Siete días de política
Mientras CFK daba clases de economía se fue Martín Guzmán
Finalmente la crisis inflacionaria, la presión de la vice y el aislamiento creciente de Alberto Fernández terminaron con la gestión del ministro que había cerrado el acuerdo con el FMI
Cuatro meses seguidos con una inflación superior al 5%, dos corridas cambiarias en 30 días, los embates de la vicepresidenta Cristina Kirchner que ayer en Ensenada dijo como al pasar que la situación del país era “grave” y que por eso consultaba hasta economista neoliberales, y la debilidad política de su único sostén, Alberto Fernández, fueron demasiado para el discípulo de Joseph Stiglitz. Subió su renuncia en Twitter cuando se veía venir el guadañazo presidencial.
En Olivos la reacción fue de sorpresa. El presidente demostró una vez más su desconexión con la crisis que se supone debe pilotear. Fuentes de su entorno admitieron que habían visto retraído al ministro en el acto de la CGT, pero nadie imaginó que se iría tan rápido.
Las mismas fuentes señalaron que insistía con que la mayor sangría de dólares se daba por la Secretaría de Energía en manos del kirchnerismo. Le pidió al presidente que hiciera renunciar a los referentes de La Cámpora. El presidente le pidió 48 horas. Se hartó de que no le cumplieran y dio el portazo.
El hecho abre un nuevo capítulo del gobierno de Fernández y agrava una crisis de pronóstico cada vez más alarmante. Tanto la crisis económica como la política.
El nuevo capítulo es de final incierto, porque Guzmán había terminado aceptando que algún tipo de ajuste fiscal había que hacer, pero sus adversarios en la interna del gobierno saben que con ajuste no hay posibilidad alguna de ganar el año que viene. Su autoeliminación es un golpe del que Fernández difícilmente se recupere.
En pocas palabras, al tembladeral económico se agregó desde anoche una crisis de gabinete terminal. El desorden político que la renuncia del ministro pone de manifiesto es sólo comparable con la anemia de poder de un presidente que por el actual camino no va a poder darle dentro de poco órdenes ni al personal administrativo de la Casa Rosada.
El primer tramo de la gestión Fernández había transcurrido en el silencio de Cristina Kirchner. La parodia de poder funcionaba. El segundo comenzó con la derrota en las PASO, lo que provocó primero las críticas de su mentora y finalmente el enfrentamiento directo con chicanas públicas entre ambos. Hasta ese momento había una suerte de empate.
Pero ese segundo tramo terminó con la fuga de Guzmán y la exposición pública de la debilidad del presidente.
Ahora comienza una etapa en la que las dudas son políticas, porque Guzmán puede volver a Columbia, pero a Fernández le queda un año y medio de mandato en la más completa soledad o, lo que es más complicado, a merced de la vice y del kirchnerismo más duro. El reemplazante de Guzmán será un indicio de qué cantidad de poder le permite conservar CFK.
Además de las turbulencias de los mercados a Guzmán se lo llevó la campaña presidencial que está arrancando con demasiada anticipación. La vicepresidente se ve venir una derrota y quiere pegar el volantazo. Se ignora en qué dirección, pero seguramente mañana los mercados van a dar un veredicto que difícilmente sea optimista. Hay indicios de sobra en el sentido que el remedio K puede ser peor que la enfermedad.
El discípulo de Stiglitz era un obstáculo para la campaña kirchnerista, no sólo por su gestión, sino porque había llegado a un entendimiento con el FMI y aceptado un plan de ajuste “light”, pero un plan de ajuste al fin que ponía límites al “modelo” y al relato kirchnerista.
La pelea por el aumento de las tarifas, por ejemplo, fue decisiva para que la vice lo desahuciara. Sabe que la clase media que todavía la vota se va a alejar apenas lleguen las facturas actualizadas.
Guzmán nunca pudo planificar una solución medianamente racional para el problema ni echar a los funcionarios kirchneristas de Energía que no le respondían. Lo último que le detonó en la cara por esa situación fue la crisis del gasoil.
Los productores agrícolas y los transportistas están en pie de guerra porque falta combustible. Y se importa menos combustible del necesario por la falta de rentabilidad debido los precios locales. Era imposible resolver el problema si las medidas necesarias son bloqueadas desde dentro del mismo gobierno.
Según lo que escribió Guzmán en la renuncia, su plan estaba funcionando, lo que vuelve incomprensible la decisión de alejarse, pero toda la lógica del discurso oficialista es surrealista. Fernández atribuyó, por ejemplo, la falta de dólares a una supuesta crisis de crecimiento, demostrando por enésima vez la insalvable distancia que lo separa de la realidad.
En suma, la caída de Guzmán redefine la relación de fuerzas entre el presidente y la vice, en detrimento del presidente, pero definición de la puja no facilita una salida para la crisis. Más bien la complica. Fernández va en camino a convertirse en Guido.