Al cumplirse cincuenta años del estreno del filme ‘La Raulito’, el recuerdo de una entrevista reveladora
Marilina Ross, antes de la metamorfosis
En pleno éxito en la televisión y el cine, en pareja con el actor Jorge Martínez, la actriz y cantante conversó sobre su relación con la más famosa hincha de Boca, sus inicios, el peronismo y su preocupación por el país.
María Esther Duffau, conocida como ‘La Raulito’, fue una famosa hincha del club Boca Juniors, que pasó por el reformatorio, la cárcel y el hospital psiquiátrico y que eligió adoptar una identidad masculina. Se rapó el cabello y se vistió de varón para que la molestaran menos en la cancha. A la vez, sus constantes cambios de imagen le hacían más difícil a la policía la tarea de encontrarla cada vez que infringía la ley. Cuando en 1969 la actriz Marilina Ross interpretó a ese personaje en el ciclo de televisión ‘Cosa juzgada’, se enamoró del mismo y durante varios años estuvo fatigando oficinas de productoras para representarlo en un largometraje. Ese proyecto personalísimo le marcó la vida.
Desde sus primerizos y triviales papeles televisivos hasta sus ya importantes actuaciones en 1975, su evolución modificó definitivamente su imagen de adolescente ingenua. Un camino que hace medio siglo, a sus 32 años, la actriz rememoró en un diálogo conmigo en una casa que por aquellas fechas compartía con su pareja, el actor Jorge Martínez. Aquel que se había hecho famoso con la publicidad ‘Soy un león vendiendo Durax’. Hablamos sobre cine, televisión, política, feminismo, la pareja.
No parecía ser el departamento de una estrella de cine; más bien se asemejaba a un refugio bohemio, un altillo de adolescentes. Cerca de la puerta, una guitarra custodiaba la escalera que llevaba hacia el ambiente principal. Sobre una de sus paredes, flanqueando los escalones y a modo de singular pasamanos, una docena de fotos - como si se tratara de un muestrario de la cara mansa y expresiva de la dueña de casa- me guió al piso superior. En ellas podía verse a Marilina Ross -protagonista de ‘La Raulito’ y del exitoso teleteatro ‘Piel Naranja’, con Arnaldo André- haciendo muecas, guiñando un ojo, riendo, llorando, sacando la lengua.
La escalera desembocaba en un amplio living, mezcla de biblioteca y sala de música. En un rincón, dos guitarras más, un órgano eléctrico, un grabador, varias maracas y un par de castañuelas. En un mueble de madera, las obras completas de García Lorca, un Quijote encuadernado en cuero, varios ensayos sobre el oficio de actor, un ejemplar de ‘El Don Apacible de Sholojov’, pero con sus páginas plegadas sin guillotinar y ergo sin leer... "No soy muy lectora -se disculpa Marilina al comenzar el reportaje-. Prefiero aprender escuchando, viendo, tocando. Las palabras limitan, no me alcanzan. Creo que se utilizan como defensa y a veces dificultan la verdadera comunicación".
Entre un libro de Ray Bradbury y ‘El varón domado’ había un yo-yo de plástico con su hilo roto. "Me lo regaló la verdadera Raulito -cuenta-. Lo hizo para mi cumpleaños y me explicó que no pudo salir a la calle para comprarme algo mejor. Claro, ella está presa".
Ese juguete, de algún modo, marcó los parámetros de la entrevista. La actriz y cantante fue enrollando y desenrollando su presente y su pasado, un trayecto contradictorio y fecundo: el que iba desde sus populares pero triviales actuaciones en cine y televisión -como ‘Hotel alojamiento’ o el programa ‘La nena’- a costosas realizaciones personales, íntimas.
La actriz habló de su personalidad y señaló cómo la fue desarrollando hasta convertirse -dijo- en una mujer totalmente distinta. No se percibía indicio alguno de que con el correr del tiempo iba a cambiar aún más. Que de casarse con un hombre pasaría a casarse con una mujer, y de cantar ‘Honrar la vida’ -uno de sus hits, escrito por Eladia Blázquez– se iba a convertir en militante del aborto. Lo que sigue son sus respuestas textuales a un interrogatorio que no evitó el tránsito por zonas difíciles: "Yo era bastante sectaria y si alguien no estaba de acuerdo con lo que pensaba, me negaba a dirigirle la palabra".
