Mario Boyé, El Atómico
El baúl de los recuerdos. Forjó una carrera de goleador amparado en la potencia de su remate. Se ganó la idolatría de la hinchada de Boca y fue decisivo en el tricampeonato de Racing.
“Yo te daré / te daré niña hermosa / te daré una cosa / una cosa que empieza con B / ¡Boyé!”. El canto brotaba con una fuerza descomunal en la tribuna de Boca. La hinchada confesaba así su amor por un goleador impiadoso: Mario Boyé. La Ribera vibraba cada vez que encaraba en diagonal y definía con sus potentes remates. Esos disparos eran su firma personal, la que le permitió también ser reconocido en Racing y en la Selección argentina. La sorpresiva violencia con que la pelota dejaba su botín derecho lo inmortalizó como El Atómico.
No había sutileza en el juego de Mario Emilio Heriberto Boyé, nacido el 30 de julio de 1922 como el hijo mayor del matrimonio de Armando Mario Boyé e Isabel Concepción Auterio. Para nada. No enamoraba a los hinchas por sus gambetas o por la habilidad con la que se abría paso hacia el arco de enfrente. Su encanto radicaba en la fuerza bruta con la despedía el balón en dirección a la valla rival. También por su endemoniada velocidad y sus precisos cabezazos. Nadie aguardaba lujos de su parte, pero todos sabían que su presencia garantizaba que al menos un gol iba a hacer.
En Boca se despachó con 124 en 230 partidos y aún hoy es el sexto máximo artillero de la historia, detrás de Martín Palermo (236 conquistas), Roberto Cherro (218), Francisco Varallo (194), Domingo Tarasconi (191) y Jaime Sarlanga (129). Durante sus días en Racing festejó 33 tantos en 84 cotejos y en sus breves pasos por el Genoa italiano y Huracán también hizo gala de su efectividad. En el elenco genovés logró 14 en 20 encuentros y en Parque de los Patricios sumó siete en 20 presentaciones. Sí, era un artillero temible El Atómico…
El Atómico avanza en la cancha de Boca, ganándole en velocidad a un rival y con el arco entre ceja y ceja.
Las cifras daban cuenta de su contundencia, pero los números no alcanzaban para explicar una suerte de anomalía histórica. Boyé jugaba como puntero derecho. Pero no era uno de los clásicos wines de las décadas del 40 y 50. En tiempos en los que exponentes de ese puesto cosechaban aplausos por la exacta combinación de habilidad, potencia y rapidez para abrir surcos por los flancos de las defensas, El Atómico jugaba a otra cosa. Lo suyo eran las peligrosas entradas en diagonal y sus corridas a toda velocidad para definir tras recibir los precisos pases de sus compañeros.
Boyé fue el primer puntero en liderar la tabla de goleadores de un certamen de Primera División. Ocurrió en 1946, cuando festejó 24 veces. Relegó por uno a Camilo Cerviño, de Independiente, un wing con buen poder de fuego. Otro ejemplo de alero de ese entonces con el arco entre ceja y ceja era el Payo Manuel Gregorio Pelegrina, quien todavía hoy se mantiene como el principal goleador de Estudiantes de La Plata. Se trataba de contadas excepciones. La mayoría, como Juan Carlos Muñoz y Félix Loustau (ambos de River), El Chueco Enrique García y Ezra Sued (Racing) asombraban con sus gambetas y sus centros perfectos.
Como todas las figuras de la época, apareció en la tapa de El Gráfico.
GOLES Y TÍTULOS A GRANEL
Increíble pero real, cuando en 1941 asomó en la Primera de Boca -se incorporó al club cinco años antes para jugar en Sexta División- la hinchada lo resistía. En un amistoso con Argentinos Juniors el público le hizo saber su descontento gritándole “¡tronco!”. Enojado, el temperamental hombre de 19 años abandonó la cancha y les arrojó su camiseta a los espectadores. Esa impresión inicial se modificó en un abrir y cerrar de ojos: cerró esa temporada con seis goles en 17 partidos.
