Matisse y Picasso: Los límites de la vida y la creación
El 3 de noviembre de 1954 murió Henri Émile Benoît Matisse a consecuencia de un cáncer de duodeno. Sabiendo de su fin inexorable porque el mismo Matisse se había resistido a ser operado por las discrepancias diagnósticas de los médicos, declaró: “La única persona con derecho a criticarme es Picasso”.
Al enterarse Picasso de este comentario se limitó a decir: “Al fallecer Matisse, me dejó sus odaliscas como legado”. Casi 20 años más tarde, cuando Picasso ya había vivido más de 90 años ,antes de morir el 8 de abril de 1973 de una insuficiencia cardíaca, le brindó un último homenaje al hombre que, según él, había revolucionado al arte moderno: “Considerando todas las cosas que vi, solo está Matisse”.
La relación entre estos colosos de la pintura del siglo XX comenzó en 1906, cuando los hermanos Stein, Gertrude y Leo, llevaron a Matisse a visitar el estudio de un joven Picasso que apenas hablaba francés.
Los artistas tenían dos personalidades diametralmente opuestas, pero compartían la misma búsqueda de nuevos valores estéticos .
Mientras que Picasso había sido un niño prodigio cuya primera palabra en pronunciar fue “lápiz” y que a los 15 años ya había superado a su padre –también pintor– (de allí la frase: "A los 3 años pintaba como Velázquez, me tomó toda un vida pintar como un niño de tres años"), Matisse había descubierto su amor por la pintura a los 22 años cuando a raíz de una cirugía de apendicitis se vio obligado a guardar reposo, y para distraerse empezó a dibujar. De allí en más, abandonó sus estudios de abogacía y, contrariando los deseos de sus padres, y decidió convertirse en artista plástico. Ingresó a la École des Beaux-Arts, donde se relacionó con pintores como Rouault, Dufy y Bonnard.
Cuando Picasso llegó a París en 1902, Matisse había abandonado “la tiranía del Puntillismo”. Junto a André Derain habían liberado su paleta y desatado sus formas. El crítico Louis Vauxcelles los llamó fauves (es decir, “bestias salvajes”), y años más tarde, el mismo Vauxcelles, bautizó como cubista (bizarreries cubiques) a la obra de Braque y Picasso.
Desde el comienzo se estableció entre Matisse y Picasso una curiosa relación que podría definirse como una rivalidad con respeto: una guerra de pinceles, o un debate en colores.
Matisse era más tradicional y figurativo, con sus deliciosos paisajes y odaliscas que evocaban a Ingres, mientras que Picasso se basaba en una violenta abstracción que rompía tradiciones. Sin embargo, era su ferviente admirador. “Nadie ha estudiado tanto a Matisse como yo… si no estuviese trabajando en el cubismo, probablemente estaría pintando como Matisse”, declaró.
En 1906, con la exposición Le bonheur de vivre (un cuadro poco conocido porque pertenece a una colección privada), Matisse fue cuestionado por la sociedad parisina, pero Picasso vio en esa obra el comienzo de una nueva etapa de la pintura.
Este cuadro, de una u otra forma, sirvió de inspiración para Las señoritas de Avignon (vale aclarar que Avignon es una deformación fonética que se refiere a una calle Avinyó, en el distrito rojo de Barcelona y no a la localidad francesa). En este cuadro aparecen las máscaras africanas que Picasso había admirado en el estudio de Matisse, lo que marcó su primera aproximación al arte primitivo.
En su visita al Museo Etnográfico de París, Picasso tuvo una epifanía que esclareció su búsqueda estética: “Allí entendí por qué soy pintor. Solo, en el museo, rodeado de máscaras y figuras de indios americanos, exorcicé a mi cuadro… debía terminar a mis Señoritas”.
Su intención original era pintar a un marinero rodeado de prostitutas, pero la obra terminó con las señoritas mirando al espectador. Mientras el español concluía esta obra, conoció un nuevo cuadro de Matisse: Desnudo azul (Recuerdo de Biskra), con reminiscencias de las obras de Cézanne y Gauguin. Este desnudo solo cosechó críticas malevolentes. El mismo Picasso le confesó al escritor Walter Pach al mirar la obra: “No sé lo que estaba pensando…”
Por su parte, tampoco Matisse entendía a las Señoritas, al igual que gran parte de la colonia artística parisina, incluidos George Braque, Ambroise Vollard y hasta los mismo hermanos Stein, siempre tan permeables a las nuevas formas de expresión. Picasso, frustrado, puso a las Señoritas a un costado y por un tiempo la obra permaneció oculta en su taller.
NUEVOS HORIZONTES
En busca de nuevos horizontes, el malagueño, retomó los conos, cilindros y esferas de la obra de Cézanne, y marcó un nuevo rumbo en la pintura: el cubismo. También Matisse le tenía respeto a la obra de Cézanne, pero mientras Picasso descomponía sus figuras, Matisse tomaba las partes más luminosas de sus imágenes.
En el otoño de 1907, Matisse y Picasso intercambiaron pinturas: cada uno le daría al otro la que consideraban su peor obra. Picasso eligió un retrato de Margarita, la hija de Matisse, mientras éste eligió una naturaleza muerta con limones del pintor español. Algunos autores afirman que Picasso y sus amigos utilizaban el retrato de Margarita para jugar a los dardos, usando su nariz como blanco. Otros dicen que esto era una exageración malintencionada, porque tanto Matisse como Picasso tenían una alta opinión del otro como artista y creador.
De hecho, fue Matisse quien le presentó a Picasso a un millonario ruso llamado Serguéi Shchukin, un coleccionista de obras de los impresionistas. Este había atesorado una inmensa colección, pero se vio obligado a abandonar Rusia después de la Revolución de Octubre. La mayor parte de su pinacoteca, que incluía obras de Matisse, Renoir, Monet, Picasso, etc., fue confiscada por el gobierno soviético y exhibidas en museos públicos. Estas obras no pueden abandonar Rusia porque los descendientes de Shchukin ya han interpuesto varias acciones legales con miras a recuperar las obras de su ancestro.
Durante la Segunda Guerra, Matisse se fue a vivir a Estados Unidos, a pesar que su esposa y su hija fueron retenidas por la Gestapo. En sus últimos años volvió a Francia donde su obra de forma más simples y menos figurativas , recogieron el baño de luz del mediodía francés .
Durante la ocupación nazi, Picasso se quedó en París con sus minotauros. El español, a pesar de su conocida inclinación política, no fue molestado por los alemanes .Una sola vez, un grupo de oficiales visitaron su estudio y al ver su Guernica, le preguntaron quién había hecho eso. Dicen que Picasso le contestó: “Ustedes” ...
Mattise y Picasso continuaron por caminos distintos, pero esa divergencia coincidía en los cánones que ambos querían romper.
Su última discusión se dio cuando Picasso criticó a Matisse por decorar la Capilla del Rosario de Vence (Francia) a pedido de una amiga que era monja .
“¿Crees en esas cosas?”, lo fustigó el español al francés que ya sabía que tenía los días contados ... Matisse no quiso seguir la discusión y con los años, Picasso le dió la razón porque entendió que cada uno de ellos no pintaba la realidad sino “la emoción que produce”.