LA DUREZA AL PREDICAR LA VERDAD NO ES FALTA DE MISERICORDIA

Palabras potentes como truenos

POR TOMÁS I. GONZÁLEZ PONDAL

La reacción que tiene la mujer que es defendida en la calle va a servirme de ayuda para el propósito de estas líneas. Los puñetazos que un hombre le dio al que estaba atacando a la dama, son una gran caricia para la dama: y aquí viene centrado el tema que abordaré.

Se habla de palabras duras y palabras blandas, y con muchísima insistencia se insiste hoy sobre las últimas: “no hay que ser duro”, “no hay que usar términos chocantes”, “la palabra irónica falta a la caridad”, y un largo etcétera de expresiones similares que se defienden sin mayores consideraciones, y todo en miras a alcanzar una blandura humana que se toma como meta caritativa.

Cuanto diré seguidamente lo hago en miras de los escándalos públicos que se quieren presentar como loables, trátese de doctrinas o de prácticas.

Una palabra dura es la que en cierto modo se recibe como “golpe”. Y cabe distinguir todavía entre golpe justo e injusto, proporcionado y desproporcionado. Llamar “imbécil” a un chiquillo que tras gran esfuerzo acaba por resolver mal una ecuación matemática, es estar usando una palabra dura, injusta, desproporcionada y condenable. Pero llamar “mercenario” al que se presente como pastor traicionando a la verdad con vileza pública, en amistad con el enemigo y en defensa de la maldad, podrá ser visto como algo duro, pero es dureza necesaria, justa, proporcionada y, me atrevo a decir: debida.

Una palabra blanda es la que en cierto modo se recibe como “caricia”. Y cabe distinguir todavía entre caricia justa e injusta, proporcionada y desproporcionada. Llamar “sol” a una novia que debido a su bondad ilumina la vida de uno es estar haciendo buen uso de la expresión blanda y amorosa. Pero llamar “misericordia” al hecho de dejar al prójimo en su pecado y en su error, y eso para hacerse el misericordioso usando de dicciones que brillan por la blandenguería, es, en verdad, estar haciendo un uso injusto, desproporcionado, indebido y condenable de una palabra blanda.

INMISERICORDES

Pero en esto último hay algo más; algo más grave: y es que en realidad, paradójicamente, el castigo que sufre la blandenguería expresiva, es que se convierte inevitablemente en dureza y a veces en dureza extrema: pues nada más duro que usar de expresiones que, engañando al prójimo, lo dejen en su perversión y coadyuvan a su condenación; de modo que los que así se conducen no son para nada misericordes, son durísimamente inmisericordes. Aquí ingresa hoy una cantidad de casos que creyéndose enraizados en una blandura sana, provechosa y equilibrada, solo tienden a la enfermedad, a la ruina y al desequilibrio; ingresan esos padres que creen que no decirle nada a los hijos es estar actuando bien y sanamente; ingresan esos políticos nefastos complacientes de toda perversión; ingresan los eclesiásticos que lejos de hablar la sana doctrina profieren las expresiones que el mundo desea oír. Estos tales son durísimos, dureza que pagarán muy caro.

Haré una aplicación de lo que llevo dicho. Recientemente todos fuimos testigos del comportamiento mercenario del Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, el obispo Marcelo Colombo. Se presentó, en síntesis, defendiendo “derechos” de los LGBT. “Mercenario” es una dicción no solo necesaria sino debida para señalar a quien se ha comportado públicamente como lobo, y es necesaria y debida porque es la manera en que se advierte a las ovejas del mal presentado como bueno. Tal cosa no quiere decir en modo alguno dejar de rezar por el alma de Colombo. Concomitante al caso –y seguramente resultará duro para algunos-, aparecieron quienes, en intento de queja contra Colombo, le dirigen epístolas digitales diciendo que “por favor tome cartas en el asunto y que aparte de sus cargos a los responsables”. ¿Qué es esto? ¿Una broma? ¡Si el responsable es, ni más ni menos, que Colombo! Es un proceder extendido al que calificaría de “hacerse el ciego”, proceder que se cree fraterno y caritativo, y que no solo es falsa prudencia sino que incluso confunde a las almas; es una falta de realismo muy difundido.

San Ambrosio, por caso, jamás habló a favor de los “derechos de los sodomitas”, en cambió afirmó que eso es de “Satanás” y es donde “quedaba Sodoma”; conmina al pecador a “huir de la intemperancia y deponer todo deseo carnal”, y que será propio del anticristo “levantar falsos profetas” que envolverán “en el error de una opinión incierta”; expone que existe “una ley propia del hombre interior y otra del exterior, aquella prohíbe el pecado, esta trata de adherirse a él; la primera condena el error, la segunda lo sugiere” (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, ed. BAC, España, 1966, p. 499). ¿Y qué vemos en la actuación de muchos obispos de hogaño, sino un dejar en la adhesión al pecado y en la no condena concreta del error?