Para él resultaba fundamental el aporte de sus compañeros. Necesitaba que lo abastecieran para quedar cara a cara con los arqueros. Su primer socio fue Luis Antonio Carniglia, conocida en el mundo del fútbol como Yiyo y famoso por haber dirigido técnicamente al Real Madrid cuando obtuvo la Copa de Europa -la hoy célebre Champions League- en 1958 y 1959 con Alfredo Di Stéfano como figura. Cuando compartían el plantel de Quinta División, Boyé le pagaba la mitad de los tres pesos que su padre le había prometido por cada tanto señalado si Yiyo colaboraba en la definición.
Cuando Carniglia dejó Boca para desempeñarse primero en Chacarita y luego en las ligas de México y Francia -con una escala intermedia por Tigre- aparecieron otros calificados cómplices como Pio Corcuera, Carlos Sosa y Sarlanga. El primero era lo que entonces se conocía como peón de brega, es decir un mediocampista con mucho sacrificio e inteligencia para encontrar al delantero mejor ubicado; Lucho Sosa fue un excepcional lateral por la derecha especializado en enviar centros para el cabezazo de Boyé y Piraña se lucía como exquisito centrodelantero al mejor estilo de un falso 9.
Boyé está sexto en la tabla histórica de goleadores de Boca.
El 15 de junio de 1941 le puso la firma a su primer gol en el 4-2 sobre Lanús por la 12ª fecha del certamen de ese año. Boyé abrió la cuenta a los cuatro minutos de juego en ese encuentro disputado en la cancha de San Lorenzo, en la que los xeneizes fueron locales. Su víctima fue el arquero Dante Basilisi, quien en esa ocasión defendió por única vez la valla granate. Aunque ese año terminó con otros cinco aciertos, le costó afianzarse, pues en 1942 solo aportó dos tantos en 11 cotejos.
A partir del 43 Boyé apareció en todo su esplendor. Se convirtió en una pieza clave del equipo conducido técnicamente por Alfredo Garasini que se consagró campeón ese año y el siguiente. Ese Boca se instaló en la memoria del público como uno de los más emblemáticos junto con el del Toto Juan Carlos Lorenzo en la década del 70 y el de Carlos Bianchi a fines del siglo XX y principios del XXI. Ese elenco xeneize se apoderó de dos títulos consecutivos en un tiempo en el que reinaba La Máquina de River.
Claudio Vacca; José Marante, Víctor Valussi; Lucho Sosa, El Pibe de Oro Ernesto Lazzatti, Natalio Pescia; Boyé, Corcuera, Sarlanga, el uruguayo Severino Varela y Mariano Sánchez integraban la alineación habitual. El Atómico colaboró con 28 conquistas -14 por torneo- para la consagración de un equipo que poseía una fantástica capacidad ofensiva y una firme retaguardia. Los principales anotadores de ese período fueron Varela, con 35 y Sarlanga, con 31.
El Boca campeón de 1943 y 1944 quedó en la memoria de los hinchas xeneizes.
Los tantos del Atómico se daban con una llamativa frecuencia. Fueron 19 en 1945, 24 en 1946, 18 en 1947… A nadie le llamaba la atención si los goles llegaban en cascada: le hizo tres a Huracán en 1944, a Tigre en 1946, a Atlanta y a Estudiantes en 1947, a Gimnasia en 1948 y a Newell´s en 1954. Sí, era implacable.
Además de los campeonatos de 1943 y 1944 se alzó con otras dos competiciones de esos tiempos: la Copa Ibarguren del 44 y la Copa de Competencia Británica de 1946. Se había afianzado como uno de los hombres más admirados del equipo y los hinchas hacían añicos sus cuerdas vocales con aquello de “Yo te daré / te daré niña hermosa / te daré una cosa / una cosa que empieza con B / ¡Boyé!”.
AMÉRICA A SUS PIES
Se antojaba inevitable que un jugador con las cualidades de Boyé no fuera parte de la Selección. Guillermo Stábile, el antiguo goleador del Mundial del 30, no dudó en citarlo en un momento en el que en estas latitudes sobraban los delanteros de un nivel excepcional. El goleador de Boca debutó en el Sudamericano de 1945: el 31 de enero integró la línea de ataque con Vicente de la Mata (Independiente), René Pontoni (San Lorenzo), Rinaldo Martino (también del Ciclón) y Pelegrina (Estudiantes).
Los tiempos de la Selección, con el DT Guillermo Stábile, René Pontoni y Rinaldo Martino.
