Marchas, procesiones y un encuentro en Parque Lezama

El miércoles por la noche el Gobierno terminó de agendar un nuevo desafío político: Javier Milei firmó el decreto 879/2024 y dispuso el veto a la ley de financiamiento universitario apenas horas después de que cientos de miles de personas manifestaran en Buenos Aires y distintas ciudades del país para pedirle que, al revés, promulgara esa norma ya aprobada por ambas cámaras.

Los árboles y el bosque
Aunque los manifestantes sostienen que “la ley resuelve los problemas responsablemente, porque no compromete fiscalmente al Estado, demandando solo el 0,14% del PBI para su implementación”, el Presidente se aferra a su rechazo intransigente a poner en riesgo el equilibrio fiscal.
El Gobierno decidió interpretar la marcha como una suerte de ensayo general del frente opositor y subrayó la presencia en distintos puntos de la movilización de figuras como Sergio Massa, Martín Lousteau, Horacio Rodríguez Larreta, Elisa Carrió e inclusive Cristina Kirchner (que no marchó, pero salió al balcón del Instituto Patria, próximo al Congreso) o la asistencia de columnas gremiales. Es probable que los árboles no le dejaran ver el bosque: esas presencias no constituían la urdimbre de las demostraciones, sino apenas un anexo inevitable. La potencia del reclamo y la evidente dificultad (y tozudez) del Gobierno para abordarlo hacen el campo orégano a cualquiera de sus diversos adversarios políticos que aspiren a encontrar eco social. No son ellos los que tienen la batuta, sino la sociedad.
Al adoptar obcecadamente esa postura, Milei pone viento en las velas de quienes ahora pueden alegar que fue el propio Presidente quien dejó la insistencia parlamentaria como única salida para aprobar en firme la ley que el Congreso ya había sancionado con 143 votos a favor y 77 en contra (casi los dos tercios que requiere la insistencia). Al firmar su veto, Milei todavía no tenía la certeza de que -como ocurrió con el veto al aumento a los jubilados- oportunamente aparezcan los “87 héroes” que lo salvaron del rechazo parlamentario. El Gobierno vuelve a jugar a cara o cruz.
En cualquier caso, aun suponiendo que el oficialismo encuentre aliados dispuestos a rescatarlo de su terquedad a cambio de recompensas simbólicas o sintéticas por el servicio, sería cándido suponer que la notoria efervescencia universitaria se aplacaría con esos manejos. El tema resucitaría parlamentariamente con la discusión de la Ley de Presupuesto y volvería a ganar las calles. Su dimensión marca límites a la libertad de movimientos que la disgregación opositora permite al oficialismo.

Luján y la maldita justicia social
En otra sintonía, la procesión a Luján del próximo domingo también puede interpretarse como un límite. Las multitudes que marcharán ese día no lo harán guiadas por un objetivo político, pero sí orientadas, en general, por una Iglesia que prioriza la atención sobre los más vulnerables y desguarnecidos, que, siguiendo el principio del Papa, considera que la unidad es superior al conflicto y que sostiene la justicia social que Milei califica de “maldita”.
Las cifras sobre pobreza que difundió la última semana el Indec son el telón de fondo de la procesión del domingo: esos números confirmaron dramáticamente una sensación generalizada: en el curso del último año la Argentina se ha transformado en una sociedad predominantemente pobre. No es un proceso sorprendente: esa deriva tiene años de acumulación, pero ahora se han traspasado algunos límites. Más de la mitad de la población (un 52,9 por ciento, unos 25 millones de personas) no tienen ingresos para cubrir sus necesidades básicas. Es un aumento de poco menos del 13 por ciento (alrededor de 6 millones y medio de personas) en relación con un año atrás. El cuadro se vuelve más oscuro cuando se considera la indigencia, es decir la insuficiencia de ingresos para cubrir la canasta alimentaria básica: el porcentaje alcanzó a casi un quinto de la población (18,1 por ciento, 8 millones y medio de personas, el doble que un año atrás).
El impacto de las cifras disparó rápidamente el clásico mecanismo de “la culpa la tuvo el otro”, un recurso en el que seguramente todos los que lo practican tienen parte de razón, pero que es inconducente para hacerse cargo de la grave caída. No se trata de señalar culpables, sino de buscar soluciones, lo que requiere un espíritu solidario y cooperativo.
La Iglesia procura sensibilizar al Gobierno para que haya una reacción proporcional a la emergencia: los conurbanos hierven y los jóvenes en situación de pobreza e indigencia se convierten en presa fácil para las redes del narcotráfico, aun en sus formas más rústicas y primitivas. Ese es el contexto de la fuerte intervención pública del Papa ante los movimientos sociales de todo el mundo y, en reunión más discreta, del diálogo que mantuvo con Sandra Pettovello, la ministra de Capital Humano.
El Gobierno procuró cambiar de conversación y eludió los comentarios tanto sobre las críticas de Francisco como sobre las cifras de la pobreza. Desde su mirada, estos temas demandan tiempo y acción de la mano invisible del mercado. La realidad quizás aconseje, complementariamente, otra urgencia y otros instrumentos.

