Necesitamos una fuerza liberal sólida

Es preciso que un partido liberal, moderno y democrático crezca hasta ocupar un espacio electoral significativo. De esta forma se podrán discutir alianzas y coincidencias de distinto grado, alcance y profundidad.

La única opción adecuada que defina objetivos que se ensamblen con viabilidad, dentro de la franja del liberalismo, es la que surja de una estrategia política y electoral que parta de un diagnóstico adecuado de los problemas del país. De ese proceso puede emerger una alianza política con vía a lograr más apoyo para gobernar.

En política como en tantas cosas “se hace camino al andar” y no hay otra manera, en un contexto de instituciones democráticas, que buscar la permanente aproximación entre los dirigentes, la organización partidaria y el electorado.

Hoy en día parece que el planteo de una fuerza representativa de la franja liberal sigue siendo incorrecto, por ambiguo y carente de significación. Lo que el país necesita no es una unión de un conjunto residual de dirigentes y agrupaciones, sino una fuerza política que exprese una opción en la que predomine ampliamente propuestas alejadas de las colectivistas y corporativas.

La misma expresión Centro enuncia, de por sí, el fracaso de querer convocar al electorado detrás. El equívoco del Centro es múltiple: lleva a la mala idea de unir dirigentes sin electorado y descuidar a éste. Implica pensar que todos los grupos centristas tienen una común vocación por ideas liberales y que el electorado que vota a otros partidos no se identifica con ellas.

Errores todos que han sido fatales: no todo el que se califica como Centro en Argentina es liberal, ni cree en el mercado, ni es moderno ni es portador de propuestas eficientes para resolver la crisis nacional.

Si el Centro se une no es más que un asunto práctico. Algunos de los partidos de centro quizá no comulguen con estas ideas y ni siquiera pretenden integrar una fuerza política liberal y democrática. Están en su derecho, pero no puede constituir un obstáculo a la consolidación de una alianza que lleve buenas ideas al país. Ésta debería hacerse con los que creen en ella, tienen vocación y condiciones políticas anteponiendo las exigencias de Argentina a las mezquindades personales.

ESTRATEGIA

La idea de construir una alianza partiendo de la ambigüedad es un fracaso para las acciones del futuro. Hoy sabemos que un partido, solo haciéndose fuerte, podría negociar mejor cuando se presentara la oportunidad y hacer factible ofrecer al país un programa de gobierno, un horizonte y un derrotero digno del mundo que nos toca vivir.

No se debería dejar entre renglones que sólo la libertad indivisible nos puede llevar al progreso económico y a la unión nacional. Ella requiere de la Constitución y del Congreso: el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes, éstos están en el Congreso.

Las consultas y conversaciones con los diferentes partidos sirven, aunque sean grupos sin representación parlamentaria, por su carácter informativo. Pero si Javier Milei, en las próximas elecciones legislativas, consigue más apoyo para gobernar, la sociedad exigirá que recurra, como manda la Carta Magna, al Congreso.

Son las buenas leyes las que consolidarán los cambios positivos, mucho más que los DNU. Lo que está en juego es más que la suerte electoral del gobierno, es más que la solución de los graves problemas que enfrenta el país, es el futuro institucional, el camino por el que transitaran millones de argentinos después de un profundo desorden económico y social.

A nadie se le escapa que la democracia es frágil, y que robustecerla es fundamental, exige el esfuerzo de todos y en todos los planos durante mucho tiempo. El Gobierno debe comprender su papel al respecto: dejar de actuar como si hubiera enemigos del país que acechan en todos lados. Su papel es ser eficiente cuando da los pasos imprescindibles para aventar, con hechos y realizaciones, los peligros que todavía están pendientes.

Más de la mitad de la sociedad reconoce que la responsabilidad de la difícil situación actual se debe a quienes contrajeron las agobiantes deudas que hoy se están refinanciando y que por muchos años deberán pagar los argentinos.

Fueron contraídas a raíz de fundamentales errores de política económica, del deseo de ocultar la inflación y de la mentalidad “desarrollista” infiltrada en las empresas estatales y en los políticos, quienes dieron lugar a toda clase de sobredimensionamientos, pérdidas y despilfarro.

