Las estrellas no brillaron hasta el final

El baúl de los recuerdos. Argentina tuvo un equipo de lujo en la Copa América de 2007. Cada presentación combinaba goles con buen juego, pero se desvaneció en el duelo por el título contra Brasil.

 

Los ojos se entrecerraban, deslumbrados por el fulgor del plantel. La Selección tenía un equipo de estrellas. Brillaban. ¡Y cómo! Una constelación maravillosa reunió Alfio Basile para la Copa América de 2007. El repaso de los nombres invitaba a soñar con un futuro mejor. Lionel Messi -¡con solo 20 años!-, Juan Román Riquelme, Juan Sebastián Verón, Hernán Crespo, Carlos Tevez, Pablo Aimar, Fernando Gago… Cada partido era una fiesta. Salía a la cancha y goleaba. Solo faltaba el broche de oro. Pero el brillo se apagó en la final y Argentina perdió 3-0 con Brasil…

El Coco no contaba solo con figuras de la mitad de la cancha hacia adelante. En la defensa estaban Roberto Ayala, Javier Zanetti, Gabriel Milito, Gabriel Heinze y, por si fuera poco, el arco lo defendía Roberto Abbondanzieri. En el centro del campo dejaba la vida Javier Mascherano y aportaban su clase Esteban Cambiasso y Luis González. Arriba esperaban su turno Diego Milito y Rodrigo Palacio. ¿Cómo no ilusionarse con semejante acumulación de talento y jerarquía? Era una Selección lujosa. Argentina siempre contó con futbolistas de primer nivel, pero en esa ocasión Basile amalgamó lo mejor de varias camadas.

Como tantas otras veces, los albicelestes corrían detrás de la ilusión de abrazarse en un festejo apretado, uno de esos que constituyen la mejor postal de orgullo futbolero que se pueda concebir. Ya habían pasado 14 años del anterior título. Las Copas América de 1991 y 1993 se divisaban muy lejanas en el tiempo. Ni hablar del campeonato del mundo en México 1986… Si bien no existen certezas en un deporte en el que domina la imprevisibilidad, el equipo inspiraba confianza. Y, por si hacía falta apelar a las cábalas, estaba Basile, el DT que había conducido al Seleccionado a sus últimas conquistas…

El equipazo que armó el Coco Basile en la Copa América de 2007.

Claro, tantas expectativas y tamaña riqueza individual y colectiva quedan reducidas a la nada si no se trasladan a la cancha. Eso ocurre de dos maneras: con triunfos y con buenos rendimientos. O al menos con una de esas dos variables. Es cierto: en ocasiones los resultados son mejores que los desempeños en el campo de juego, pero nadie gana de casualidad. El destino no suele ser demasiado generoso, pero esa Argentina del Coco parecía tener un sino triunfal.

SIMPLEMENTE, FÚTBOL

Las primeras actuaciones se antojaban la confirmación de ese juicio. Con dos goles de Crespo, uno de Aimar y otro de Tevez, la Selección se impuso 4-1 a Estados Unidos. Los tantos del Payasito y de Carlitos habían llegado desde el banco de suplentes, en una confirmación de que si no alcanzaba con la fórmula inicial del técnico, sobraban alternativas para solucionar cualquier problema que pudiera surgir. Estaba claro que los norteamericanos no constituían un rival demasiado complicado, pero los albicelestes se abstrajeron de esa cuestión e hicieron lo suyo.

Abbondanzieri, Zanetti, Ayala, Gaby Milito, Heinze; Verón, Mascherano, Cambiasso; Riquelme; Messi y Crespo salían a escena y daban un espectáculo de alta calidad. A Basile le gustaban los equipos que salían de memoria y había encontrado uno que cumplía ese requisito y al que además daba gusto verlo en acción. Lo mejor del caso es que sus actuaciones eran para recordar. Ese fenómeno no se repite tan seguido, pero en esa Copa América disputada en Venezuela ocurrió con una saludable frecuencia.

Increíble, pero real: Hernán Crespo se lesionó al patear un penal. Una baja de peso en la ofensiva albiceleste.

