León Najnudel, el padre del básquet argentino
El baúl de los recuerdos. Fue un entrenador con una visión superadora del deporte. De su mente nació la Liga Nacional, la competencia que años más tarde le dio vida a La Generación Dorada.
Por estas horas retumban en el mundo del básquet los lamentos porque la Selección argentina se quedó al margen de los Juegos Olímpicos de París 2024. La sensación es idéntica a la de principios de año, cuando el equipo nacional también vio frustrada su clasificación al Mundial que tiene lugar en Filipinas, Japón e Indonesia. Hace cuatro décadas se consideraba una hazaña acceder a esas competiciones. Pero gracias a la visión estratégica de León Najnudel ese deporte encontró el rumbo y adquirió una organización que le permitió escalar en el contexto internacional. Porque Najnudel fue el padre del básquet argentino.
Desde 1928, la actividad principal en estas latitudes era el Campeonato Argentino. Durante una semana, los seleccionados de las distintas federaciones regionales del país medían fuerzas. Solo siete días al año era posible ver en acción a los mejores jugadores. Es cierto que había torneos a lo largo y a lo ancho de la geografía nacional, pero no era suficiente. Por eso la Selección apenas podía jactarse de aisladas hazañas como perder por poco con alguna potencia o sumar algún triunfo épico sobre los mejores del básquet. Quedaba muy lejos en el tiempo el histórico campeonato mundial de 1950.
Najnudel era entrenador. Había jugado en clubes como Villa Crespo, Victoria, Barracas Juniors y Atlanta. No pasó demasiado tiempo dentro de la cancha. Nacido el 14 de julio de 1941, en 1963 ya estaba al frente de sus excompañeros en el Bohemio. A pesar de su juventud, tenía muy claro lo que le esperaba al básquet. De hecho, ya a los 15 años advirtió que el deporte que tanto amaba había condicionado su futuro porque los héroes que habían hecho posible el título del 50 tenían prohibido jugar. Los modelos a imitar no existían.
Un joven Najnudel al frente de Atlanta. (FOTO: SENTIMIENTO BOHEMIO).
La Revolución Libertadora, el nombre con el que se conoció al gobierno militar encabezado por el general Eduardo Lonardi que en 1955 expulsó del poder a Juan Domingo Perón, suspendió de por vida a los integrantes del Seleccionado nacional. Los acusaba injustamente de haber recibido del entonces presidente de la Nación beneficios económicos que no eran compatibles con la práctica del básquet, en ese entonces una disciplina amateur. Si bien la pena se levantó 11 años después, ya era demasiado tarde. El daño estaba hecho. Y costó mucho repararlo. Muchísimo.
POCA COMPETENCIA INTERNA
Al básquet le negaron la posibilidad de crecer de la mano de un grupo de jugadores que no solo había conseguido el título del mundo en 1950, sino que fue campeón panamericano un año más tarde y alcanzó el cuarto puesto en los Juegos Olímpicos de Helsinki 1952. De algún modo, ese plantel fue la generación perdida. Al margen de eso, el Campeonato Argentino siguió su curso año a año. Siempre con una semana de duración. Apenas con una semana de duración. Capital Federal, Santa Fe, Córdoba y Santiago del Estero se repartían los festejos.
Así fue hasta que Buenos Aires se transformó en la gran potencia nacional gracias a figuras como los bahienses Alberto Pedro Cabrera, Atilio Lito Fruet, el necochense José Ignacio De Lizaso y misioneros afincados en La Plata como Ernesto Finito Gehrmann y Rolando Sfeir. También hicieron su aporte un prócer de la capital provincial como Alberto Pillín Galliadi, apodado El Zurdo de La Plata, y El Gallego Carlos González, oriundo de Chivilcoy y figura de Gimnasia. Grandes jugadores que tenían protagonismo estelar en una porción muy reducida del año. Era muy difícil desarrollar el básquet de ese modo.
En Ferro inspiró a Carlos Timoteo Griguol, el DT del equipo de fútbol de la entidad.
UNA IDEA REVOLUCIONARIA
Mientras tanto, Najnudel continuaba su carrera de entrenador. Llevó a Corrientes a un histórico triunfo en el Argentino juvenil de 1973 y en 1976 unió su vida a la de Ferro, su segundo hogar. Con la institución de Caballito ganó el Campeonato Sudamericano de Clubes Campeones en 1981 y 1982. En esa entidad coincidió con Carlos Timoteo Griguol, el técnico del equipo de fútbol, quien solía visitarlo en los entrenamientos para copiar jugadas que luego trasladó al inolvidable conjunto campeón de los Nacionales de 1982 y 1984. Timo llevó al verde césped de las canchas las cortinas que vio en el gimnasio Héctor Etchart.
Impulsó con fuerza y determinación el proyecto de la Liga Nacional.
Por ese entonces, el calendario local incluía el Campeonato Argentino de Clubes, otro torneo de corta duración. Hacía falta algo más y ese algo ya anidaba en la mente de León, un hombre inquieto y visionario en iguales proporciones. Empezó a reunirse con dirigentes, jugadores y periodistas para contarles la idea que rondaba por su cabeza.
