Massa-Milei o la abolición del Régimen

Señor director:

La democracia nos ha tejido una nueva emboscada. El próximo 19 de noviembre estamos llamados a votar por el menos dañino de dos candidatos que compiten con esfuerzo y denodado esmero por ver quién es el peor. La disyuntiva parece indescifrable, pero vamos a esbozar la solución: no votar. No votar no significa no participar en política. Al contrario, es ir al rescate de la auténtica política. La abstención es el primer paso hacia algo que debe empezar a organizarse.

No se puede seguir depositando confianza en el régimen. Gane quien gane, la Argentina se precipita al abismo económico y social. El sistema político que nos ha arrastrado hasta acá no tiene ninguna herramienta para ofrecer alternativas saludables a futuro. Basta de pedir peras al olmo. Cuarenta años de penosa democracia, enhebrados a un calamitoso ciclo de gobierno militar, han hecho de la Nación un conjunto de escombros humeantes.

La crisis política, económica y social que desangra la Patria, tiene raíz moral y trasfondo religioso. Y esto es algo que va más allá de los nombres propios. El problema es institucional. El Estado Constitucional Moderno es una telaraña de aviesas instituciones en franca oposición a la sociedad tradicional, al bien común temporal y a Dios mismo, bien común trascendente.

Podríamos ir a buscar la primera célula cancerosa al siglo XIX, pero por ahora basta con señalar, para aquellos que aún vibran entusiasmados con la liturgia de los comicios, que -desde la restauración de la democracia liberal en 1983 a hoy- el país se ha sumido en su noche más oscura. Las estadísticas lo claman, el ojo atento lo percibe, pero los incautos e ingenuos prefieren insistir con el sufragio universal y la mitología de la soberanía popular. Asistir a las próximas elecciones, es la actitud del perro que vuelve sobre su vómito.

No se trata de ‘realpolitik’ sobre ‘principismo moralista’. El pragmatismo sin anclaje en la religión verdadera o en una sana concepción y praxis política no resuelve nada. Los hombres no pueden conservar la unidad ni vivir en la justicia y la concordia si no empiezan por hacer las paces con Dios, nuestro primer legislador. No está de más recordar que la autoridad política humana es subalterna de la divina. Esa subordinación es la base elemental para un gobierno recto.

La única propuesta católica admisible que veo es forjar un robusto Frente Católico. Organizado, con un plan de lucha, pero sobre todo con un genuino y viable plan de gobierno, basado en la doctrina política y social de la Iglesia, para que llegado el momento del estallido social -y se repita el ‘que se vayan todos’, que es inexorable porque nada ha cambiado- podamos ofrecer una propuesta realmente distinta. Necesitamos nuclearnos en un amplio movimiento -no partido político, no ir a elecciones, ni dejar que el sistema vaya licuando convicciones- para cuando llegue esa nueva hora de la espada dar el paso valiente que la Patria exige.

El régimen es impotente para proveer verdad, virtud, cultura, unidad, orden, desarrollo, etc. No puede dar lo que no tiene. Sí puede generar y propagar confusión, mentiras, errores, división, desorden, decadencia, cálculos egoístas, etc. Su viciada configuración institucional corrompe y a la vez cercena las posibilidades reales de reforma. En esto contribuyen los diferentes espacios políticos, que alternan periódicamente sus actores, para todos participar en la erosión de la Nación. Cuando rara vez un hombre de bien llega a una instancia de poder, su posibilidad de acción es casi nula. El régimen está diseñado para neutralizar a los patriotas virtuosos con decisión de cambiar las cosas, y permitir que se imponga el influyente y sibilino poder del dinero.

Por eso, la única alternativa posible es la abolición del régimen y la restauración de la Patria católica. Reespiritualizar al hombre y perfilarlo a su destino trascendente para que recupere su dignidad, es el verdadero cambio. Pero este viraje antropológico que condiciona toda la vida política y necesita de la recuperación de las instituciones naturales, no se hace en debates interminables y procesos burocráticos kafkianos donde se cambian detalles para que no cambie nada. Hay que superar esa falsa política y adoptar una nueva dinámica. Es con un impulso enérgico de líderes y cuadros políticos católicos que se debe iniciar una gran reforma estructural. Esa es la invitación que nos va a hacer la historia y tenemos que estar preparados. Argentina necesita una gesta cristera. Argentina necesita una contrarrevolución.

IGNACIO BALCARCE

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