El análisis del día

Milei-Trump: esperando una ayudita de los amigos

El FMI reiteró el último miércoles que su staff técnico ya aprobó el acuerdo con Argentina y que el monto de la operación será de 20.000 millones de dólares (en Derechos Especiales de Giro, la moneda del Fondo). Todavía falta el visto bueno del Board de la institución y también se esperan detalles sustanciales del operativo: cuál será el adelanto, cuáles serán las condiciones, qué consecuencias tendrá el acuerdo sobre la política cambiaria vigente. Tal vez en virtud de esos huecos informativos la atmósfera de los mercados locales no cambió mucho después del comunicado del Fondo.
La Argentina venía en las últimas semanas surfeando una atmósfera de incertidumbre financiera. La tendencia a la libertad económica, la desregulación y la inserción en el mundo, que pareció afirmarse durante los primeros meses de gestión de Milei, depende casi exclusivamente del vínculo entre el Presidente y la opinión pública. No hay estructuras políticas sólidas que le den sustento, Y, si bien aquel vínculo mantiene vitalidad, las encuestas de opinión indican que atraviesa un tramo de decaimiento y cualquier traspié en materia de inflación -el puntal decisivo de la gestión presidencial- podría traducirse en un deslizamiento mayor.
Cualquier variación en la relación peso/dólar tiende a reflejarse en los precios de productos y servicios. Y los mercados olfatean que junto con el acuerdo que promete el Fondo se precipitarán modificaciones en la política cambiaria. Hasta un estrecho colaborador del “Titán” Federico Sturzenegger, Lucas Llach, admitió ayer que probablemente el lunes 14 se inaugure un nuevo esquema cambiario.
Sucede que la escasez de dólares y la constante pérdida de reservas del Banco Central en las últimas semanas vienen alentando rumores de devaluación que ni siquiera amainaron después de que el gobierno consiguió que la Cámara de Diputados aprobara y diera carta blanca a las negociaciones con el FMI, lo que convertía en una certeza la concesión de un préstamo “sustancioso”.
El Banco Central perdió 7000 millones de reservas desde principios de este año e incluso el miércoles, mientras el Fondo insistía en su confirmación del acuerdo con Argentina, debió vender 165 millones.

LAS CONDICIONES DEL FONDO
"Hasta que no se cierre el acuerdo y no sepamos especialmente cómo se modifica la política cambiaria, Argentina no va a tener tranquilidad financiera”, resumió esta semana Gabriel Rubinstein, el ex número 2 del ministerio de Economía con Sergio Massa. Es que a la incertidumbre doméstica se ha sumado .el clima de estupefacción creado por las medidas que viene adoptando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. “Ahora hay que esperar a que calme la tormenta –reflexionó Rubinstein- Es difícil prepararse activamente. Tenemos una parte financiera que nos afecta bastante, está subiendo el riesgo de los países emergentes, y Argentina sube más y eso nos aleja la posibilidad de ir a los mercados para refinanciar las deudas". El riesgo país superó los 1000 puntos un viernes atrás y, aunque bajó hasta poco menos que 900, se mantiene en niveles muy altos como para sigue en un nivel muy alto como para que el Gobierno pueda emitir nueva deuda en dólares a una tasa sustentable. Los mercados son reticentes.
De allí la creciente dependencia de la financiación política: la ansiedad por la plata fresca del Fondo, la renovación, ayer, del swap con China, la que puede provenir de organismos como el Banco Mundial o el BID. Hace falta mostrar espaldas fuertes para disuadir a quienes esperan una devaluación. El efecto Trump se sobreimprime así en los problemas domésticos.

