UNA MIRADA DIFERENTE
Los econochantas
Una teoría económica que el Presidente cita y recomienda, pero que no parece aplicar a la hora de las realidades.
En una de sus últimas catarsis el presidente de la Nación se dedicó a despotricar contra los econochantas que, en su opinión, son aquellos economistas que discrepan de algunas de sus políticas en ese aspecto, o que formulan críticas o abren interrogantes sobre la continuidad del actual proceso, para llamarlo de algún modo, ya que es difícil calificarlo como un plan.
Luego de reiterar los autoelogios habituales y de reivindicar su infalibilidad en el tema específico, el mandatario acusó a sus críticos de no conocer la Teoría del equilibrio general y destacó que por eso no podían opinar sobre la marcha de la economía nacional, y mucho menos -agregó- conocen la Teoría del equilibrio parcial.
No es la primera vez que Javier Milei apela a utilizar términos esotéricos y áulicos para demostrar sus conocimientos y la ignorancia de sus críticos. Sin embargo, en esta oportunidad comete un error de apreciación, si no técnico.
Lo que se conoce como Teoría del equilibrio general deriva de la evolución y aplicación de la Teoría de Oferta y Demanda y de la Teoría del valor. Se trata de un postulado que comenzó a forjarse a fines del siglo XIX y que tuvo diversos refinamientos a lo largo del tiempo.
En síntesis, sostiene que en un mercado libre, los bienes alcanzan su precio y volumen de venta por la puja entre la oferta y la demanda, no solamente de cada producto con sus competidores o aun sus substitutos, sino de la competencia entre todos los bienes y servicios que consume la comunidad, lo que en definitiva hace que los individuos deban decidir en qué bienes aplicará sus recursos, en qué cantidad, y cuál es el precio que podrá pagar por cada uno de esos bienes en la proporción que elija.
Esas decisiones, tomadas siempre imperfectamente dada la imposibilidad de contar con toda la información pertinente, se contraponen a los intereses de los proveedores, es decir la Oferta, y de esa combinación y puja surgen los precios de todos los bienes. De ese mecanismo surge, en libertad, lo que se conoce como el equilibrio general, y académicamente ha llevado a formular diversos desarrollos técnicos y matemáticos que intentan demostrar y describir su funcionamiento. (Sería demasiado pretencioso intentar preverlo)
Obviamente un aumento colectivo de los ingresos del consumidor, por la vía que fuere, empujará esos precios hacia arriba por un tiempo, porque aumentará su disponibilidad y consecuentemente su predisposición a una mayor demanda, hasta que los productores opten por aumentar su capacidad de producción de modo de satisfacer esa demanda adicional, con lo que tenderá a recuperarse ese equilibrio.
Implícitamente, el Presidente está diciendo que el gobierno sí conoce y aplica este concepto. Sin embargo, eso no es cierto. Y justamente en ese punto radican las principales dudas, discrepancias y críticas que se plantean hoy, luego del importante logro de haber bajado la tasa de inflación a niveles racionales y controlables.
La vaga casta
Por el lado de los recursos del consumidor, debido a las características del ajuste, al que no colaboró demasiado la llamada vagamente casta, (más allá del relato) entendiendo por tal los políticos, la burocracia con todos sus vicios y costos, no sólo de personal, los sindicatos, los empresarios proteccionistas, los licitadores y prebendarios y todo el sistema sagrado e intocable de justicia, una gran masa de la población ha debido recurrir, además de a una obligatoria austeridad, a usar sus ahorros, o los dólares del colchón si se prefiere.
Es la única explicación posible para justificar cómo la sociedad ha sobrevivido al ajuste realizado en esas condiciones, salvo el milagro.
Obviamente ese ajuste bajó la cantidad de bienes que la sociedad demandaba, lo que necesariamente contribuye a la moderación en los precios, o de la inflación, si bien no habrá que confundir la diferencia entre inflación y suba de precios en sectores o productos determinados, justamente por la competencia entre todos los bienes para conseguir una porción del ingreso del consumidor.
Como los ahorros que se han consumido para financiar el ajuste no son infinitamente elásticos, los niveles actuales de demanda pueden sufrir reducciones que afecten a algunos sectores. Lo que es un tema no menor, que no puede simplemente ignorarse.
Pero el problema de fondo sigue allí. El Estado tiene una masa de empleados que ya roza los 4 millones de personas en todo el país. Más los 7 millones de jubilados, más los 3 (¿?) millones de informales, más los 20 millones de planeros en diversos formatos. Eso condena a un alto y permanente costo impositivo que es una de las trabajas que condiciona el funcionamiento del famoso equilibrio general que cita en su clase magistral Milei. Con esa carga no será fácil intentar una rebaja de precios para adecuarse a la puja por participar de los ingresos del consumidor, ni bajar costo alguno, ni tampoco ampliar la capacidad instalada si hiciera falta.