CONDUCCION

Javier Milei intenta revertir la orientación general que imperaba, hay más políticos que, como él, están dispuestos a jugarse por el ideal de la sociedad liberal en la que creen antes de transigir con las imposiciones de los sectores sindicales y de los políticos kirchneristas y peronistas.

Unidos deberían luchar contra un nuevo avance de esas fuerzas, las cuales no hacen más que intentar destruir el país. Sin dejar de lado la coherencia ideológica y de principios, juntos, podrían hacer entender a la gente que no se puede bajar la inflación con más inflación, combatir el populismo con más populismo y a los privilegios con más privilegios.

Ya se perciben cambios positivos en Argentina, no sólo en el área económica: el 24 de marzo, por ejemplo, se mostró una sociedad más madura, interesada por la verdad histórica.

No fueron pocas las voces que exigieron se reviera el tema de la lucha entre militares y terroristas, que se diera a conocer la otra cara de la moneda. Era hora, sin dejar de repudiar todo tipo de crimen, no se podía seguir ocultando buena parte de los sucesos que condujeron a la desaparición de personas y otros abusos. Había que ubicarlos en su justo marco.

Hoy se puede decir, sin temor, que ellos fueron respuesta a la necesidad de la sociedad argentina de defenderse contra el ataque solapado de la subversión, la cual convirtió a nuestro país en un cruento campo de batalla.

Una de las cosas que exige la consolidación de la democracia es el mayor cuidado de no convertir en mártires a quienes se propusieron, a cualquier costo, destruirla. No se debe permitir en el futuro que los valores esenciales de la República democrática sean pisoteados por ideologías contrarias a la idea de la libertad y exaltadoras del totalitarismo.

Tampoco dejar que nuestros hijos sean arrastrados al camino de la violencia ciega del mesianismo revolucionario. Pocos recuerdan cuantas personas de prestigio como, por ejemplo, Ernesto Sábato, hicieron apología de los jóvenes terroristas muertos, sin decir una palabra sobre los que murieron en manos del terrorismo: fueron cómplices pasivos o activos de destruir la República.

Es conveniente advertir a la actual conducción la necesidad ineludible de terminar con el daño que han producido políticas educativas embanderadas en ideologías y comprometidas con intereses partidarios. Se engendraron maestros plegados a las políticas de turno, quienes promovieron la violencia desde las aulas, comprometiendo la salud física y mental de toda una generación.

Se hace imprescindible aunar todos los esfuerzos para devolver a la educación la jerarquía que durante mucho tiempo exhibió: darle un alto grado de eficiencia, con contenidos amplios y un margen de calidad que permita la aparición de hombres cultos, alejados de las imposiciones de un Estado todopoderoso que corroa las iniciativas individuales. La educación debe estar más allá de lo inmediato, estar a resguardo de las circunstancias de cada época sin que ello signifique desconocerlas.

Son muchos los que comparten los principios liberales que defiende el Presidente, aunque en la práctica se cometan algunas desviaciones, a veces impulsadas por el entorno más cercano. Se aplaude la titánica pelea contra el déficit fiscal, producto de políticos que utilizaron la vía del gasto púbico para satisfacer sus intereses y las irresponsables promesas electorales, expresión de pura demagogia.

El presidente lleva todos sus esfuerzos a terminar con la inflación, no debería ahora esperar que pasen las elecciones legislativas para cambiar la política cambiaria, dejando que continúe la pérdida de reservas que afecta tanto a importadores como a exportadores. Y, si apurara las reformas estructurales, como prometió en el Pacto de Mayo, mejoraría la competitividad y disminuiría el riesgo país, con lo cual aumentaría lo que no debe perder: la confianza.

Se viene una segunda etapa, con el desgaste que conlleva dos años de gobierno. Se necesitará ir más rápido hacia una economía capitalista, obtener resultados positivos que permitan un mejor nivel de vida. También aumentar el apoyo con los que aceptan un programa liberal teniendo presente el Principio de Reciprocidad, sin el cual no existe relación sana ni duradera.

 

* Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia. Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio a la Libertad 2013 (Fundación Atlas). Autora de “El Crepúsculo Argentino” (Ed. Lumiere, 2006).