado estudiante de abogacía, la docencia en la asignatura Historia de las Instituciones Políticas en la Escuela Argentina de Periodismo, creada en 1953 a iniciativa del Sindicato Argentino de Prensa y con sede en los años cincuenta y sesenta en Avenida Rivadavia 2434, a pasos del viejo teatro Marconi y en la cuadra anterior al departamento que ocupó con su madre hasta el final de los días de ésta en febrero de 1990, en Rivadavia 1530.
La porteña Escuela Argentina de Periodismo fue uno de los primeros establecimientos en el país dirigido a formar profesionales de la actividad. La antecedieron el Instituto Grafotécnico y la Escuela de Periodismo de La Plata fundada por don Manuel Eliçabe. Pereira Lahitte trabó amistad con varios de sus colegas profesores allí, entre ellos con el filósofo Tomás de Lara, diferencias ideológicas aparte con Juan José Hernández Arregui, con el General de División Oscar A. Uriondo o con Néstor Carlos Nogués, titular de Ética Profesional. El profesor de Historia Universal Carlos Gregorio Romero Sosa, algo más de tres lustros mayor en edad que él, fue quien lo presentó en el verano de 1961 al rector de la Escuela, el periodista, escritor, etnógrafo y hombre público santiagueño Carlos Abregú Virreira.
Más tarde, al crear el iusfilósofo y magistrado salteño, doctor Miguel Herrera Figueroa, la Universidad Argentina John F. Kennedy, se incorporó al cuerpo docente de la casa dictando allí Historia Argentina y reencontrándose en los claustros con su siempre frecuentado y antiguo prologuista, el doctor Enrique de Gandía.
Numerosos avisos fúnebres de familiares e instituciones culturales aparecidos el 7 de agosto de 1990 en La Nación y un obituario en La Prensa, éste del Consejo Directivo de la Asociación de Caballeros Argentinos de la Soberana Orden Militar de Malta, invitaron a acompañar sus restos al Cementerio de la Chacarita esa tarde, cuando entre otros oradores fue despedido por el embajador Jorge Gastón Blanco Villalta en representación de la Academia Nacional de Ceremonial y por el doctor Norberto Padilla por el Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas.
Sin duda que Pereira Lahitte, condecorado oficial de la Orden Nacional de las Palmas Académicas de Francia mereció esos y otros homenajes póstumos y “last but not least”, las oraciones que sus amigos le seguimos ofreciendo a la fecha.