Nacer en sentido amplio
Cada año, llegado este período, nacen expectativas, sueños, inquietudes y propósitos renovados, junto a la intención de dar fin a aquello que no nos deja crecer: nuestros deseos son que dure lo bueno y que mejore o desaparezca lo que no está tan bien.
Y así de año en año cada uno va buscando el camino hacia la mejor versión de sí mismo.
De este modo, podemos utilizar la palabra nacer en un sentido amplio o en el sentido estricto de iniciar una vida humana.
NACER EN SENTIDO AMPLIO
La etimología del verbo nacer resulta de especial interés por las derivaciones que de ella resultan. Proviene del verbo “nascor” (darse a conocer, salir a la luz, brotar) cuyo participio es natus (en español nacido). De allí deriva también “natura” (naturaleza), o sea, todo lo que nos rodea y que existe sin necesidad de la intervención humana para su fabricación o producción, aquello que surge espontáneamente sin que intervenga nuestra voluntad.
Entonces, si nacer es salir a la luz o darse a conocer. Es natural que lo que comienza a existir nazca para que sea conocido. Es así que cuando hablamos de un niño por nacer estamos confirmando que por naturaleza se trata de un individuo que tiende a desarrollarse con el fin de alcanzar la plenitud necesaria para darse a conocer. Este individuo aporta una novedad única que va a enriquecer y marcar una diferencia en el mundo.
Hanna Arendt dedica una sustancial parte de su obra a los conceptos de natalidad y nacimiento que conjuntamente con el de esperanza, constituyen pilares de su pensamiento.
En su obra La condición humana asocia el nacimiento, como un nuevo comienzo, a la idea de libertad, en tanto es la capacidad de iniciar una acción nueva e inesperada. Hay que tener en cuenta que para esta autora la libertad no es concebida a los modos tradicionales como libre albedrío o como posibilidad de decidir entre un conjunto de alternativas posibles, sino como la capacidad de introducir novedad en el mundo, virtud que tienen los seres humanos, por el hecho de haber nacido.
NACIMIENTO Y MUERTE
Antagónicas y necesarias. Son cuestiones insoslayables para todo ser humano. De una u otra manera, explícita o implícitamente siempre estuvieron presentes en la historia del pensamiento. Quizás sean las dos temáticas que más patentemente ponen de manifiesto la falta de control del hombre sobre sí mismo, los demás y el mundo. Para dar vida a lo nuevo, algo tiene que morir.
Simbólicamente, desde los orígenes de nuestra cultura, las mujeres eran quienes estaban cerca de la parturienta para ayudarla a dar a luz y también estaban próximas en los rituales de preparación del cuerpo muerto, para que sus familiares y amigos lo despidan.
UN NUEVO MUNDO
Cuando cada ser humano ingresa a la vida extrauterina, es nuevo para este mundo. El mundo viejo muere de algún modo. Este hecho despierta asombro y admiración. Lo que los antiguos griegos apuntaron como origen de la filosofía, vuelve a reeditarse.
Retomando la idea de novedad que aporta la existencia humana, Romano Guardini en La aceptación de sí mismo transmite, lo que él designa como tres obviedades, que por ser tan evidentes muchas veces dejan de tenerse en cuenta: “Yo soy para mí lo absolutamente dado” (considerando que aquello que más configura al hombre –su sexo, su familia, el lugar y la época en que ha nacido- no fueron elegidos por él, sino que ha sido un don recibido sin intervención de la voluntad). La segunda es: “Para mí no solo soy obvio, sino también sorprendente, enigmático y aún desconocido” (aludiendo a lo inabarcable de la propia existencia) y la tercera: “Una vez que entré en la existencia, no existe un mundo en el que no esté”. En esta última premisa radica la originalidad de cada ser humano y su absoluta novedad. El ingreso en la existencia de cada ser humano modifica el mundo. Ya deja de ser lo que era.
NO ESTAMOS SOLOS
Siguiendo a Hanna Arendt desde un sentido simbólico: la natalidad, como hemos visto, es el inicio, es la aparición de algo nuevo ante los demás. El recuerdo del nacimiento es lo que nos sitúa en el lugar de iniciadores. Toda acción es inicio. Toda política es acción. Toda política tiene su accionar en la vida social.
La autora hace virar al pensamiento heideggeriano desde el ser-para-la-muerte hacia el ser-para-el-inicio. Una de las categorías vertebradoras de su pensamiento es el hombre, bajo la cualidad de naciente. El ser humano es creado para iniciar algo, para comenzar. Aunque nos sea vedado el crear desde la nada, el desarrollo de la historia se realiza cada vez con un nuevo comienzo, que encierra una promesa. Y aunque sepamos que vamos a morir, los seres humanos han venido al mundo para establecer inicios originales y únicos.
Salir de la propia individualidad para vincularse con los otros es la necesidad y oportunidad para ofrecer el propio testimonio en el escenario político. La aparición ante el mundo posibilita la salida de la soledad y la asunción del compromiso público.
El mandato bíblico del amor al prójimo, ligado al amor de Dios y al amor a otro como a sí mismo, coexiste con el olvido de sí, porque la fe en común transforma al otro en un compañero potencial con el que comparte y constituye la comunidad de creyentes. Esta dimensión comunitaria hace que no baste la expresión de fe individual sino la ligazón de esta con un hecho histórico concreto, en un espacio y tiempo real.
La civitas Dei y la civitas terrena agustinianas, son formas del funcionamiento social, que unidas a la sociabilidad natural del hombre determinan la igualdad de todos. El individuo en cuanto miembro de la sociedad, es mundano. Pero, dado que todo bien temporal está amenazado de muerte, el amor dirigido exclusivamente al mundo lo condena a la infelicidad. En cambio, el amor dirigido a la trascendencia es fuente de felicidad verdadera porque se dirige a un bien inmutable y eterno.
Así, el nacer en sentido amplio, ilumina el sentido del nacimiento personal y concreto de cada niño que llega al mundo.
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