PARADOJA

Hablaré de lo que veo como una inmensa paradoja, y que está relacionada con aquellas tan repetidas palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “Con la misma medida con que midiereis series medidos.” Se habrá visto que ahora es habitual encontrar dicha expresión aplicada a quienes “cantan las cuarenta” a los que no quieren que nadie les cante nada, principal y concretamente me refiero a señalar doctrinas eclesiásticas modernistas que hoy nos toca ver, que se difunden como loables y amorosísimas, y respecto de las cuales los obispos en su mayoría no quieren que nadie diga ni “mu”. Entonces, según parece, concluyen muchos que usar de expresiones duras en este tiempo terreno, surtirá consecuencias de dureza en la eternidad para quien las usó. Y esto no solo es una estupidez gigante, sino que es tergiversar las palabras de Jesucristo. El que no distingue debiendo distinguir no piensa bien, y la inteligencia nos fue dada para quedar anclados en la verdad.

Distingamos: que, por ejemplo, un confesor se exaspere y fulmine a un pecador arrepentido que fue a sus pies a confesarse, es durísimo y es medida inmisericorde, pues en vez de actuar como tribunal de misericordia tal sacerdote actúa como fiero verdugo que puede llegar a arruinar a un alma; pero que un sacerdote diga al pecador arrepentido de un pecado mortal, “hijo muy amado, eso no es pecado, puedes continuar haciéndolo”, es también durísimo es inmisericorde, pues en vez de actuar como tribunal de misericordia actúa como lobo con piel de oveja que lleva al alma a continuar en el mal. Que alguien diga “rebelde” a quien es buen pastor porque dicho pastor le dice una verdad que no quiere oír, dicha expresión es dura, pecaminosa y dañina; pero que alguien llama “padre bueno” a quien actúa como mercenario, se expresa con falsía y daña la realidad; quien llame “excomulgado” al santo mide con injusticia, y quien llame “santo” al que verdaderamente se separa de la doctrina católica mide con injusticia.

¡Vayan a preguntarle a la mujer defendida por el valiente hombre, si lo juzgará con dureza atento a que le metió puñetazos al agresor que buscaba matarla, o si, por el contrario, lo acogerá con extremo cariño dándole importante lugar en su corazón! No veo a la mujer diciendo a quien no la protegió: “Señor, alabo tu blandura, gracias por dejarme que me muelan a golpes!” Y otro tanto acontecerá con quienes en esta tierra han sabido defender la sana doctrina católica contra las deformaciones públicas presentadas como buenas por los mercenarios: pues solo los que falsean hablarán de dureza indebida, mas hay durezas muy debidas y que la Verdad sabe apreciar. Tenemos el deber de conocer bien el alcance de las palabras bíblicas, según aquello de San Lucas: “Me ha parecido conveniente, también a mí, que desde hace mucho tiempo he seguido todo exactamente, escribirlo todo en forma ordenada, óptimo Teófilo, a fin de que conozcas bien la certidumbre de las palabras en que fuiste instruido” (Lucas 1, 3-4).

Hay que ver las circunstancias. En aguas bajas y serenas basta con decir “cuidado” a quien está a dos metros de uno y por pisar una filosa piedra. Pero si se trata de un caudaloso rio que con su fuerza arrastra a alguien, tendremos que alterar el potencial de voz para continuar en contacto con quien deseamos vivamente rescatar. A mayor lejanía mayor caudal de voz. El grito que para el del río se tiene por necesario para el de aguas serenas es innecesario, no proporcional y mal visto. Teniendo presente las circunstancias, pienso que nadie puede decir que desea lo mejor para el arrastrado si se limita a darse vuelta y guardar silencio. Y si finalmente quien peligraba sale del peligro, lejos de despreciar a quien le habló fuerte y buscó su rescate, le dará un abrazo en agradecimiento, en tanto que se dolerá vivamente con quien guardando silencio se retiró silbando bajito.

San Ambrosio no morigeró su discurso a la hora amonestar las desviaciones de su tiempo.

FRIO GLACIAL

Y hablando de silbidos, son precisamente los potentes silbatos los que avisan de un peligro, pretenden evitarlo o intentan un orden. El silencio no es signo de esperanza sino de desesperanza cuando las circunstancias piden a gritos alzar la voz, abrir la boca. Hoy que los ríos corren torrenciales, crecidos y llenos de bravura, la paradoja más triste es que los que guardan silencio gritan a los que gritan y les reclaman que se callen. Hago la defensa del grito, pero aclarando qué grito defiendo.