Los players del Coco -en esa época a Basile se le había ocurrido hablar de los jugadores con esa palabra- respondieron con un sólido 4-2 contra una Colombia bastante opaca que había arrancado en ventaja. Crespo acertó en un penal, pero se lesionó en ese instante y le cedió su lugar a Diego Milito, quien le puso la firma al cuarto tanto. Los otros fueron de Riquelme (uno de cabeza y el restante de tiro libre). La baja de Valdanito forzaba al DT a hacer cambios, todo un desafío por el amplio abanico de posibilidades del entrenador argentino…

El juego del equipo fluía con naturalidad. Los tiempos los manejaba Román, con esa artística parsimonia tan particular en él. Lo secundaba La Brujita Verón y se asociaba también Cuchu Cambiasso, otro jugadorazo. Estaba claro que Mascherano tenía a su cargo el trabajo sucio en la mitad de la cancha… Por el costado derecho se proyectaba El Pupi Zanetti, Messi empezaba a sumar minutos como titular y sacaba a relucir su vertiginosa habilidad para desarticular defensas. El repertorio era infinito.

Con el pasaporte a cuartos de final en el bolsillo, llegó el turno de los suplentes. Aparecieron en escena Luis González -¡qué difícil no presentarlo directamente como Lucho!-, El Negro Hugo Ibarra, Daniel Cata Díaz, Nicolás Burdisso, Gago, Aimar, Palacio… Con ellos, Argentina derrotó 1-0 a Paraguay gracias a una definición de Mascherano. Sí, hasta un mediocampista defensivo no demasiado habituado a sacudir las redes contrarias estaba en condiciones de hacer su contribución goleadora en ese equipo.

Javier Mascherano festeja su gol contra Paraguay. En ese torneo, Masche aportó dos tantos. 

GOLES A GRANEL

Ya en las instancias de eliminación directa Argentina dejó en claro que no le pesaba asumir el riesgo de atacar para definir su suerte. En su ADN no existía la información genética que la llevara a aguardar que la suerte le tendiera su mano. Otros dos goles de Riquelme (el segundo nació de un quite de Abbondanzieri casi como un líbero), uno de Messi -sutil definición tras un pase exacto de Román- y uno más de Mascherano -sí, dos en el mismo certamen- hicieron realidad un holgado 4-0 frente a un Perú que ya tenía en sus filas a Paolo Guerrero.

Aunque nunca conviene celebrar con anticipación, resultaba sencillo imaginar a la Selección clausurando su prolongada racha negativa. Sí o sí esta vez parecía el fin de las penurias. Esa cadena de decepciones debía tener algún eslabón endeble. Y si por alguna razón los eslabones eran sólidos, más lo era el andar de ese elenco vestido de celeste y blanco que exhibía una fabulosa convicción para ser dueño de su propio destino. Jugaba a ganador. Siempre a ganador.

Esa ambición irrefrenable fue demasiado para México, que había accedido a las semifinales con bastantes dudas en su funcionamiento. Las huestes de Hugo Sánchez, el otrora extraordinario goleador que había estado en la derrota en la final de 1993, amagaron con plantear un problema de difícil resolución para los del Coco. Sin embargo, antes del final del primer tiempo, partió el preciso tiro libre de Román que Heinze, con una curiosa pirueta, transformó en el 1-0 que acabó con la resistencia de los rivales. El camino estaba allanado.

El grito de gol de Juan Román Riquelme, uno de los referentes de la Selección.

A partir de ese momento, el trámite se hizo mucho más sencillo. México se desvaneció y mostró grietas inmensas en su última línea. Un rechazo de Heinze derivó en Tevez, quien encontró libre a Messi por la derecha. La Pulga avanzó hacia el área y no tuvo mejor ocurrencia que pinchar la pelota para dejar desairado al arquero Oswaldo Sánchez. Un golazo. Uno de los tantos que desde entonces iban a llegar a partir de la soberbia zurda de ese rosarino que casi dos décadas después sigue vigente y tiene asegurado su lugar en la historia del fútbol mundial.

Un rato después, le tocó el turno a Riquelme de establecer el 3-0 con un penal ejecutado con esa arrogante maestría que lo impulsó a picar la pelota. “A lo Panenka”, se dice, aunque pocos conozcan a ese checoslovaco bigotudo que se atrevió a patear así en una final de Eurocopa. El balón viajó hacia el medio del arco, mientras el arquero había escogido tirarse a una punta en una absoluta señal de sumisión a lo que la creatividad del 10 argentino determinara. Otro golazo. Por las dudas: desde los doce pasos también se hacen golazos…

El golazo de Lionel Messi contra México en las semifinales.