EL EFECTO TRUMP
En el discurso con el que celebró su victoria de noviembre, Trump había señalado que volvía a la presidencia con un “mandato poderoso y sin precedentes”. No se equivocaba.
Triunfó en el voto popular, obtuvo la mayoría de electores indispensable para definir la presidencia y consiguió el control de ambas cámaras del Congreso. El tercer poder, el judicial, ya contaba con una mayoría conservadora en la Corte Suprema, consolidada durante su anterior gobierno.
La sociedad votó masivamente y le otorgó un poder de enorme extensión. El presidente republicano lo ejerce con un decisionismo que se expresa en un número inusitado de órdenes ejecutivas sobre todo tipo de temas, desde los inmigratorios a los impositivos y comerciales. Las elites cosmopolitas de Estados Unidos se muestran reactivas a ese poder y, aunque se muestran intimidadas por él, mantienen su capacidad de difundir interna y externamente su escepticismo y sus reparos.
La cúpula de la Unión Europea tiene sus propias razones para estar decepcionada ante el vigor disruptivo de un Presidente norteamericano que les aplica aranceles, asume la batuta para imponer un proceso de paz entre Rusia y Ucrania que no atiende demasiado al viejo continente y opina abiertamente sobre la política interna de sus países precisamente cuando las naciones más fuertes de la Unión, Alemania y Francia, afrontan crisis políticas y se debaten ante el prolongado parate de sus economía.
Trump presiona a Ucrania para que ponga fin rápidamente a la guerra admitiendo concesiones territoriales: le reclama que acepte ceder a Rusia parte de su territorio a cambio de la paz. También le pide que devuelva a Estados Unidos su ayuda militar con concesiones económicas y acceso a recursos minerales.
La política económica que Trump sostiene aspira a repatriar empresas industriales de capital estadounidense instaladas en otros países y a acoger empresas extranjeras que, si quieren vender en Estados Unidos, acepten producir y dar trabajo en Estados Unidos.
El instrumento principal con el que Trump eligió operar es la imposición de aranceles “recíprocos” a todos los países que exportan a Estados Unidos, particularmente altos para quienes mantienen a su favor el balance comercial. China es el objetivo principal de esa política, pero no el único. Del lado chino hay fuertes medidas de respuesta, que Trump ha revirado con más incrementos arancelarios.
Las primeras consecuencias de las medidas arancelarias unilaterales de Trump han sido billonarias caídas en las bolsas de todo el mundo, empezando por las norteamericanas. Una oleada de incertidumbre y pesimismo invadió los mercados del mundo y alimentó una vigorosa resistencia interna: muchos de los grandes inversores que contribuyeron generosamente a financiar la campaña electoral de Trump reclamaron, discreta o estentóreamente, que modificara esa política que parecía conspirar contra el comercio mundial y contra las propias compañías norteamericanas. A diferencia de Milei, su primer admirador argentino, Trump comprende que no conviene acelerar en las curvas riesgosas.
En cualquier caso, como para subrayar que la pausa decretada no equivale a un retroceso, mantuvo una carga de 10 por ciento para todos los países que venden a Estados Unidos y reforzó el arancel que aplicará a China: un 125 por ciento. Aunque subsiste el temor ante una guerra comercial que dañe indiscriminadamente, los mercados celebraron su propia victoria -el viraje de Trump- con una fuerte recuperación bursátil y un cambio de pronósticos: ya no vaticinan, como una semana atrás, recesión en Estados Unidos. Solo prevén un mínimo incremento del PBI de menos de 1 punto.

LA APUESTA DE MILEI
Para el gobierno libertario la presidencia de Donald Trump es un combustible indispensable. Javier Milei apostó tempranamente a Trump y eso le ha valido una cercanía que lo distingue en la política continental y se ha convertido en una carta importantísima para un presidente como el argentino que gobierna sin estructuras políticas, territoriales e institucionales sólidas y confiables. Habría que destacar el dato común del hiperpresidencialismo, que ambos mandatarios ejercen: Trump, en su primer mandato, tuvo que circunscribirlo por las restricciones clásicas de la democracia bipartidaria norteamericana, límites que ahora se diluyen ante su “mandato poderoso y sin precedentes”.
El hiperpresidencialismo de Milei ha sido estimulado por su apalancamiento en la opinión pública, las vacilaciones de gobernadores y opositores legislativos y, más ampliamente, por la disgregación del viejo sistema político y la ausencia de una fuerza alternativa de rasgos superadores, no restauradores. Los límites provienen de su escasa fuerza territorial, parlamentaria y organizativa, potenciada por daños autoinfligidos (que, hay que decirlo, se han multiplicado en los últimos meses al compás de la sangría de reservas y las crecientes dificultades financieras).

