Luciano Castro, el desafío de su primer unipersonal y las enseñanzas que le dio la vida

Dirigido por Mercedes Scápola, el actor estrena ‘Caer (y levantarse)’ en Mar del Plata. Habla de su relación con la prensa, la llegada al Teatro San Martín y la polémica por la cosificación.

Luciano Castro está sentado en un sillón. Acaba de terminar de ensayar ‘Caer (y levantarse)’, su primer unipersonal, que estrenará el próximo sábado en la sala Chauvin de Mar del Plata. Se levanta, saluda y sigue hablando sobre lo que sucedió minutos antes con Mercedes Scápola, la directora de la obra. Toma unos papeles que le entregaron como una suerte de ayuda memoria para la entrevista, que no leeré en toda la nota, y elige conversar en el patio de la sala de ensayo. Se sienta, deja las hojas en el piso y empieza a hablar.

El actor que supo ser reacio a la hora de dar entrevistas, hoy se presta a una charla amena en la que repasa su carrera, habla de sus proyectos y se muestra mucho más maduro y reflexivo.

-¿Qué nos puede adelantar sobre ‘Caer (y levantarse)’?

-La gente cuando vaya se va a encontrar con una historia muy simple. Aclaro que no es algo autobiográfico, para nada; tenemos muchos puntos en común Junior y yo, de hecho yo trabajé en el guion junto con los autores, pero no es una cosa autobiográfica. Lo que sí busqué fue fusionar un poco vivencias mías que se empatan con las de la gente, que no son solo mías. Entonces le encontré ese común denominador. Es un boxeador, que en general son queridos, y tiene que serlo porque no cuenta cosas gratas, lo hace mientras está esperando una sentencia. Cuando empezás a leer la obra, o hacerla, te interpela y me pasa que a veces me emociono en lugares donde no me tendría que emocionar y ahí me puedo dar cuenta que tiene que ver con la memoria emotiva.

-¿Qué fue lo que lo movilizó cuando leyó el libro?

-Todo, entero. Estoy convencido de que es una obra que si la repone alguien en diez años va a estar tan vigente como ahora y en cincuenta, lo mismo. Es algo increíble lo que han escrito Pato (Patricio Abadi) y Nacho (Ignacio Ciatti), la sensibilidad que tienen, y esto de que le cabe a cualquiera, no son pretenciosos a la hora de escribir, no son tipos que usan palabras raras o metáforas extrañas. Y eso hace que sea imposible que no te pegue alguno de los cuatro o cinco temas comunes de la vida que se tocan en la obra.

-Es su primer unipersonal, ¿cómo se siente estando solo sobre el escenario?

-Me encanta. Primero me di cuenta de que tengo un montón de malos hábitos formados de trabajar tantos años en elencos. Siempre te agarrás o de la vara de un compañero para subir ahí o estás esperando un pie o que alguno hago tal o cual acción para vos hacer. Acá no. Acá manejás los tiempos de todo y, a medida que lo vas ensayando, empezás a ser un gran especulador de todo. Por eso ya necesito al público para saber qué es efectivo y que no, para saber si ese silencio que pienso que va ahí dura un segundo o diez. Tengo que saberlo, y eso me empieza a jugar en cuanto a la ansiedad.

-¿Le asusta estar solo en escena?

-No, me da ansiedad. Lo que preocupa es que yo tengo grandes lagunas cuando hago funciones. A veces pienso: si me pasa eso qué voy a hacer. Y ya sé qué voy a hacer: voy a seguir porque no tengo otra que seguir. En realidad, no me preocupa pero me da curiosidad saber cuándo me va a pasar. Después, lo demás me da muchas ganas de que suceda. Mey (la directora) sabe disociar la amistad del trabajo y no me transa en nada porque yo soy muy de abusar de eso. Ella no lo permite.

 

CRITICA Y POLEMICA

-¿Cómo se lleva con las críticas?

-Con las que me interesan, bien, muy bien, incluso las malas. Las que no me interesan las tomo como de quien vienen. Igual me muevo en la vida. No tengo mucha capacidad de lo ambiguo. Siempre que lo intento fracaso. Siempre que intento fingir un estado me dura nada y lo echo a perder en dos minutos.

-¿Supo amigarse con la prensa?