Un instrumento propio
Antes, con el acto del último sábado en Parque Lezama, los hermanos Milei celebraron públicamente que La Libertad Avanza haya conseguido personería política nacional para su marca: ahora ya no deberán depender, como en los comicios pasados, de personerías ajenas (algunas genuinas, otras truchas) para ejercitar su musculatura electoral. Un logro indiscutible: el Gobierno trabaja con la mirada puesta en las urnas de octubre del año próximo. Imagina que conseguirá engrosar significativamente sus magras fuerzas legislativas.
Todo depende de lo que se entienda por “significativo”. Sin duda aumentará sus diputados. De las 127 bancas que estarán en juego, el mileísmo, que hoy contabiliza 39, sólo pone en juego ocho (como punto de comparación, Unión por la Patria, hoy primera minoría con 99 bancas, arriesga 68). Si en el comicio obtuviera un porcentaje semejante al que consiguió en la primera vuelta del año último (un resultado que hoy en el Gobierno considerarían muy modesto), el bloque llegaría a superar los 60 integrantes en un cuerpo que cuenta con 257. Se trataría de una fuerte suba, aunque en principio no luzca decisiva.
Si persisten los niveles de fragmentación que hoy muestra el sistema político y el oficialismo consigue armar un sistema de alianzas más o menos firme, desde esa posición de minoría numerosa (eventualmente primera minoría) podría llegar a contener y manejar la Cámara de Diputados dotándose de una cuota más alta de gobernabilidad.
En el Senado los avances serían más acotados, aunque importantes. El año próximo se renovarán senadores en ocho provincias (Catamarca, Córdoba, Corrientes, Chubut, La Pampa, Mendoza, Santa Fe y Tucumán). En varias de esas plazas La Libertad Avanza o sus aliados locales pueden quedarse con bancas que hoy suman a la oposición que en la cámara lidera el kirchnerismo, con lo que el peso que ha ejercido Unión por la Patria en la Cámara Alta con sus casi dos tercios quedaría sensiblemente disminuido.

Primera minoría y disgregación
Estos cálculos optimistas encendieron la alimentada euforia del acto de Parque Lezama, donde Milei y su hermana Karina, que preside la fuerza política y se lanzó allí como oradora, celebraron ante varios miles de seguidores, contar con un instrumento partidario. Milei apenas renovó su repertorio ("¡Acá estamos nosotros para defender el peso!", exclamó esta vez borrando el incómodo recuerdo de que el peso “es un excremento”. Prometió “sólo buenas noticias de aquí en adelante”). Fue, eso sí, un Milei recargado en intensidad, que incorporó un nuevo personaje al elenco de la casta al que suele dedicar sus improperios: los consultores de opinión pública. Sangraba por la herida: la gran mayoría de las encuestas registra caídas en la valoración de su persona y de su gobierno y muchas de ellas lo muestran en rojo, con predominio de las opiniones negativas sobre las positivas. Para peor, su vicepresidente, Victoria Villarruel (que no se acercó a Parque Lezama), aparece generalmente a la cabeza, por encima de él. “¡No se dejen desanimar!”, advirtió el Presidente a sus fieles.
Las encuestas indicarían que sus fieles todavía no se han desanimado, pero que una cuota de quienes lo votaron en noviembre, en la segunda vuelta, ha tomado distancia, en un proceso que no se ha cerrado.
Milei ha satisfecho, en principio, el objetivo de reducir la inflación, aunque todavía falte un buen tramo para, si no eliminarla, colocarla en niveles normales en términos del mundo. El problema es que lo que ahora más preocupa a la sociedad es la combinación de la caída de la producción y del consumo y el creciente temor por la pérdida del empleo. Para bajar la inflación a los alrededor de 4 puntos actuales (poco más, poco menos) el Gobierno aplicó una fórmula de ajuste fiscal, restricción monetaria e intervención cambiaria (cepo) que, paralelamente, nutre la recesión y amenaza la ocupación. El cepo es un obstáculo para la inversión. Y otro es la atomización del sistema político, que el Gobierno observa y atiza como una ventaja para compensar su debilidad (la actual y también la menos incómoda que puede alcanzar después de la elección de 2025), pero que no aporta ningún paisaje de previsibilidad y confianza a los potenciales inversores. El paso atrás de Petronas, que parecía disponerse a protagonizar “la mayor inversión de la historia” en Río Negro junto a YPF y ahora se retrajo, es una señal a tomar en cuenta: el RIGI (régimen de incentivos a las grandes inversiones) puede ser una condición necesaria, pero no ha sido suficiente. Los inversores necesitan señales de confianza y estabilidad que normalmente florecen en un clima de grandes acuerdos de Estado, no en una atmósfera de conflictividad y desorden.