LA DECEPCIÓN

Solo quedaba el último paso. La final. Y no cualquier final, sino una contra Brasil. Más allá del nombre del rival, Argentina asomaba como favorita. Los verdiamarillos habían llegado a Venezuela con una selección que podía ser considerada como de segunda mano. No estaban Ronaldo, Kaká, Ronaldinho, Dida, Lucio, Zé Roberto… El técnico Dunga había recurrido a un plantel que recorría el sendero de la renovación. La nueva figura era Robinho, secundado por Diego, Vagner Love, Elano y Julio Baptista. Entre los suplentes estaba Dani Alves, en ese entonces considerado relevo de Maicon.

No había sido demasiado destacado lo de Brasil en el certamen. Escoltó a México en el Grupo B después de perder 2-0 con los norteamericanos, golear 3-0 a un Chile de vuelo bajo y vencer por un escuálido 1-0 a Ecuador. Se volvió a encontrar con los trasandinos en los cuartos de final y en esa etapa fue impiadoso: 6-1 con dos tantos de Robinho y el resto de Juan, Julio Baptista, Josué y Vagner Love. En las semifinales igualó 2-2 con Uruguay y tuvo mejor puntería en la definición desde los doce pasos para instalarse en la final.

Con sus impredecibles gambetas a la lógica, el fútbol hizo que en el duelo por el título se invirtieran los papeles. Argentina jugó el peor partido de la Copa América y Brasil el mejor. Tan solo habían pasado cuatro minutos cuando Julio Baptista introdujo la pelota en la valla de Abbondanzieri, quien llevaba un invicto de 288 minutos. Ese gol pudo haber derrumbado a los albicelestes, pero eso no sucedió y Riquelme le sacó astillas al poste izquierdo de Doni. Sin embargo, esa acción no bastó para disimular los desacoples de la retaguardia del equipo de Basile.

La alegría de Dani Alves contrasta con la pena de Mascherano y Gabriel Milito.

Las buenas intenciones en ofensiva se veían empequeñecidas por la endeblez de la defensa. La evidencia de esa situación se dio sobre el cierre del período inicial, cuando un inocente remate desde la derecha que parecía ir hacia las manos de Abbondanzieri se topó con una mala intervención de Ayala que terminó con la pelota dentro del arco del Pato y desembocó, poco después, en la renuncia del zaguero a la Selección. A pesar de que disponían de más de 45 minutos para reaccionar, esa jugada hizo pedazos el ánimo de las hombres de Basile. Ya todo estaba perdido.

Obnubilados, los atacantes argentinos no encontraban la forma para acercarse a Doni. Los mediocampistas no conducían. Los integrantes de la última línea no defendían. El equipo había desaparecido en acción. La señal más hiriente de esa aseveración se dio cuando una veloz réplica brasileña dejó libre a Dani Alves para someter a Abbondanzieri con un disparo cruzado. El fulgor de las anteriores presentaciones se sentía sepultado en el pasado. Las resplandecientes estrellas brillaban por su ausencia. La tristeza no tenía fin.

La decepción se apodera de Messi y Riquelme. 

LA CAMPAÑA

Fase de grupos

28/6/2007 en Maracaibo: Argentina 4 (Crespo -2-, Aimar y Tevez) – Estados Unidos 1 (Johnson)

2/7/2007 en Maracaibo: Argentina 4 (Crespo -p-, Riquelme -2- y D. Milito) – Colombia 2 (E. Perea y Castrillón)

5/7/2007 en Barquisimeto. Argentina 1 (Mascherano) – Paraguay 0 

Cuartos de final

8/7/2007 en Barquisimeto: Argentina 4 (Riquelme -2-, Messi y Mascherano) – Perú 0

Semifinales

11/7/2007 en Ciudad Guayana: Argentina 3 (Heinze, Messi y Riquelme -p-) – México 0

Final

15/7/2007 en Maracaibo: Argentina 0 – Brasil (Julio Baptista, Ayala -e/c- y Dani Alves)