Un frío glacial se ha apoderado de las sociedades, frío que brota de la solidez de un hielo, y esto si bien se mira es durísimo. Se ve una dureza para con lo bueno, una dureza para con lo verdadero, una dureza férrea para con quien se atreve a decir verdades, dureza para con quien quiere dar un buen consejo. Por caso, el divorcio y el aborto se presentan como blandos derechos, pero son de dureza inmensa y atroz. Corazones que se van asemejando a la piedra, rechazan lo bueno y verdadero porque resulta incómodo al confort moderno. Hay un estrecho lazo entre la referida dureza y lo que Cristo les espetó a los fariseos que querían ponerlo a prueba con el tema del matrimonio: “A causa de la dureza de vuestros corazones os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así” (Mt. 19, 8).

Dignas de ser grabadas a fuego son estas palabras del R. P. Leonardo Castellani, muy a propósito de lo que llevo dicho: “Nuestra época es pasional. Nuestra época es también cruel. ¿Puede darse esa contradicción? Puede darse puesto que de hecho se da. ¿Puede ser que un individuo sea a la vez afectivo y duro, sentimental y despiadado? Ciertamente: basta que sea egoísta. En la Física no puede darse que una cosa sea dura y blanda a la vez, pero en la Psicología, sí. Hay algunos que tienen la cabeza dura y el corazón blando, y ésos son los santos; hay otros que tienen la cabeza blanda y el corazón duro, y ésos son los imbéciles” (R.P. Castellani, p. 169).

CONTRA EL ERROR

Muchas de las obras de San Agustín se dedicaron a combatir las herejías que en su tiempo daban vueltas por los jardines del mundo. No se trató de un combate de una semana o de un mes, se trató de combates doctrinales que duraban años. Confesores como San Agustín tenían clarísimo una cosa, y es que la caridad en modo alguno implicaba ser condescendiente con el error. Muchos modernos tildarían de durísimas, condenables y nada caritativas a ciertas palabras agustinas, por caso las que dirigió a Fausto: “No entendéis ni los misterios de la ley ni las acciones de los profetas, porque no sabéis pensar ni la santidad ni la justicia” (…) ¿Qué puedo hacer yo para que entiendan aquellos cuya mente está ocupada por la vaciedad? (…). Sé que canto todo esto a gente muy sorda (…). A esta locura, que intenta anular y abolir la autoridad de todos los libros, ya respondí con anterioridad (…). Pretenden ocultar sus insensatas y sacrílegas fábulas bajo el palio del nombre cristiano…” (“Réplica a Fausto”, El maniqueo, Libro XXII, Maniqueos y católicos ante los patriarcas y profetas, Actitud maniquea ante los profetas).

Muchos modernos tildarían de durísimas, condenables y nada caritativas a ciertas palabras tomistas, por caso las que dirigió a Helvidio. Santo Tomás no escatima calificativos contra un blasfemo de María, y dice que la “virginidad después del parto es negada por Helvidio, un cierto idiota y sacerdote inculto, quien, estimando la fecundidad de la locuacidad, aceptada la materia de la controversia, comienza por blasfemar contra la madre de Dios, diciendo que ella era conocida por José después del parto. Jerónimo escribió un libro en su contra” (art 3. de los Comentario al libro IV de las Sentencias de Pedro Lombardo, Distinción 30, Cuestión II, Si este matrimonio fue alguna vez consumado, respuesta principal: “Sed virginitati ejus post partum Helvidius quidam idiota et sacerdos ausus est derogare”).

Para quienes realmente han leído a San Francisco de Sales, conocerán la distinción que hacía en cuanto al hablar de los pecadores “infames, públicos y manifiestos”, y de los “enemigos declarados de Dios y de su Iglesia. En efecto, enseñó el Santo Doctor: “Se puede hablar sin reparo de los pecadores infames, públicos y manifiestos, con tal que sea con espíritu de caridad y de compasión, y no con presunción y arrogancia, ni complaciéndose en el mal del otro: que esto último es propio de corazones viles y bajos. Exceptúo entre todos a los enemigos declarados de Dios y de su Iglesia, que a estos se les debe desacreditar todo cuanto se pueda; tales son las sectas de herejes y cismáticos, y los caudillos de ellas; porque es caridad gritar: ¡Al lobo! Cuando anda entre las ovejas, esté donde estuviere” (Introducción a la vida devota, ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1946, págs. 355 y 356).