ENTRE REJAS
Marilina toma el yo-yo y por momentos se queda pensativa, como si aún estuviera dentro de la Cárcel de Mujeres a la que, el día anterior a nuestro encuentro, concurrió a visitar a María Esther Duffau, la verdadera Raulito: "Estuvimos con Piero y Daniel Toro, cantando para las reclusas. Aprovechamos para festejar el cumpleaños de esa mujer que, aunque encerrada, tiene una libertad interior digna de admiración".
-¿La película puede ayudarle en algo a María Esther Duffau?
-Es posible que a raíz de ella, de que tanta gente haya visto ‘La Raulito’, se logre algún tipo de solución para este caso. Eso sería lo más gratificante que me pueda pasar en la vida. Demostraría que una película no sirve solamente para entretener, divertir o hacer llorar a la gente. Creo que si se consigue algo, sería fantástico, el premio más grande que yo pueda tener por mi trabajo en ese filme.
-¿Te referís a la libertad de esa mujer?
-Sí. Ayer me dijeron que el juez está por pedir un indulto para ella.
-¿Sería entonces la primera vez que una película obtiene la excarcelación de una persona?
-No lo digamos, todavía. De ser así, sería histórico.
-¿Y María Esther lo sabe? ¿Vio la película?
-Estuve hablando mucho con ella. Y le pregunté a dónde iría en caso de ser liberada. Me dijo que no sabía muy bien qué hacer, pero que no veía mal la idea de radicarse en Claypole, un lugar de la provincia de Buenos Aires con pájaros, sol, árboles y mucho espacio para jugar al fútbol, su pasión. Ella vio la película en el cine Callao. Fue acompañada por el director de la Cárcel de Mujeres. Después me escribió una cartita muy tierna, muy humana. Entre muchas cosas lindísimas me dice que ella piensa que la sociedad necesitaba una película así. Y la llama ‘su’ película. Lo cual es rigurosamente cierto.
Marilina Ross no oculta -en su manera de hablar, en sus gestos, tampoco en su mirada vivaz y expresiva- que es una chica de barrio, muy porteña: "Nací en Liniers y mis viejos fueron los que me empujaron a esta profesión".
Aunque modificada por el estudio actoral y sus roles como profesional en cine y televisión, en ella surge el lunfardo al rememorar hechos de su niñez, de cuando se asomaba al mundo desde una ventana ubicada al 200 de la calle Pola, muy cerca de la avenida General Paz.
-¿A qué se dedicaban tus padres?
-Nada que ver con nada. Mi papá era mozo de una confitería; mi mamá, mamá. Ellos me inscribieron en el Teatro Infantil Labardén cuando tenía ocho años.
-¿Cómo fue ese empujón? ¿Vos querías aprender teatro?
-Bueno...la nena era graciosa. Participaba en fiestitas, recitaba versitos y bailaba en puntas de pie.
-¿La nena quería eso?
- Y... a la nena eso la divertía mucho. Recuerdo que a la vuelta de casa vivía un pintor que tenía títeres y un tingladito. Yo me pasaba allí todas las tardes, haciendo teatro, improvisando. Pero fue antes del Labardén, cuando tenía tres o cuatro años. Desde entonces me gustó más eso que el estudio.
-¿El Labardén te ocupaba mucho tiempo, y por eso dejaste de estudiar?
-Sí. El Labardén me ocupaba toda la tarde. Cuando llegué a sexto grado elegí no seguir estudiando. No lo lamenté nunca.
-¿No te perjudicó esa decisión?
-De ninguna manera. En realidad, desde que nací estuve haciendo buena letra. Me vi obligada a ser la primera en todo. Y me mantuve en esa tendencia, seguí sometida a ella hasta que decidí psicoanalizarme.