En esa ocasión, Argentina se impuso 4-2 a Ecuador en su segunda presentación en ese certamen que se disputaba en Uruguay. El 7 de febrero, El Atómico selló su primer tanto vestido de celeste y blanco en el 9-1 sobre Colombia. Los albicelestes consiguieron el título continental en un momento en el que América se rendía a los pies del Seleccionado de Stábile. La serie triunfal había arrancado en 1941 en Chile y se extendió a lo largo de casi toda la década del 40.
En el 46 se disputó otra edición de lo que hoy se conoce como Copa América y Boyé fue parte del conjunto campeón. En esa ocasión, sin embargo, solo dio el presente en el debut contra Paraguay y fue expulsado a los 40 minutos del primer tiempo. Su puesto fue ocupado en el resto de la competición por Juan Carlos Salvini (Huracán) y De la Mata.
El tricampeonato se hizo realidad en 1947 en Ecuador con El Atómico como titular inamovible. En ese momento sus acompañantes eran Norberto Tucho Méndez (Huracán), Di Stéfano, José Manuel Moreno y Loustau (los tres de River). Anotó dos veces en el 7-0 contra Bolivia, una en el 3-2 sobre Perú y otra en el 6-0 frente a Colombia.
Fue titular inamovible en el Seleccionado que ganó la Copa América en 1947. Ya había ganado las de 1945 y 1946.
Después de un paréntesis de cuatro años regresó en 1951 al elenco nacional en una jornada memorable. El 9 de mayo pisó el césped de Wembley en la ajustada derrota por 2-1 a manos de Inglaterra. Boyé marcó el tanto argentino en ese encuentro en el que se convirtió en leyenda el arquero de Vélez, Miguel Ángel Rugilo, quien, desde entonces y para siempre fue El León de Wembley.
Ese día, como suele pasar en Londres, llovía. Luis Elías Sojit les decía a quienes seguían el emocionante partido a través de la radio que se vivía “un día peronista”. La ocurrencia del famoso relator era una burda mentira, pero, al mismo tiempo, constituía un acto de militancia para exaltar la figura del presidente Juan Domingo Perón en una jornada que en su imaginación era soleada y brillante y coincidía con la destacada labor de la Selección contra los inventores del fútbol.
Boyé cerró su vinculo con el Seleccionado el 7 de diciembre de 1952 en Madrid, donde Argentina derrotó 1-0 a España. Su ciclo internacional abarcó siete años, con 17 partidos, siete goles y, sobre todo, tres títulos en el Campeonato Sudamericano, porque El Atómico tuvo a América a sus pies.
Durante siete años su presencia fue una constante en el ataque de la Selección.
SE ESCAPÓ
En 1948 se desató una huelga de futbolistas profesionales -la primera que sufrió el gobierno de Perón- y el torneo de ese año se completó con jugadores amateurs. El conflicto por mejores condiciones de trabajo se extendió a 1949 y la consecuencia fue un éxodo que redujo a la nada el potencial de los equipos argentinos. Las principales estrellas partieron a ligas que no estaban bajo la órbita de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) como Colombia y México. Otros, como Boyé, partieron a Italia…
Mientras todos sus colegas corrían detrás de los suculentos sueldos que ofrecían los equipos colombianos y mexicanos, El Atómico fue transferido por Boca al Genoa. De inmediato cautivó a los tifosi con cinco goles contra Livorno en un amistoso. Y en un encuentro oficial le marcó cuatro a Triestina… El Calcio le sentaba muy bien en lo futbolístico, pero su esposa, Elsa Elvira Vázquez, extrañaba horrores a su familia. Ni siquiera la consolaba la presencia de su suegra, quien viajó con la pareja…
Los mejores tiempos del Genoa habían pasado hacía mucho tiempo: había ganado la Liga por última vez en la temporada 1923/24 y la Copa Italia en 1937. El equipo deambulaba por la mitad de la tabla y solo por la irrupción goleadora de Boyé renacieron las posibilidades de reeditar los éxitos. Lo que nadie sabía era que el delantero no estaba dispuesto a prolongar demasiado su estancia, pues por más que colmaba de regalos a su mujer, eso no bastaba para mitigar la pena del desarraigo.
Tuvo un breve pero destacado paso por Genoa, donde protagonizó una fuga cinematográfica.
