Días atrás y después de décadas de versiones fantasiosas, conspirativas y malintencionados, pudimos conocer el desenlace de un crimen que tuvo en vilo a la sociedad argentina, convertido en una telenovela de sexo, violencia y supuesta corrupción.
A lo largo de ese tiempo, la familia Dalmasso sufrió el estigma de la incertidumbre del desenlace, lloraron la pérdida, barajaron hipótesis -desde las lógicas hasta las más perversas y disparatadas- y sus miembros pasaron de víctima a sospechosos, de ser una familia normal a convertirse en una asociación para delinquir por oscuras razones ..
Se volcaron ríos de tintas y articularon litros de saliva para llenar horas de radio y televisión que tuvieron en vilo a la opinión pública, monstruo de dos cabezas que ama la morbosidad y la violencia pero predica moralidad y buenas costumbres.
Se ventilaron detalles sobre la intimidad de la familia y se expuso descaradamente la vida de quien, para entonces todos, llamábamos Dorita.
SHOW MEDIATICO
Los medios deslizaron la posibilidad de ser un ajuste de cuentas por un turbio negocio que implicaba a altas autoridades del gobierno cordobés, se destruyó el prestigio profesional del marido, la moralidad de la occisa, las preferencias sexuales del hijo. Abundaron versiones de todo tipo y color, mientras los abogados armaban un show mediático y la justicia avanzaba a paso de quelonio.
Dieciocho años han pasado, acumulando expedientes voluminosos convertidos en hojarasca leguleya, porque dieciocho años más tarde nos venimos a enterar que una de las primeras personas a las que se tomó declaración, un empleado de una empresa que estaba haciendo reparaciones en la casa y reconoció haber estado en el lugar, coincide su ADN con el vello pubiano hallado en la bata de la víctima. Es decir, por dieciocho años se contaba con un sospechoso y un elemento incriminador. ¿Fue negligencia, imprudencia o solo impericia?
Es más, la madre de la víctima que murió sin saber quién y porqué habían asesinado a su hija, había señalado al hoy inculpado como el probable asesino.
No es el de Nora Dalmasso el único caso extraviado en vericuetos legales, no es ni será el último caso donde la verdad se conoce décadas más tarde, o directamente no se conoce.
INSEGURIDAD JURIDICA
Vivimos sumergidos en una inseguridad jurídica, en una ineficiente investigación turbada por personal mal preparado y peor predispuestos para resolver crímenes que cada día son mucho más complejas –estafas, ciberdelitos–.
Es decir, que la sociedad esta indefensa y remamos en una estructura kafkiana. Hoy es el caso Dalmasso, mientras María Cash, García Belsunce, Cromañón y la Embajada de Israel, la AMIA y Nissman, y tantos otros imposible de enumerar, esperan justicia como las docenas de oficiales y civiles presos por causas de supuesta lesa humanidad –aunque por fin se lo convoque a Firmenich a declarar– cuarenta años después.
¿Esperar 10-20-30-40 años es justicia? ¿Esperar tanto es jugar con el dolor de los deudos, testigos de la ineficiencia?
Gran parte de la decadencia nacional se debe a esta inseguridad jurídica o mejor dicho a la certeza de esperas eternas que implican una contradicción del sentido de la justicia. La justicia tardía implica injusticia.
Si eso lo aplicamos al lado comercial, los resultados son igualmente frustrantes. Empresas que podrían haber salvado su situación, como en su momento fue Sasetru, no pueden progresar por las docenas de carpetas que han desaparecido. Sí, desaparecido de Tribunales y no se puede disponer de los inmuebles que aún quedan de la que alguna vez fue un imperio que dio trabajó a miles de argentinos.
¿Quienes van a invertir en un país donde los mismos argentinos desconfían de la justicia?
¿Y cómo recuperamos esa confianza si la justicia no plantea una renovación?
Cómo cada año que comienza se alienta una esperanza...