La actriz junto a Duilio Marzio en una escena del filme dirigido por Lautaro Murúa.
TRAYECTORIA
Marilina hace un brevísimo inventario de su trabajo hasta ese momento. "Filmé un montón de películas, entre ellas, ‘El televisor’, ‘Primero yo’, ‘El ojo de la cerradura’, ‘Las pirañas’ y ‘¡Ufa con el sexo!’, que no se llegó a estrenar. También actué en un espectáculo de café-concert, uno de los primeros que se hicieron en Buenos Aires. Estaba basado en una obra de Antón Chejov. Después hice ‘Solita y sola’, un espectáculo donde se mezclaban el teatro, el circo y la pantomima. Y también, claro, ‘La nena’, un teleteatro que fue todo un éxito".
Quizás el recuerdo de ‘Solita y sola’ despierta en ella la necesidad de tomar la guitarra. Con voz tierna, susurrante -ignorando mi presencia y el ronroneo del grabador-, hilvana los versos de una canción entonces inédita que compuso para Jorge Martínez, su pareja de entonces. Mientras afinaba la guitarra, alcanzó a decir que "estas estrofas explican mejor que mil palabras mi opinión sobre cómo debe ser una pareja”. La letra, al pasar, aporta otras claves de su vida: "Casi sin querer, nací. Casi sin querer crecí...Me gustó tu risa fresca, niño grandulón...Casi sin querer me enamoré...Casi sin querer se olvida. Casi sin querer se pierde...Tal vez algún día nos sorprenda la vejez, muy juntos, casi sin querer".
-¿Cómo es tu relación con Jorge?
-Él es un tipo simple, sano, directo y honesto. Que no pretende ser más de lo que es. Que es muy cariñoso. Que me ofrece seguridad, pero seguridad afectiva.
-El actuó en ‘La Raulito’, ¿se conocen desde ahí?
-No, desde un poco antes.
-¿Te modificó Jorge?
-No. Me modifiqué yo. Me abrí, me propuse vivir una nueva forma de pareja.
-¿En qué consiste eso?
-En vivir aquí y ahora. En no hacer planes a largo alcance; en decidir y hacer todo de acuerdo al momento. En conquistar la libertad de elegir cotidianamente. Yo sé que esto es muy difícil, pero a ambos, estamos seguros, nos sirve. Por ejemplo, puede ocurrir que un domingo, mi día libre, Jorge elija ir a la cancha, solo. Y yo lo entiendo.
Esa es una forma de ser libre: no dejar de hacer cosas por el otro.
CONTRADICCIÓN
Pero esa libertad no se expresaba solamente en el plano afectivo. Marilina da otro ejemplo, explica algo que para muchos marcaba una contradicción: su intervención en ‘Piel naranja’, el hecho de que hubiera aceptado trabajar para Alberto Migré, un autor de teleteatros a quien en otros tiempos se negara siquiera a leer.
-¿Hacés ‘Piel naranja’ por sus réditos económicos?
-En esta profesión se necesita tener éxitos, estar arriba. Porque si no, te convertís en nadie, y nadie te contrata. Y Migré es el hacedor de éxitos. Pero ésa no es la única causa. Yo tenía muchas ganas de hacer un trabajo en el cual me viera mucha gente.
-¿Qué rescatás de ‘Piel Naranja’
-Debe tener algún valor, porque no es casual que la vea tanta gente.
-¿Estás diciendo que el rating es índice de calidad artística?
-De calidad artística, no. Pero hay algo que quiero saber qué es.
Con Arnaldo André en ‘Piel naranja’, la telenovela que cambió su opinión sobre Alberto Migré.
-¿No lo averiguaste todavía?
