A un gobierno inédito como el libertario le ocurren necesariamente cosas inéditas. El de Javier Milei es el único en la historia al cual el Congreso le rechazó un DNU. Desde el jueves es también el único al cual el Senado le rechazó candidatos a la Corte Suprema.
No fue mera coincidencia. En los dos casos se trató de disputas por herramientas decisivas de poder. En el primero, por unos 100 millones de dólares para la SIDE que en buena parte no iban a ser rendidos. Una enorme suma para comprar voluntades.
En el segundo, la pelea se libró por el control de un tribunal que garantizaría la viabilidad de las reformas, especialmente en materia de recorte fiscal y privatización de empresas públicas, que constituyen las principales fuentes de recursos para la dirigencia partidaria.
El segundo traspié legislativo de Javier Milei tuvo también motivos circunstanciales. Uno, el exceso de confianza acerca de la presión que podía ejercer sobre el kirchnerismo. No cedió a los reclamos de Cristina Kirchner para incluir en los tribunales miembros adictos y creyó que la heterogénea tropa peronista del Senado se iba a dispersar, lo que finalmente sucedió, pero no en la escala necesaria.
Otro motivo fue que en lugar de mandar al archivo los pedidos de acuerdos inviables resolvió jugar hasta el final, llevándolos al recinto. Intentó hacer eso el 21 de febrero, día en que el peronismo faltó a la cita, pero cuando decidió ocupar sus bancas la derrota del Gobierno quedó sellada. Se trató de una derrota sobre la que tuvo incidencia directa la campaña electoral.
En principio, Milei consiguió mostrar cuál es la grieta actual. Más allá de las cuestiones institucionales con las que intentó arroparse, Mauricio Macri quedó del lado opositor junto con Cristina Kirchner. El expresidente aportó dos senadores clave para que Kirchner tuviera quorum y pudiera hundir los pliegos de Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla.
Unión por la Patria no podía hacer arrancar la sesión porque contaba con 33 senadores y el quorum es de 37, pero Macri sentó dos senadores propios en sus bancas (Alfredo De Angelis y María Victoria Huala) y el radicalismo otros dos: Martín Lousteau y Pablo Blanco.
Es significativo que de los siete miembros que tiene el bloque PRO solo dos atendieran las indicaciones de su jefe político. Otro tanto podría decirse de Lousteau, que de los 13 radicales que pueblan la Cámara sólo consiguió el apoyo de uno, Pablo Blanco, al que no era preciso convencer porque es un opositor encallecido (ver “Detenida por la musa”).
Una vez iniciada la sesión, la mayoría del bloque radical votó contra Lijo, lo que puso en evidencia que no era que no quisiera rechazar su pliego, sino que hicieron oídos sordos a la orden de bajar al recinto del controvertido presidente de su partido.
¿Cómo jugará eso en octubre? El voto anti K, que es numeroso en CABA, ¿confiará en un macrismo que reclama en los medios el proyecto de Ficha Limpia, pero juega con CFK en el Senado? Dudas a las que se arriesgó Macri en sus arrestos contra Milei para no ser jubilado.
Toda la situación creada el jueves en el Senado estuvo impregnada de lógica electoral. Cristina Kirchner no tenía los 34 votos que teóricamente debían haberle dicho amén, porque la jujeña Carolina Moisés no aportó al quórum. Esa legisladora está enojada por la intervención partidaria a su provincia y con posterioridad votó a favor de Lijo y de García-Mansilla. También se declaró en rebeldía el santafesino Marcelo Lewandowsky por razones parecidas: está enfrentado con el kirchnerismo de su provincia. A la hora de votar lo hizo, no obstante, contra Lijo.
Capítulo aparte merece el alineamiento con el Gobierno de los partidos provinciales. Ninguno se prestó al quórum y todos votaron a favor de Lijo: los dos representantes de Misiones y de Santa Cruz, la de Río Negro, la de Neuquén y el peronista disidente de Corrientes.
También apoyaron al juez federal los tres senadores de Santiago del Estero y los tres de Tucumán. El gobernador vitalicio de Formosa, Gildo Insfrán, jugó a dos puntas: su vocero ante CFK, el verborrágico José Mayans, votó contra Lijo, mientras su compañera de banca, María Teresa González, lo hizo a favor.
Las razones institucionales esgrimidas durante el debate no tuvieron el menor peso en la votación con la que el peronismo derrotó a Milei. Desde hace años el Senado no puede cubrir cargos en la Corte, la Procuración o la Defensoría, porque la llave la tiene el peronismo que siempre exige su libra de carne. Un toma y daca para controlar la Justicia al que llaman eufemísticamente “consenso” y que ha degradado ese poder y garantizado la impunidad a los políticos poderosos. Eso no hay procedimiento constitucional que por sí solo pueda evitarlo.