-Más o menos. No sé si lo siento así. Siento que a veces lo logro y otras no, y es lo que te decía antes, después lo echo a perder porque cuando sos muy amable te pegan un bife por otro lado, entonces enseguida vuelvo a mis raíces y me doy cuenta que es poca la gente en la que podés confiar. Para vender humo somos número uno en el mundo, pero son pocos los que están, los que ponen el pecho y, sobre todo, los que tienen la capacidad de entender al prójimo.

-A principio de este año quedó envuelto en una polémica cuando habló de que muchas veces se había sentido cosificado y comparó ese hecho con lo que sentían las mujeres.

-Sí, pero ahí me equivoqué yo también. Por esa cosa de salir a decir que me molestaba tal cosa, caí en una comparación odiosa. Por suerte tengo una novia (Griselda Siciliani) que me lo dijo, y una amiga que también. “No te podés comparar con una mujer. Vos podés decir ‘a mí no me gusta que me hagan tal o cual cosa porque me estás cosificando’, pero vos no pensás qué ponerte para subirte a un colectivo”, me dijeron. Y no, la verdad es que yo subo al colectivo como quiero. Me hicieron ver que valía mi discurso de que no me cosifiquen, pero que no podía compararme con una mujer ni con la movida que hacen las mujeres porque no hay parangón. Yo no lograba verlo así, pero hay un abismo en el medio entre una cosa y la otra. Lo pude entender. La primera que me lo dijo fue Jorgelina (Aruzzi) y me sentí re pel..., me dio vergüenza.

-¿Muchas veces se sintió cosificado?

-Yo no lo padezco, pero lo que digo es que me lo hacen, y con liviandad. Hace poco me lo hizo una mega figura. La esposa le dijo “vos sos un pel...” adelante mío, y yo lo miré y me reí, pero porque lo respeto a él como figura y como artista, pero me estaba cosificando y la mujer, una gran feminista, lo expuso. El es amigo mío y me hizo un chiste que nosotros pedimos no hacer. No padezco la cosificación, no es que llego a casa y lloro, pero muchas veces cuando me ven como un objeto o me manosean como un objeto me dan ganas de maltratar a esa gente y decirle: ‘usted, señora, o vos, nena, no vas a querer que te pase esto’. Pero claro son charlas distintas.

NOSTALGIA

-Gran parte de su carrera la hizo en televisión, ¿cómo ve lo que está pasando con la industria?

-Me da pena. Todo aquello que yo supe hacer ya no existe más. Tengo un dejo de nostalgia hacia eso, pero no me detengo en el pasado, lo vivo, lo miro y hasta valoro cosas que no valoré en su momento. La tele no se va a morir nunca, eso está claro, lo sé y lo digo como bicho de la tele y con mucho orgullo. Lo que es cierto es que se tiene que aggionar si quiere competir con las plataformas. Las plataformas están muy fuerte y lo que me da mucha angustia es que en la Asociación Argentina de Actores hay inscriptos 5 mil actores y laburan 500, y eso a mí me pega terrible porque soy parte de esos 500, pero cada vez es menos lo que podemos hacer por los que no tienen laburo. Antes, cuando existía la otra tele y yo supe ser un protagonista, tenías la posibilidad de decir: “Ché, hacé laburar unos capítulos a mi amigo”. Y los productores eran muy generosos con eso: hablo de los Suar, los Ortega, los Estevanez, y demás. Hoy no tenemos esa posibilidad. Somos todos empleados de una plataforma, nadie conoce a Juan Alberto Netflix o a Néstor Amazon. A mí que no tengo representante, nunca tuve, se me está haciendo muy difícil. De hecho, estoy empezando a charlar con gente para que me dé una mano porque ya no puedo más trabajar solo si es que quiero seguir haciéndolo en lo que es audiovisual.

-En 2025 va a estar por primera vez en el teatro oficial...

-Sí, hace dos años le pedí a Gonzalo Demaría si me escribía una obra y la íbamos a hacer en Timbre 4, pero la vio Alberto (Ligaluppi, director del Complejo Teatral de Buenos Aires) y dijo que la quería hacer en el San Martín. Y ahí estamos, Vanesa Maja, Osmar Núñez, yo, Gonzalo como autor y Emiliano Dionisi como director en la Casacuberta. Todas cosas que decís: tengo cincuenta años, laburo desde los 17, nunca me pasó y la obra no fue escrita para el San Martín. Pero es tan buena la pieza, que la leyó Alberto y se volvió loco. Arrancamos en febrero a ensayar.