-Creo que sí. Creo que Migré da en este momento lo que la gente necesita ver. Si no la gente pondría otro canal o se iría al cine, porque tiene posibilidades de elegir. Quizás el público está en un proceso distinto del mío, pero pienso que hay que saber acompañarlo. Creo que la gente, sola y por sus propios medios, está en condiciones de crecer. Al pueblo no hay que acercarse como maestro, no hay que enseñarle nada. Yo no quisiera terminar como un genio, encerrada en un sótano con diez intelectuales inteligentísimos mirando a Europa. Necesito hacer ‘Piel naranja’ para comunicarme, para ponerme en contacto con los espectadores. Pero, cuidado: también hago ‘La Raulito’. En ese aspecto estoy convencida de que no podría haber trabajado en esa película si antes no hubiera hecho ‘La nena’ o ‘Cosa juzgada’, en televisión.
-¿Cómo sentís el oficio del actor?
-Diría que el actor es un obrero especializado. Y que los medios no están en sus manos, que difícilmente el actor pueda decidir la programación de un canal, de una radio o de un teatro.
‘Piel naranja’ logró índices de audiencia históricos y se la recuerda hasta el día de hoy por ser una de las primeras ficciones de este género que tuvo un desenlace trágico, quebrando por completo el esquema tradicional del ‘final feliz’ de casi todas las telenovelas argentinas emitidas hasta ese momento.
-Volviendo a ‘Piel naranja’, ¿cómo es tu relación con Migré?
-Él me había llamado muchas veces para que interpretara algunos papeles en sus teleteatros. Y yo siempre me negaba porque, lo digo sinceramente, no sabía valorarlo. Por eso les dije antes que era bastante sectaria. Con el tiempo descubrí que esa postura mía era falsa. Así como yo aprendí a ver mis cosas buenas y malas, en los demás percibo lo mismo. Ahora a la gente trato de aceptarla tal cual es. Con Migré me pasaba eso, hasta que lo conocí. Nos sentamos en un café y hablamos durante horas. Es decir, nos conocimos. Migré me explicó que escribe para el actor o la actriz que trabaja con él. Nos comunicamos. Y percibí que Migré pone mucho amor en las cosas que elabora. Ese es el secreto de su éxito.
-Puede ser. Pero también tiene oficio, es un profesional.
-No, no es solamente oficio. No es el autor que se sienta frente a una máquina de escribir y llena carillas para ganar plata, como hacen otros. Él pone su vida en eso. Y si necesita desarrollar una escena con sillones y el canal no los tiene, los compra él. Por ejemplo, pagó de su bolsillo la publicidad de ‘Piel naranja’ en Paraguay.
-Sí, porque puede.
-De acuerdo, pero también podría optar por no hacerlo, quedarse con ese dinero. Hay quienes pueden y no lo hacen.
POSTURA Y CONVICCIÓN
Cuando le advertí que en su biblioteca tenía numerosos libros sobre la condición de la mujer y que tanto en ‘Solita y sola’ como en ‘La Raulito’ había declamado que "la mujer era más oprimida que el varón oprimido” o que “la mujer es el proletariado del proletariado”, Marilina aceptó explicar mejor sus credos, sus puntos de vista sobre aspectos sociales y políticos, incluyendo su visión retrospectiva sobre su participación en el famoso charter que trajo de regreso al general Juan Perón al país en noviembre de 1972.
-¿Sos feminista?
-Sostengo que la mujer tiene menos libertades que el hombre, que el que manda es él y que las leyes están hechas por los varones. Pero no soy feminista porque el problema, entiendo, no pasa por ahí. El de la mujer es uno más de los problemas de la sociedad actual. De un conjunto de cosas que deben ser modificadas. Yo soy peronista, eso lo saben todos, y creo que a través de ese movimiento político se puede evolucionar hacia mejores condiciones sociales.
-A propósito, ¿a quién representabas cuando participaste en el vuelo que trajo a Perón de su exilio?
-No fui representando a ningún sector en especial porque no soy ni política ni militante activa. Creo no equivocarme si digo que fui con intenciones de representar al pueblo. Pero no formalmente. Para adentro me sentía asumiendo esa representatividad. Eso era una cuestión personal.
-¿Qué pensás del momento actual?