Aspiraba a organizar una competencia interna fuerte y con un calendario celosamente planificado que hiciera posible el crecimiento del básquet local, especialmente para apuntalar a la Selección en el contexto internacional. Encontró eco muy rápido en Osvaldo Ricardo Orcasitas, un periodista de El Gráfico que escribía sobre ese deporte y firmaba sus notas como O.R.O. Las páginas de esa revista a la que se conocía como La biblia del deporte argentino le dieron un impulso magnífico al proyecto de Najnudel.
El Gráfico organizó una serie de charlas en la que El Ruso -como lo conocían- se encargó de explicar un plan que había comenzado a diseñar una década antes. El 17 de septiembre de 1982 presentó en sociedad la Liga Nacional de Básquetbol (LNB). Tenía todo pensado con lujo de detalles. No podía ser de otra manera si quería vencer la resistencia al cambio de muchas federaciones que se negaban a medir fuerzas con otras. Debió persuadir a dirigentes preocupados por el aspecto económico y para eso hasta armó un esquema de ocho jugadores profesionales por plantel para bajar costos.
Najnudel tenía en mente todos los detalles que podían contribuir al triunfo de la Liga.
Captar el interés de la televisión y promover la aparición de publicidades en las camisetas de los clubes constituían dos asuntos vitales para el sostenimiento de las entidades participantes. Daba por descontado que una liga interesante y de alto nivel competitivo atraería a la pantalla chica y a las empresas para auspiciar a los equipos. Acertó en todo. También le daba una importancia suprema al federalismo. Postulaba la necesidad de impulsar el básquet en todas las provincias porque entendía que los polos de desarrollo no se encontraban solamente en Capital Federal. El país debía jugar.
El 10 de enero de 1983 se reunió con las autoridades de la Confederación Argentina de Básquetbol (CABB) para conseguir el apoyo decisivo de la dirigencia nacional. Poco después, el 30 de abril, se firmó la Declaración de Paraná, un acuerdo suscripto por los clubes para poner en marcha el torneo soñado por Najnudel. “El perfeccionamiento de la competencia interna redundará en una elevación del máximo objetivo buscado: el mayor nivel de la Selección Nacional”, se leía en uno de los párrafos del acta.
“Siempre entendí que nuestros jugadores estaban muy dispersos en todo el país y se quedaban sin poder competir entre los mejores y contra los mejores. No había un estado de necesidad que permitiera su desarrollo al no existir un campeonato estable, único, atractivo y de dimensión nacional que abarcara íntegramente los ocho meses de la temporada”, escribió alguna vez en El Gráfico para dejar sentada su visión. Destinaba dos meses del año para el trabajo de la Selección, uno para la preparación de los equipos y otro para el descanso de los jugadores. ¿Cómo negarse a un programa tan bien madurado?
Un momento histórico: el simbólico salto inicial de la Liga.
En el tiempo en el que se llevaban a cabo las reuniones Najnudel estaba trabajando en España. Dirigía al Club Baloncesto Zaragoza, con el que obtuvo la Copa del Rey con una histórica victoria sobre el Barcelona. Pero incluso en medio del éxito en la Madre Patria, sentía que su tierra lo necesitaba. Y no podía ir en contra de sus sentimientos. Por eso regresó para ver los primeros pasos de la criatura que había engendrado. En 1984 se jugó una liga de transición, establecida como medio de aproximación al nuevo certamen.
El 26 de abril de 1985 se puso en marcha la Liga Nacional de Básquetbol. Bahía Blanca albergó el primer partido. En el gimnasio de Independiente se midieron Pacífico, de esa ciudad, y Atenas, de Córdoba. No podía ser causal que el punto de partida haya sido en la capital nacional de ese deporte. El lanzamiento simbólico se dio en Buenos Aires, más precisamente en Obras Sanitarias, donde Najnudel quedó inmortalizado en la imagen del salto inicial junto a los estadounidenses Steve Stanford, de San Lorenzo, y Leonard Goggins, de Argentino de Firmat.
Descubrió al joven Andrés Nocioni y lo llevó a Racing.
Najnudel tomó las riendas de la Selección argentina y la clasificó al Mundial de 1986, lo que marcó el regreso al primer nivel tras 12 años de ausencia. El equipo finalmente estuvo a las órdenes del portorriqueño Flor Meléndez, ya que León había renunciado por diferencias con la cúpula de la CABB. Pasó por Sport Club de Cañada de Gómez y en 1989 se dio el gusto de ganar la Liga con su amado Ferro. Más tarde dirigió a San Andrés, Gimnasia de Comodoro Rivadavia, Boca y Racing, antes de regresar en 1996 a Caballito.
Sus últimos días en el básquet fueron en Ferro.
Pasó sus últimos días en Ferro. Luchó un año y medio con la leucemia, que lo terminó venciendo -por más que le presentó pelea- en 1998. Murió el 22 de abril a los 58 años. No llegó a ver cristalizado su anhelo de disfrutar de los éxitos de la Selección. De la Liga Nacional surgieron Emanuel Ginóbili, Luis Scola, Andrés Chapu Nocioni (lo descubrió y lo llevó a Racing), Fabricio Oberto, Rubén Wolkowyski, Juan Ignacio Pepe Sánchez y todos los integrantes de La Generación Dorada. Se trata de la mejor demostración de que León Najnudel fue el padre del básquet argentino.