Después de 14 goles en 20 partidos, El Atómico decidió que no tenía sentido permanecer en la península. Y así, en silencio, emprendió la fuga. Lo primero que hizo fue enviar sus pertenencias a Buenos Aires en barco. Se quedaron casi con lo puesto. Aguantó hasta que se presentó la oportunidad que había estado esperando: Genoa debía visitar a Roma. Los vuelos internacionales solo partían desde el aeropuerto de Ciampino, en la Ciudad Eterna.
Se extinguía enero de 1950 cuando el plantel genovés viajó a la capital italiana para afrontar ese partido. Boyé aprovechó para pasar por la embajada argentina e hizo los trámites para el regreso. Su familia lo esperaba en la estación aérea. La única persona que estaba al tanto de sus planes era el centrodelantero Roberto Aballay (ex River, Banfield y San Lorenzo), uno de los tres argentinos que integraba el plantel junto con El Atómico y Ricardo Alarcón (con pasado en Boca, Platense y San Lorenzo).
Genoa perdió 3-0 y la delegación esperaba el micro para regresar a su ciudad. Pero faltaba un jugador. Los dirigentes notaron la ausencia e informaron a la policía. Los carabinieri detuvieron a Boyé en el aeropuerto. Al club le interesaba que devolviera parte de los tres millones de liras que había cobrado en forma anticipada. La cuestión se solucionó con la intervención del gobierno de Perón. Un funcionario hizo pesar un tratado internacional por el cual nadie podía impedir el traslado de un argentino a Italia o de un peninsular a la tierra del colectivo, la birome y el dulce de leche.
Cuando abandonó Italia se unió a Racing gracias a la intervención de un influyente miembro del Gobierno nacional.
Una vez en su país, el futbolista se encontró con un problema inesperado: su pase pertenecía al Genoa y no podía incorporarse a ninguna liga que estuviera bajo la órbita de la FIFA. Pensó en Millonarios, de Colombia, como la alternativa más adecuada. Lo esperaba el Ballet Azul, un equipazo en el que brillaban Adolfo Pedernera, Di Stéfano, Julio Cozzi, Néstor Pipo Rossi, Hugo Reyes y Antonio Báez, entre otros argentinos. Pero Boyé tenía una deuda con el Gobierno nacional y la tuvo que pagar.
ACADÉMICO Y CAMPEÓN
Ramón Cereijo, ministro de Hacienda de la gestión peronista, era un ferviente hincha de Racing. Su cercanía con el Presidente había sido clave para que La Academia recibiera créditos a tasas blandas para la construcción de su estadio. Deportivo Cereijo le decían burlonamente a la entidad de Avellaneda por la innegable influencia del funcionario en el desarrollo de la institución. Lo cierto es que el encargado de manejar las cuentas del país le hizo recordar a Boyé que el Gobierno lo había ayudado a regresar de Italia y que para agradecer ese gesto se iba a ver con buenos ojos su incorporación a Racing.
El propio Cereijo se encargó de solucionar el diferendo con la FIFA. El conjunto albiceleste acababa de dejar atrás un largo período sin títulos con su consagración en el torneo de 1949. El técnico era Stábile, quien al mismo tiempo estaba al frente de la Selección argentina. Contaba en Avellaneda con un plantel de lujo. En la ofensiva actuaban Salvini, Tucho Méndez, El Maestro Rubén Bravo, Llamil Simes y El Turco Sued. Boyé se sumaba para adueñarse del puesto de wing derecho e incrementar el poderío de un equipo temible.
Con la camiseta de Racing en una época en la que el campeón del año anterior llevaba el escudo de la AFA en el pecho.
Las huestes del Filtrador Stábile confirmaron su supremacía con una cómoda consagración con ocho puntos de ventaja sobre Boca. Sacaron casi el 70 por ciento de los puntos en juego y (47 sobre 68) y anotaron 86 veces, a un promedio de 2,52 por partido. Le ganaron al menos una vez al resto de los cinco grandes del fútbol local: 2-0 a los xeneizes en Avellaneda, 3-1 y 4-2 a Independiente (la última en el estadio de la Doble Visera), 3-0 a River en el Monumental y 5-3 en el Cilindro y 2-0 a San Lorenzo en el antiguo Gasómetro de avenida La Plata.