DAÑOS AUTOINFLIGIDOS
La Casa Rosada ha sufrido en pocos días dos derrotas parlamentarias de peso. En primer lugar, los pliegos de Ariel Lijo y Manuel García Mansilla, los dos jueces supremos que él designó por decreto, fueron rechazados por el Senado. Es la primera vez, desde que se recuperó la democracia, que una propuesta de esta naturaleza del Poder Ejecutivo es contrariada así por la Cámara Alta. Aunque recibió abundantes señales de que se aproximaba a una curva peligrosa, Javier Milei quiso mantener su aventurado compromiso de acelerar a toda costa y se estrelló contra la mayoría de los senadores. En segundo lugar, la oposición, con ayuda de muchos que solían darle una mano al oficialismo, votó por la creación de una comisión investigadora que estudie los pormenores del lanzamiento de la criptomoneda Libra, instrumento de una vidriosa maniobra que el Presidente confesó haber contribuido a difundir.
Estos reveses se dan enmarcadas por las dificultades económicas (propias e inducidas) y de los preparativos de un proceso que resulta especialmente vital para el oficialismo: en octubre se librarán los comicios de medio término, primer examen electoral de la marcha del gobierno.
Hay algunos comicios que operarán como aperitivos. El domingo en Santa Fe se eligen convencionales para una asamblea que tendrá la tarea de reformar la constitución provincial. Será el bautismo político de Karina Milei como Jefa partidaria y estratega de campaña de los libertarios. No se espera que consiga un triunfo, pero salir más abajo del tercer puesto se parecería bastante a un fracaso.
Más cerca, la elección porteña del 18 de mayo, pese a su carácter local, está llamada a concentrar durante algunas semanas la atención política nacional. Allí se juega una pulseada decisiva en el seno de las fuerzas de centroderecha: La Libertad Avanza quiere ratificar su hegemonía en ese segmento derrotando al Pro de Mauricio Macri en su propio territorio y dando un primer paso para controlar el distrito en las elecciones generales de 2027.
El macrismo afronta el desafío del oficialismo nacional en condiciones de debilidad: ha perdido a los aliados que lo acompañaron en Juntos por el Cambio y se desangra en deserciones ostensibles y potenciales; entre las primeras se destacan los dos últimos precandidatos presidenciales de su fuerza: Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, ella volcada al mileísmo y Larreta reivindicando una actitud moderada y autónoma. Aunque siguen verbalizando que “el principal enemigo es el kirchnerismo”, el macrismo y La Libertad Avanza afrontan esta elección porteña sabiendo que lo principal es su oposición recíproca.
Karina Milei puso a la cabeza de su lista a Manuel Adorni, el vocero presidencial. Convertir al vocero en un concejal de la ciudad revela que el mileísmo invierte fuerte en la ciudad de Buenos Aires, porque atribuye a este duelo un significado más importante que el de un comicio de distrito. La designación de Adorni también evidencia que a los libertarios no le sobran cuadros políticos; tienen que desvestir un santo para cubrir otro.
Por la franja que abre la pelea entre libertarios y macristas, Leandro Santoro intentará filtrar una candidatura opositora que, aunque nutrida por elementos peronistas, kirchneristas, radicales y progresistas se insinúa como una opción poskirchnerista y parece buscar un horizonte diferente.
En cierto sentido, las candidaturas de Rodríguez Larreta y del libertario disidente Ramiro Marra podrían contribuir a un eventual éxito de Santoro, ya que lo que ellos sumen seguramente reducirá los votos de Pro y La Libertad Avanza.
En cualquier caso, lo que muestra la elección en CABA confirma el paisaje de dispersión que extiende la diáspora del viejo sistema político.
Como en un juego de espejos invertidos, así como Santoro puede colarse en la Capital a expensas de la división de las fuerzas violeta y amarilla, la convergencia de estas puede capitalizar en la provincia la quebradura que experimenta el oficialismo bonaerense entre el cristi-camporismo y el neokirchnerismo que quiere encarnar el gobernador Kicillof, una fragmentación que ilustra el paulatino eclipse del liderazgo de Cristina Kirchner y el retroceso de su fuerza política en su último santuario, la provincia de Buenos Aires.
La disgregación del sistema político, que temporariamente ha sido una ayuda para Javier Milei, observada con más perspectiva revela un cuadro de vulnerabilidad nacional. El Presidente argentina tiene pocas bases sobre las que apoyarse. Así, Milei tiene razones para su euforia trumpista: la Casa Blanca aparece como un sostén firme para la Casa Rosada- Trump envía la semana próxima como procónsul a su secretario del Tesoro, Scott Bessent, y eso alimenta la idea de que Washington dará una mano para mejorar la ayuda que está por concretar el FMI.
Por encima de eso, si se quiere, Milei alienta la intuición de que se abre una era de enorme dinamismo en la historia mundial que puede coincidir con la reconfiguración política y la apertura de nuevas posibilidades para él.
En todo caso, la necesaria reconfiguración política de Argentina puede haberse iniciado con la irrupción del jefe libertario, pero seguramente seguirá su curso.