 

Se ve una dureza para

con lo bueno, para con

lo verdadero, una dureza

férrea para con quien se

atreve a decir verdades,

dureza para con quien

quiere dar un buen consejo.

IGNORANTES

Y que no solo dijo eso el santo sino que lo practicó, puede verse en su obra, Controversias, cuando disparando contra Marot, aseveró: “Bastaría la descalificación del autor, que no fue más que un ignorante; la lascividad de la que dan cuenta sus escritos; su vida tan profana, que no tiene nada de cristiana, merecería que no se le admitiera ni siquiera a frecuentar la iglesia (…). Creo pues que tanto por cantar como salmos divinos lo que con frecuencia no son más que las fantasías de Marot como por cantar irreverentemente y sin respeto, se peca frecuentemente en vuestra iglesia reformada” (ed. BAC, España, 1985, págs.. 192 y 193). Y en otro lugar habla de las “tonterías” de Lutero (ob. cit. p. 293); de que cuando afirma que pecamos “incitados, impulsados por la voluntad” es eso una “blasfemia contra toda razón y contra la majestad de la suprema bondad” (ob. cit. p 293); a Zuinglio lo trata de “insolente” (ob. cit. p. 309); del protestante Pedro Mártir dice que se “ríe de sus afirmaciones” (ob. cit. p. 336); “son herejes” por haber abandonado la Iglesia “y haber predicado contra su fe” (ob. cit. p. 73).

Siguiendo con la línea de Sales, veamos qué dijo uno de sus mayores seguidores, fundador de los Salesianos, San Juan Bosco. ¿Dijo de Mahoma que era una religión válida como camino de salvación? ¿Elogió a Mahoma como hoy lo hacen documentos pontificios? Lejos de eso. Don Bosco en su egregia obra Compendio de Historia Eclesiástica trata a Mahoma de “famoso impostor” (ed. Tipografía y Librería Salesiana, Buenos Aires, 1891, p. 275). ¿Y qué dirá de Lutero? ¿Qué tuvo cosas buenas? ¿Qué como ha dicho el Papa Francisco “Lutero tomó un paso decisivo poniendo la palabra de Dios en las manos del pueblo. La importancia de las reformas y de la Biblia son dos de los elementos fundamentales en los que podemos tener un aprecio más profundo al hablar de la tradición luterana”? Lejos de eso, el santo de Turín trató a la invención de Lutero de “perverso sistema” (ob. cit. p. 406), y que con él “causó más daño a la religión católica que el que le causaron todos los herejes de la edad pasada” (ob. cit. p. 406). ¿Dijo algo más de él? Sí: que dicho “corifeo del protestantismo” se movía con “soberbia, desenfreno, ambición, petulancia, crápula, intemperancia, deshonestidad, cinismo grosero y brutal” (ob. cit. p. 407). Y dijo Don Bosco, con asombro e ironía: “¡El año 1869 levantáronle en Alemania una estatua cual insigne bienhechor de la humanidad!!!” (ob. cit. p. 407). De Calvino afirmó que “caminando sobre las huellas de Lutero, siguió completamente sus perversas máximas” (ob. cit. p. 410).

Enseñó San Vicente Ferrer que “aunque medie prohibición, amenaza o promesa de un príncipe o de otro cualquiera, de ningún modo hay que omitir la información o defensa de la verdad (…). Cuando urge la necesidad o la utilidad, entonces, despreciando las prohibiciones y promesas de todos, hay que hacer la información y defensa sin preocuparse de la confusión que puede producir en algunos” (ed. BAC, Biografía y Escritos de San Vicente Ferrer - Tratado del Cisma Moderno, España, 1956, págs. 455 y 457).

El modernismo está operando desde dentro y no se lo quiere ver, ¡no se lo quiere ver!

Es oportunísimo para ir acabando memorar las exhortaciones de quien fuere un gigante defensor de la ortodoxia, y que fue considerado el más grande de los papas de la antigüedad cristiana: San León Magno. Él ha enseñado: “Es gran obra de misericordia descubrir las guaridas de los impíos y combatir en ellos al mismo diablo a quien sirven. Es necesario amadísimos hermanos que toda la tierra y toda la Iglesia, extendida por todas partes, empuñen contra ellos las armas de la fe” (Homilías sobre el año litúrgico, ed. BAC., España, 1969, p. 159).

Hay palabras que aportan luz y otra que son mero ruido. Y en ocasiones muy necesarias las hay que son luz y estruendo, pues como ocurre en los tiempos tormentosos -y el nuestro lo es por excelencia-, la luz del relámpago se acompaña con la potencia del trueno.