Por si fuera poco, Racing derrotó 4-0 a Tigre como visitante y 4-1 en Avellaneda, a Ferro lo venció 5-1 como local en la cancha de Independiente y 4-1 en Caballito, superó 6-0 a Atlanta, 3-0 a Banfield y 4-1 a Platense en el antiguo escenario de los calamares en Manuela Pedraza y Crámer. No quedaban dudas de su superioridad en esos tiempos.
Boyé estuvo en 30 partidos -solo se perdió cuatro- y marcó 11 goles. Junto con Bravo (11 en 23) escoltaron al máximo anotador académico de ese certamen, Simes, con 20 en 31 encuentros. La contribución de los hombres de ataque incluyó, además, 12 conquistas de Tucho Méndez, diez de Manuel Blanco, ocho del Turco Sued, tres de Manuel Ameal y una de Salvini.
En los 12 meses siguientes, el bicampeón se topó con un obstáculo impensado: Banfield. El equipo que dirigía Félix Zurdo consumó una hazaña histórica al terminar en la cima de la tabla sin ser parte del famoso quinteto de conjuntos más poderosos del país. Debió haber sido el campeón, pero se modificó la forma de definir el título con el torneo en marcha -nada distinto de lo que sucede en el siglo XXI- y se quedó con las manos vacías. En cambio, las de Racing terminaron llenas.
Banfield igualó el primer puesto con La Academia, ambos con 44 unidades. El Taladro tenía mejor diferencia de gol (+30) que los de Avellaneda (+23) e incluso había señalado más tantos a lo largo de las 32 fechas (63 contra 60), pero cuando se aproximaba el cierre del certamen se optó por modificar los criterios de definición. En lugar de tomar en cuenta el saldo de goles a favor y en contra, se decidió disputar una final para desempatar.
El golazo a Banfield que le dio el tricampeonato a Racing en 1951.
El duelo decisivo se llevó a cabo en el Gasómetro y terminó 0-0. Pasaron cuatro días y los rivales salieron otra vez a escena para determinar quién iba a ser el dueño del título. Fue Racing, que con un tremendo remate de Boyé se impuso 1-0 y se convirtió en el primer tricampeón de la era profesional. El Atómico estuvo con la pólvora mojada y solo registró cuatro goles, pero uno de ellos sirvió para dejar todo en manos de las huestes de Stábile.
En los dos años siguientes continuó en la punta derecha del ataque -a veces también actuó como centrodelantero- y no perdió el hábito de ponerles su firma a los goles (11 en 1952 y siete en 1953). Pero, de a poco, fue perdiendo protagonismo. Surgió un fenómeno como Oreste Osmar Corbatta y Boyé fue cedido a préstamo a Huracán. En Parque de los Patricios mantuvo buenos números (siete tantos en 20 partidos) en un ataque en el que compartió cartel con dos veteranos artilleros con pasado en Estudiantes, Ricardo Infante y Pelegrina.
Regresó a Racing y, con el pase en su poder, recibió el llamado de su antiguo compañero Sarlanga para terminar su carrera en Boca. En 1955, a los 33 años y con la potencia de su remate intacta, pero con menos velocidad para desequilibrar, cerró su campaña con cinco goles en 18 encuentros. Sabía que le tenían reservado un rol secundario al que no estaba habituado y por eso a principios del 56 decidió que había llegado la hora de decir adiós.
Estuvo una temporada en Huracán. En ese equipo también dejó su sello goleador.
Antes de irse, saldó una cuenta pendiente: en un amistoso en Montevideo contra River le hizo cuatro goles al gran Amadeo Carrizo, uno de los más notables arqueros de todos los tiempos, tal vez el mejor. Si bien en su larga unión con la camiseta auriazul le había metido cinco tantos a los millonarios, nunca había podido con Amadeo.
Probó suerte como entrenador y sin demasiada relevancia pasó, entre otros clubes, por Flandria, Boca (en 1960), Temperley, All Boys, Deportivo Morón, Tigre, Newell´s y Nueva Chicago. Se alejó del fútbol y tuvo una famoso pizzería con Pontoni, su cuñado y amigo. En realidad, es mentira que se alejó del fútbol. Nadie pudo olvidar los goles del Atómico.
Con René Pontoni (a la derecha) estuvo al frente de una famosa pizzería en Ciudad de la paz y Blanco Encalada.