-Sigo siendo peronista porque admiro al general Perón. Leo sus cosas, sus escritos antiguos, inclusive. Leo ‘Cultura y Pueblo’ y lo considero una maravilla. Me piden definiciones, que me inscriba en tal o cual sector. Yo no me siento ubicada en ninguno en especial. En ese sentido, estoy donde se instala el pueblo. Y el pueblo, las mayorías, no se inscriben en ningún sector en particular. El peronismo no es un partido político sino un movimiento nacional.
Consecuente con esa postura, en 2024 Marilina Ross votó a Sergio Massa.
-¿Qué opinás de los partidos políticos?
-Estoy, obviamente, a favor. Siempre y cuando sean verdaderamente representativos. Pero si en vez de ser tres o cuatro son 18 mil estoy decididamente en contra. Porque así no se ayuda al país. Creo que los argentinos tenemos que juntarnos y aunar esfuerzos.
La actriz fuma sin parar. No elude referirse a lo que ella consideraba el mal de aquel momento: la atomización, la sectarización. Aunque advierte que no es amante de las definiciones tajantes: "Pregúntenme cómo estoy y qué me pasa. No me pidan opiniones concretas", dice. A pesar de eso y respecto a la situación política del país de aquella etapa, apeló a una parábola: “En este momento tan confuso, todo está tan dividido que si uno no es A tiene que ser B. No se puede ser AB, tampoco A más B. Esto es lo terrible que nos está pasando. Y yo soy ABCDJH... hasta la Z".
ESTAR BIEN
Marilina no oculta que está pasando uno de los mejores momentos de su vida. "Hice la película que siempre quise hacer; tengo una buena pareja, estoy enamorada y trabajo en un programa exitoso".
-¿Tu preocupación por el país no empaña un poco esa felicidad?
-Sí, por supuesto. Eso es algo que nos tiñe a todos, de eso no se salva nadie. Pero también es cierto que si una está mejor consigo misma puede ver con más claridad lo que pasa alrededor y puede aceptar la realidad de una mejor manera.
-¿Tratás de separar el trabajo de tu vida privada?
-Yo creo que el actor es un obrero especializado, como ya dije. Pero a mí, a veces, se me mezclan los roles. Creo que es inevitable. Cuando hice ‘La Raulito’ asumí ese personaje en mi casa, con mi mamá, con mis amigos y con la gente de la calle. En mi caso siempre el personaje le gana a la actriz. Y termina invadida por él. Eso me pasó con La Raulito y también en otros papeles. Aunque, por ahora, la señora Clarita (en ‘Piel naranja’) no me invadió.
-¿Hay momentos en que te sentís "solita y sola"?
-Sí, muchos. Pero no puedo dedicarme a la soledad porque me muero. Yo viví grandes soledades. Y hubo instantes en que necesité tocar fondo. Y en esos momentos no pude hacer nada como actriz.
-¿Es en esos momentos cuando escribís canciones?
-Cuando me pasa algo, cuando siento cosas, agarro la guitarra y le meto a la música. A veces, a partir de la melodía nace una canción. Otras, es al revés. Estoy por sacar un disco con media docena de canciones.
-¿Qué buscás con ellas?
La pregunta queda flotando. Como respuesta, Marilina se acerca a su grabador y lo hace funcionar. El living se llena con su voz. Una tras otra las letras explican los diversos estados de ánimo que las inspiraron. Hay una canción para cada uno de ellos, aunque todas tienen ingrediente comunes: la ternura, el mundo, la esperanza. "Creo en el hombre -dice-, quiero que el cielo sea la Tierra, la Tierra en su mejor forma. Creo que Dios está en todos. Quiero querer. La música es una de las cosas que más amo. Busco el canto porque las palabras solas, a veces, no alcanzan.”
Al final de la charla Marilina Ross -o mejor dicho, María Celina Parrondo-, mientras yo dejaba su living y miraba por última vez la pequeña galería de fotos donde ella sacaba la lengua, lloraba, reía y hacía muecas, a modo de despedida, me confesó: "Solamente me falta tener un hijo".
Nada permitía suponer que en un futuro militaría en favor del aborto.