A SESENTA AÑOS DE LA PUBLICACION DE ‘¿ARDE PARIS?’

Periodismo, historia y literatura

El libro de los periodistas Dominique Lapierre y Larry Collins sobre la liberación de la capital francesa en 1944 marcó a su época y consagró un atrapante estilo de narración. Investigaciones posteriores han corregido varias de sus premisas.

El cruce entre periodismo, historia y literatura ha inspirado libros notables, fomentó carreras prodigiosas y abrió categorías nuevas y lucrativas en el mercado editorial. La mezcla, potenciada en la segunda mitad del siglo XX, reconoce varios hitos identificables en títulos y autores que orientaron rumbos y estilos.

Uno de esos mojones fue colocado sesenta años atrás con la publicación de ¿Arde París?, la obra ya clásica de los periodistas Dominique Lapierre y Larry Collins.

El libro consiguió casi de inmediato el doble logro de conquistar el favor de los lectores y de fijar en la imaginación pública, partiendo desde el título mismo, la versión establecida del hecho histórico que narraba (aunque investigaciones posteriores, más profundas, habrían de rectificar y hasta refutar esa versión).

Su tema era la liberación de París, en agosto de 1944, cuando el avance de las fuerzas aliadas desembarcadas en Normandía, con apoyo de la acción más o menos directa de la “Resistencia” francesa (otro punto discutido), forzó la retirada alemana de la “Ciudad Luz” y la rendición del comandante de las tropas de ocupación nazis.

Lapierre y Collins, que entonces eran redactores de las revistas Paris-Match y Newsweek, escribieron la obra con los recursos típicos del periodismo. Al margen de la bibliografía publicada, la documentación de archivo y la información de prensa, su materia prima por excelencia fueron los cientos de entrevistas que efectuaron (ellos o su considerable equipo de colaboradores) a testigos directos de los sucesos en cuestión.

Soldados alemanes y aliados; jefes militares de ambos bandos, incluyendo al comandante germano, Dietrich Von Choltitz, que desempeña un papel clave en el relato; miembros de la “Resistencia” en sus distintas corrientes; civiles parisinos; familiares y esposas de combatientes nazis; periodistas; escritores y artistas. Los recuerdos de ese elenco vasto y colorido son los pilares del libro, la savia que lo nutre a cada página.

ENTREVISTADOS

En total los entrevistados fueron 750. Para llegar a esa cifra Lapierre (francés) y Collins (estadounidense) se valieron de la ayuda de la burocracia estatal de sus respectivos países. Con ese apoyo pudieron rastrear a veteranos de la 2 División Blindada francesa y de la 4 División de Infantería estadounidense, que fueron las dos primeras que ingresaron en la capital gala.

Esas entidades colaboraron también para buscar testigos entre el millón de soldados alemanes que fueron tomados prisioneros en Francia durante 1944. Y el binomio contó además con el auxilio generoso del diario Bild Zeitung, que publicó avisos en los que convocaba a ex integrantes de la guarnición germana de París (el “gross Paris”) a aportar datos para la escritura del libro.

Pero los autores no se limitaron a componer una “historia oral” con todos esos testimonios. No fueron menos transcriptores o editores de esa catarata de palabras. En cambio eligieron trabajarlas con criterio dramático para componer una narración abarcadora, un amplio mural formado por cientos de episodios vivaces y memorables que contribuyen a contar la gran historia a partir de la micro historia.

Para ello era vital disponer del relato directo de los involucrados porque sólo a través de esos testimonios sería posible reconstruir, con un adecuado manejo del suspenso y el orden narrativo, los detalles vívidos de esas tres semanas inciertas y agitadas que desembocaron en la jornada del viernes 25 de agosto de 1944.

“El día de gloria ha llegado -comienza en tono grandilocuente la tercera y última parte del libro-. Hace cuatro años que París espera esta aurora que por fin llega. Ni un soplo de aire, ni una nube. Un cielo inmaculado. La Naturaleza y la Historia parecen haberse unido para crear este día maravilloso, único, como jamás París ni Francia, ni el mundo, ha conocido otro. Y acaso como jamás la Historia llegará a conocer. En este 25 de agosto de 1944, festividad de San Luis, tres millones y medio de parisienses están dispuestos, desde su despertar, a sumergir la ciudad en una oleada tal de felicidad y alegría que un simple soldado americano, el novelista Irwin Shaw, no podrá por menos de exclamar algunas horas después:

-¡La guerra debería acabar hoy!”

EL METODO

Puesto que la narración avanza a través de escenas, descripciones y diálogos, ha persistido hasta el día de hoy el error de calificar como novela a ¿Arde París? No lo es ni pretendió serlo, pero la confusión dice mucho acerca de los méritos de Lapierre y Collins a la hora de conferir al libro la estructura propia de una obra literaria.

Ese método era el mismo que por aquellos años empezaba a cultivar en Estados Unidos el llamado “nuevo periodismo” (uno de cuyos antecedentes, es cierto, se conoció en nuestro país en 1957 con Operación Masacre, de Rodolfo Walsh).

La tendencia innovadora, bien que elevada a mayores niveles de exigencia literaria, prosperó de la mano de nombres como Gay Talese, Tom Wolfe, Jimmy Breslin, Joe McGinnis, Joan Didion, John Gregory Dunne y muchos más.

