“Aun el más pesimista (o ultraliberal) de los historiadores debería reconocer que uno de los hechos más trascendentes y auspiciosos del último cuarto siglo ha sido la creación del Mercosur. El Tratado de Asunción de 1991 puso fin formalmente a las hipótesis bélicas de la mitad de Sudamérica, y eso no es poca cosa, si se recuerdan las terribles guerras del pasado. Insisto: que dos naciones de habla portuguesa y cinco hispanoparlantes hayan acordado la integración es, sin duda, una de las mejores cosas que nos pasó en el tumultuoso siglo XX. Y desde entonces se avanzó muchísimo. Es verdad que todavía no se ha logrado la adhesión plena de Buenos Aires, por culpa básicamente de su tradición librecambista y del paraíso fiscal y financiero que funciona en la city porteña, pero el Mercosur es un actor mundial cada vez más relevante gracias a la poderosa industria paraguaya, cordobesa y paulista, y a la exportación de materias primas desde el Uruguay, el Alto Perú, la República Gaúcha y la República Federativa del Brasil. Chile, por cierto, ha sido uno de los países más beneficiados con el Mercosur. En primer lugar, ha logrado resolver casi de un plumazo los conflictos limítrofes con el diminuto pero pendenciero Buenos Aires y así desmilitarizó sus cuatro provincias de Cuyo. Pero lo que es más importante, el Palacio de La Moneda ha dejado de estar sólo en su sempiterna rivalidad con el Chubut de habla inglesa. Acaso, y esta es una opinión estrictamente personal, no está lejos el día en que los chilenos puedan recuperar sus tierras irredentas, injustamente rapiñadas por el imperialismo británico: Santa Cruz y Tierra del Fuego. Así sea”.
LA HIPOTESIS
La ucronía del primer párrafo bien pudo ser parte de la realidad. ¿Cómo? Si la corona española no hubiese creado en 1776 -ayer nomás- el Virreinato del Río de la Plata, una brillante decisión política y estratégica, pero una opción entre tantas. Si Carlos III no establecía alrededor de Buenos Aires un núcleo político-militar, de Córdoba para arriba todo podría ser parte de una nación con el centro en el Alto Perú (una Bolivia ampliada y con salida al Pacífico, seguramente); nuestra Mesopotamia se repartiría entre Uruguay y un Paraguay poderoso que llegaría desde, digamos, la mitad norte de Santa Fe hasta el Mato Grosso brasileño (habría derrotado al Imperio de Pedro en alguna guerra del siglo XIX). Mendoza, San Juan y San Luis (acaso también La Rioja o Neuquén) seguirían bajo la órbita chilena. La Patagonia se la repartirían Chile y los ingleses. Buenos Aires puede que en algún momento haya cristalizado como república independiente, pero merced al respaldo de Londres. Otro “algodón entre cristales”, en palabras del intrigante Lord Posomby. Es decir, sin Virreinato del Río de la Plata no hubiera habido una República Argentina, tal como la conocemos hoy. Así de frágiles y aleatorias son las naciones del planeta.
El autor de esta hipótesis fascinante es el abogado, periodista, analista político y historiador Rosendo Fraga. Hace unos años escribió un libro extraordinario: ‘¿Qué hubiera pasado si…?’ (Vergara. Edición 2008. Ensayo de historia, 377 páginas).
Elaboró nada menos que historia nacional contrafáctica, un juego intelectual rarísimo en español pero bastante común en la anglósfera, acaso porque los eruditos estadounidenses e ingleses creen en serio en el papel de la libertad (y del azar) en los asuntos humanos.
Rosendo plantea, pues, en su obra quince contrafactuales y desde allí despliega su imaginación, casi siempre sensata y convincente.
Doy otro ejemplo: ¿Qué hubiera pasado si Rosas hubiese triunfado en la batalla de Caseros? El autor desmenuza las condiciones políticas, sociales y militares en 1952, se pregunta si la derrota de El Restaurador era inexorable, se contesta que no y detalla las razones. Finalmente describe lo que pudo ser: si en ese punto de inflexión la taba caía de otra manera la Argentina sería diferente. Acaso hoy no tendríamos a Entre Ríos y Corrientes.
En el plano de las ideas, digamos que Don Rosendo es emersoniano: cree en el papel decisivo de las grandes personalidades (Pedro de Cevallos, José de San Martín, el general Roca, entre otros). Sostiene que la Historia se asemeja a un juego de dados, especialmente en lo que atañe a las batallas y los golpes militares. Arriba a un puñado de conclusiones asombrosas: verbigracia, si al general Paz no le boleaban el caballo en El Tío la Argentina se hubiese ahorrado veinte años de desorganización nacional. Sostiene más adelante que la Argentina pudo haberse ahorrado fácilmente la experiencia del peronismo. E incluso conjetura que Gran Bretaña habría devuelto las Malvinas a la Argentina en la década del noventa si no el régimen militar hubiese recuperado fugazmente las islas en 1982.
En síntesis, un ensayo de agradable y amena lectura, imprescindible para el interesado en la historia argentina, de lectura obligada para las personas con responsabilidades políticas. ¡Ah!, y un pequeño secreto: se consigue en las mesas de saldos de la calle Corrientes. Maravillosa Buenos Aires.
Calificación: Muy bueno