Por supuesto que eso también influye en la inversión y la radicación de nuevos negocios, base de la oferta laboral imprescindible si en serio se quiere reducir el costo de los subsidios y del Estado. De lo contrario se cambiará empleo estatal por algún formato de subsidio o de pobreza, lo que no es deseable ni cambia la ecuación.
Costo argentino
El concepto de equilibro general está fuertemente influido por lo que se llama el costo argentino, o el costo estatal argentino. Con lo cual la teoría es una entelequia, porque semejante factor hace la toma de decisiones virtualmente inexistente, ya que los principales elementos de costo son incontrolables por los interesados.
Además, el control de cambios, (no el cepo que es solamente una exageración desesperada de éste) significa una fenomenal distorsión a la idea de la teoría de equilibrio general. No hay manera de que en un sistema donde el valor de la divisa y aún su propia disponibilidad se fije por Resolución -cualquiera fuera el método que se utilizase para determinar ese valor– promueva la inversión. Con lo cual la idea del equilibrio general no tiene ni siquiera cabida, ya que el valor del principal bien de la economía no es determinado por las decisiones del mercado, sino por el Estado. Porque en este caso la divisa funciona como un bien, no como una moneda.
Se llega así al todavía principal factor de la economía nacional: la producción agropecuaria. Obviamente está sujeto a todos los ataques que se han descripto para el resto de la oferta. Con el agravante de las retenciones. Lo que agrega otro elemento distorsivo y hasta opuesto a cualquier idea de equilibrio general en un mercado libre. Es cierto que se han aliviado temporalmente las penalidades y penurias cambiarias e impositivas que sufre el campo, pero eso no ha sido consecuencia de una determinación política de fondo, sino apenas otro manoseo del tipo de cambio, para tentar con el aumento temporal del dólar-campo y así conseguir divisas que aumenten las reservas para seguir vendiendo dólar barato a los especuladores, otra resultante del sistema de ancla cambiaria que supuestamente es la receta infalible a la que recurrieron Martínez de Hoz, Cavallo y Caputo para contener la inflación.
Sistema que también condena a confiscar los dólares privados y a pedir préstamos constantemente para tapar todos los agujeros. Lo que también redunda en un aumento de impuestos o de inflación, que distorsiona de nuevo el equilibrio en libertad que supone la teoría refregada por el mandatario.
Esta carrera de obstáculos para la producción, la inversión, la exportación y la generación de nuevos empleos -lo que se conoce como crecer- no sólo es la gran incógnita del futuro, sino que aleja de todo equilibrio general, Teoría de cuyo conocimiento hace gala el primer economis…, perdón, el primer mandatario.
Equilibrio parcial
Tal vez por eso Milei cita la subTeoría del equilibrio parcial. Es decir, un mercado donde algunos de los precios, o de los ingresos, no son libres ni optativos, ni evitables. En este caso se hallan el valor de la divisa y el costo impositivo, laboral y las retenciones como mínimo. Claro que hay un problema. Una gran mayoría de los tratadistas económicos no considera viable ni factible ni siquiera válido como propuesta teórica un sistema de equilibrio parcial, porque se opone al concepto elemental de mercado, y porque al determinarse los precios en una competencia no sólo entre productos similares, sino entre todos los bienes, se volatiliza el requisito primero de libertad de mercado, competencia entre tipo de consumo y decisión del consumidor, que no puede influir sobre la porción controlada, mientras que esa porción controlada influye sobre el equilibrio, un contrasentido.
Por último, la promesa móvil de levantar el cepo, que tampoco significa liberar el mercado cambiario del Central y el control estatal, vuelve a poner una incógnita en el futuro, lo que no ayuda a la toma de decisiones, al aumentar la incertidumbre y conllevar a esperar la materialización de tal promesa antes de arriesgar capital. Más distorsión.
Para que funcione la Teoría en cuestión, el tipo de cambio debe ser libre, sin participación ni intervención del Estado en ninguna forma, y las divisas deben ser también de libre disponibilidad de sus dueños legítimos, sean depositantes o exportadores, y su valor determinarse en un mercado transparente e independiente. Algo que hace casi un siglo no existe seriamente. Lo mismo que ocurriría si se hubiese aplicado la dolarización prometida inicialmente, o si se permitiese contratar en cualquier moneda, (sistema erróneamente llamado competencia de monedas, que es algo distinto) cosa que, pese a lo que se declama, no se puede hacer con las presentes normas legales.
Ya que el Gobierno, a diferencia de los econochantas, conoce tan bien la Teoría del equilibrio general, haría bien en aplicarla en serio.