En sentido opuesto y un par de años más tarde, empezó a florecer la llamada “non-fiction novel” de Truman Capote y Norman Mailer con clásicos como A sangre fría (1966) o Los ejércitos de la noche (1968). Todos ejemplos de un tiempo en que los géneros se cruzaban y confundían con una libertad que no reconocía muchos ejemplos previos.

Pero pocos de esos escritores o periodistas se acercaron al éxito descomunal que benefició a ¿Arde París? De la obra llegarían a venderse 20 millones de ejemplares en 30 ediciones internacionales, unos réditos contundentes fortalecidos en 1966 con el estreno de su versión fílmica. La película (no tan aplaudida por la crítica) fue dirigida por René Clement y contó con la actuación de un elenco formidable que incluía entre otros a Alain Delon, Jean-Paul Belmondo, Orson Welles, Glenn Ford, Jean-Louis Trintignant, Kirk Douglas y Simone Signoret.

Lapierre y Collins no eran los únicos que por aquel entonces practicaban ese tipo de “periodismo histórico”, si se permite el oxímoron. El mercado editorial estadounidense era pródigo en ese género híbrido con autores notables como John Toland, Walter Lord, Cornelius Ryan, William Manchester o Barbara Tuchman, quien acaso haya sido la que más cerca estuvo de cultivar una escritura histórica clásica. En la Argentina algunas de las obras de Félix Luna se aproximaron a la fórmula, y años más tarde un historiador profesional como Isidoro J. Ruiz Moreno (h) confesó que, volcado a la escritura der su clásico La Revolución del 55 (1994), se había inspirado en los trabajos de Ryan, Toland y el imbatible dúo Lapierre-Collins.

Pero lo llamativo de la dupla franco-estadounidense era justamente su escritura a cuatro manos, un ejercicio siempre misterioso y difícil, que en su caso se vio coronado por elogios, ventas y cierta fama.

DE A DOS

La colaboración entre Lapierre y Collins y su método narrativo dio más frutos después de ¿Arde París? En O llevarás luto por mí (1968) contaron la vida del torero “El Cordobés” y de la España en los años del franquismo; en Oh Jerusalén (1972) abordaron la creación del estado de Israel, y en Esta noche la libertad (1975) relataron el tumultuoso momento de la independencia de la India y Pakistán en 1947.

Juntos además escribieron dos novelas: El quinto jinete (1980), que desarrolla con suspenso vertiginoso la posibilidad tantas veces mentada de que un grupo terrorista esté en condiciones de detonar una bomba atómica, y ¿Arde Nueva York? (2004), que repite el problema de la trama pero cambiando de villanos.

De los dos fue Lapierre (1931-2022) el más prolífico. Escribió otras dos novelas en solitario, la más famosa de las cuales fue La ciudad de la alegría (1985), llevada al cine en 1992 por Roland Joffé. Produjo libros de viaje, dos volúmenes autobiográficos y otra impactante investigación periodística, Era medianoche en Bhopal (2001), junto con el escritor español Javier Moro.

El estadounidense Collins (1929-2005) escribió cinco novelas por su cuenta y un solo libro de investigación histórica, Los secretos del Día D (1994).

Dos carreras prósperas que se iniciaron con un libro vibrante y de lectura adictiva, pero lastrado por un enfoque inocente y proclive a endosar la “historia oficial” y propagandística que rodeaba a la “Liberación”. Por eso sus autores fueron acusados de engrandecer la figura del general De Gaulle, de distorsionar la amenaza que representaba el Partido Comunista francés dentro de la Resistencia y, lo más importante, de magnificar las posibilidades concretas de que los alemanes destruyeran París antes de retirarse.

Ese último punto es el núcleo del libro y explica el título. Su fundamento son las declaraciones del general Von Choltitz, a quien una vez superado el conflicto le convenía realzar su papel como “salvador” de París por haberse negado -supuestamente- a cumplir la orden de arrasar la urbe que Hitler emitió el 23 de agosto. Pero ya desde 1944 y sobre todo a partir de la década de 1960 varios autores franceses y extranjeros han objetado esas convenientes afirmaciones y relativizaron el verdadero riesgo que corrieron los parisinos en esos últimos días antes de la capitulación nazi.

Tampoco hay pruebas de que Hitler haya enviado jamás un telegrama con la célebre pregunta dirigida a Von Choltitz: “¿Arde París?” El historiador británico Matthew Cobb, autor de Once días en agosto: la Liberación de París en 1944 (2014), recordó que no existen evidencias de que el Führer mandara dicho mensaje, por lo que la famosa pregunta bien podría ser una invención.

El papel del astuto comandante alemán habría sido mucho menos decisivo. “Von Choltitz no tenía los medios para destruir París -escribió Cobb-: los puentes no estaban minados, los edificios no habían sido cubiertos de dinamita, y ni la Luftwaffe ni la Wehrmacht podían asestar el enorme golpe letal que Hitler había exigido en su orden del 23 de agosto; estaban abrumados por la superioridad aérea aliada y lanzados a fondo a retirarse”.

En síntesis, un caso raro en el que la verdad histórica terminó por imponerse al “relato” popular y establecido.