Los diagnósticos de Shakespeare
“El cerebro es donde algunos suponen que reside el frágil hogar del alma”
William Shakespeare
Quizás no haya mejor conocedor de la naturaleza humana que el Cisne de Avon, quien a lo largo de sus 37 obras de teatro y 154 sonetos, describe los sentimientos más sublimes y las actitudes más abyectas que abruman a la humanidad.
Van desde el amor cantado en sus sonetos al despecho de La fierecilla domada, pasando por los celos del Moro de Venecia, el orgullo de Julio César, las ansias de poder de Lady Macbeth, hasta el romance pasional de Romeo y Julieta con su trágico desenlace, marcado por el canto del ruiseñor al amanecer que anuncia el fin a esa noche del último adiós.
Dentro de sus obras y en el inmenso abanico de las conductas humanas, también se explaya sobre las enfermedades, especialmente en los trastornos del cerebro, donde se aloja “el frágil hogar del alma”, una concepción avanzada para un pensador de su tiempo.
Esta amplitud de conocimientos en una persona que no tenía una preparación universitaria ha creado dudas sobre la verdadera identidad de Shakespeare.
En Julio César y en Antonio y Cleopatra seguro había leído a Plutarco ¿Habrá sido el versátil Francis Bacon quien usó este pseudónimo para ocultar su vocación literaria? Nunca lo sabremos con certeza.
En caso de haber sido el mismo William Shakespeare, autor de estas elucubraciones médicas: ¿Quién pudo haberlo asesorado? Algunos autores, como Anderson, en 1976, sospechaban que Shakespeare visitaba el asilo de Bedlam en busca de inspiración para sus personajes más trastornados. ¿Otelo se habrá inspirado en un delirio celotípico y Lear en un demente? En los últimos años de su vida, Shakespeare podría haber consultado sus dudas con su yerno, el Dr. John Hall.
Como casi todos los autores clásicos (bueno, y los no tan clásicos también) en algún momento de su obra se burla de la mala praxis médica, como lo hace con el Dr. Casius en The Merry Wives of Windsor a quien define como “un bribón ...un bribón cobarde y embustero”.
Sin embargo, del médico escocés que trata a Lady Macbeth de su sonambulismo rescata su humanidad y sabiduría, anticipándose a la medicina psicosomática. “Porque el paciente se debe administrar a sí mismo”, afirma el bardo. Además, exalta a dicho profesional diciendo: “Siempre he sostenido que la virtud y la astucia son más loables que la nobleza y la riqueza”. Es muy probable que Shakespeare se haya referido a la figura de su yerno cuando destaca su loable tarea.
También hace referencia a prácticas médicas, como cuando Falstaff habla sobre “la calidad de sus aguas” (la orina), refiriéndose a la uroscopia, una práctica médica que consistía en la observación de ese fluido nacido de nuestras entrañas y que, según algunos tratados de la época, el atento semiólogo podía diagnosticar hasta 47 enfermedades, incluidas algunas afecciones psiquiátricas .
Como buen observador de la conducta de los hombres, sus apreciaciones más agudas pertenecían al campo de la neuropsiquiatría. En The Winter's Tale, habla de la demencia: “Tu padre se ha convertido en un incapaz de tratar asuntos razonablemente. No es estúpido, sino añoso”
En Otelo, Julio César, Lady Macbeth y King Lear, hace referencia a pacientes epilépticos, enfermedad sobre la que existían muchos prejuicios , entre ellos la posesión diabólica : “Cayó en el mercado lanzando espuma por la boca”, nos cuenta en Otelo.
¿Acaso Hamlet era un esquizofrénico hablando con la sombra de su padre?
Ya mencionados, la parasomnia o sonambulismo de Lady Macbeth, pero también habla del parkinsonismo en Troilo y Crésida, la escoliosis y parálisis branquial de Ricardo III, la apnea de sueño en una persona con sobrepeso como Falstaff y los accidentes cerebro vasculares de Enrique IV.
Pero es en King Lear donde el análisis de la oscura mente del monarca pone de relieve la capacidad de observación del bardo. ¿El rey era un bipolar, un delirante, padecía una psicosis reactiva o estamos ante un demente senil o a una víctima de un proceso neurodegenerativo?
El mismo Lear exclama, al verse atrapado por la deslealtad de sus hijas y la fidelidad de la única de ellas que le habla con la verdad, Cordelia: “La tempestad es en mi mente”, exclama como justificación a sus malas decisiones .
Ante la propuesta de dividir su reino entre sus descendientes, Cordelia se opone y es finalmente desheredada. Cuando Lear se da cuenta de su error, atribuye sus errores a " la enfermedad de mis años…”.
Aunque esta expresión sugiere una demencia senil, otros autores creen que se trata de un trastorno neurodegenerativo debido a los periodos de lucidez con los que cada tanto el rey sorprendía a sus interlocutores.
Estas variaciones cognitivas sugieren una demencia de los cuerpos de Lewy, proceso neurodegenerativo que produce alteraciones del pensamiento, la conducta y el ánimo, y se complica con alucinaciones visuales. Estas últimas hacen su aparición cuando Lear interrumpe su discurso al ver pasar un ratón, pero continúa sus palabras afirmando con furiosa certeza: “Me han dicho que yo era todo, y ha resultado una mentira”.
También muestra una incapacidad motora cuando pide que le desabrochen los botones de su casaca. Por momentos, toma conciencia de sus limitaciones: “Temo no ser dueño de una mente perfecta, como seguramente te has percatado”.
Finalmente, se deprime con ideas suicidas: “Si tuvieses veneno para mí, sin duda lo bebería”.
De haber vivido en nuestros tiempos, el desdichado monarca hubiese encontrado una remisión o atraso en su sintomatología. Con nuevos fármacos Lear no hubiese terminado de la forma trágica en que concluye la obra. Sin embargo, dejando de lado este anacronismo, el buen doctor que atendió los últimos momentos de Lear solo pudo aliviar el pesar de Cordelia con estas palabras: “El único consuelo que puedo ofrecerle, mi señora, es que la furia que lo acompañó ha muerte con él… y su verdadera grandeza estaba en su corazón, no en la corona”.
King Lear es una obra que nos invita a reflexionar sobre la vulnerabilidad y la complejidad de la condición humana, donde “la fortuna es una rueda que siempre está girando”.
El impacto devastador de las decisiones impulsivas se convierte en una tragedia desgarradora y conmovedora relatada por un experto en la condición humana, quien bien sabía que, en última instancia, somos “sombras y polvo”.
“La vida es una obra de teatro y todos somos actores en ella”, nos recuerda Shakespeare, aunque algunos tienen los papeles protagónicos y muchos son solo extras que apenas pronuncian una palabra, otros solo guardan silencio y algunos jamás logran salir a escena, pero todos están allí cuando cae el telón.