Las Leonas, orgullo nacional
El baúl de los recuerdos. La Selección argentina femenina de hockey sobre césped ganó el Mundial 2002. Ya había hecho historia con la medalla plateada en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000.
Eran unas fieras insaciables. Lo siguen siendo porque, por más que cambien los nombres, la voracidad no se extingue. Fueron, son y serán Las Leonas, el Seleccionado argentino femenino de hockey sobre césped. En realidad, se convirtieron en ese felino en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000. En esa oportunidad lograron la medalla plateada, pero hicieron mucho más que eso: le dieron vida a una mística imperecedera. La primera demostración llegó dos años después al ganar el título en el Mundial de Australia. Desde entonces y para siempre, Las Leonas se convirtieron en un orgullo nacional.
El logo que se transformó en apodo -mejor dicho: en identidad- nació en un momento de extrema tensión. La fiera estaba enjaulada y fue liberada para devorar una desilusión mayúscula. Las esperanzas de entreverarse en la lucha por las medallas olímpicas en Sídney parecían una presa imposible de atrapar. Una derrota con España había complicado las posibilidades por una mala interpretación del reglamento. Era un momento difícil. Las chicas tenían que dar señales de vida. Y lo hicieron. ¡Vaya si lo hicieron!
Habían viajado a los Juegos de 2000 con una camiseta reservada para una final por la medalla olímpica. Para una ocasión especial. La tenían guardada en las valijas como un tesoro secreto. Solo ellas estaban al tanto de su existencia. Bueno… ellas y el cuerpo técnico encabezado por Sergio Cachito Vigil. La prenda celeste y blanca tenía estampada en el pecho la imagen de una leona. Porque así se sentían, aunque no lo manifestaran con rugidos estremecedores. Se lo decían unas a otras en voz baja. En la intimidad, cuando el aliento entre camaradas adquiere una fuerza descomunal.
El primer gran impacto llegó con la medalla plateada en Sídney 2000. Allí nacieron formalmente Las Leonas.
Y ese equipo necesitaba mucho aliento en un instante de abatimiento. Había llegado el momento de gritarle al mundo su hambre de gloria. Esa voracidad que no se había visto satisfecha por la imposibilidad de acceder a un podio ya no podía contenerse. El 24 de septiembre, tres días después de la caída a manos de España, la Selección argentina salió al sintético del Sydney Olympic Park Hockey Centre con una camiseta diferente. Era la de siempre, pero con un agregado muy especial.
La camiseta con el símbolo de ferocidad en celeste y blanco debutó, previa autorización de las autoridades de los Juegos, con un triunfo sobre Países Bajos. En ese entonces, todo el mundo se refería a Holanda, pero no viene el caso. Lo importante es que la victoria por 3-1 fue el primer eslabón de una cadena de éxitos que depositó a Las Leonas -ahora sí, con su identidad reconocida universalmente- en la final por el oro. Perdieron con Australia, pero ese rugido inicial las metió en el corazón del pueblo argentino.
Gracias a la medalla plateada en Sídney, el hockey sobre césped empezó a ser mirado de otro modo. Se hizo cada vez más común ver a pibas y pibes con el palo en el bolso caminando por la calle. Fue una explosión que se extendió por todo el país y que se nutrió de otro hito importantísimo cuando, dos años más tarde, Las Leonas alcanzaron la cima del mundo con el título en Perth, Australia. Por primera vez, el conjunto albiceleste podía gritar su orgullo de mejor equipo de la tierra.
Las Leonas le dieron vida a una mística que se mantiene inalterable con el paso de los años.
UN EQUIPO DEMOLEDOR
La consagración se produjo el 8 de diciembre de 2002. Ese día, Argentina doblegó a Países Bajos en una definición plena de suspenso. Pero antes de ese dramático triunfo, el equipo de Cachito Vigil fue edificando, partido a partido, una campaña digna de aplauso. De aplausos, muchos, interminables, eternos… Les ganó a todos los rivales que se le cruzaron en el camino. Lo hizo con solvencia, con claridad, con actuaciones tan brillantes como demoledoras. Lo hizo como debe hacerlo un seleccionado que pretende ser reconocido como el número uno del mundo.
Todo comenzó con un 1-0 sobre Nueva Zelanda con gol de Soledad García. Luego llegó el aplastante 5-1 contra Ucrania con tantos de Luciana Aymar, Sole García, Mercedes Margalot, Cecilia Rognoni y Natalí Doreski y el 1-0 frente Alemania concebido por la conquista de Mechi Margalot de córner corto. Un doblete de García hizo posible el 2-0 contra China y más tarde Las Leonas volvieron a lucirse: le ganaron 5-0 a Escocia en un partidazo en el que aportaron su puntería Claudia Burkart, Mariana González Oliva, Aymar, García e Inés Arrondo.
Los últimos compromisos de la fase inicial arrojaron victorias por 2-1 contra Corea del Sur -goles de Sole García y Ayelén Stepnik- y por 1-0 sobre Rusia en un duelo de tramite demasiado ajustado. La cordobesa García volvió a constituirse como el principal argumento ofensivo del conjunto nacional. Siete triunfos en igual cantidad de presentaciones, 17 tantos a favor y solo 2 en contra expresaban el saldo numérico de una serie de desempeños que confirmaban que algo había cambiado desde la irrupción del famoso logo en los Juegos de Sídney 2000.
EN LA CIMA DEL MUNDO
Argentina ya estaba en el selecto grupo de cuatro equipos más destacados del planeta. Las chicas sentían que estaban ante una inmejorable oportunidad de dar un paso adelante. No era un simple paso adelante, sino uno hacia la historia grande del deporte. El subcampeonato en Berlín 1976 había sido alcanzado por otra generación de jugadoras. Las Leonas, antes de ser reconocidas como tales, habían dado una sorpresa enorme con el segundo puesto en Dublín 1994. Eran, en ese entonces, apenas unas cachorritas de ese gran felino, pues apenas un año antes habían logrado el título mundial juvenil.
La arquera Mariela Antoniska fue una figura decisiva para el primer título del mundo.
Los tímidos y casi imperceptibles rugidos del elenco albiceleste se hicieron más notorios con la victoria en el Champions Trophy de 2001, en la antesala del Mundial de Australia. No existía margen para la duda: Argentina ocupaba un lugar protagónico en el hockey sobre césped de esos tiempos. Le faltaba refrendarlo subiéndose al escalón más alto del podio. ¿Le faltaba? Claro que no. No tenía deudas impagas porque ya se había consagrado, pero el exigente y despiadado ámbito del deporte reclama triunfos como si la historia la escribieran solo los que ganan.
Sea como fuere, en semifinales Las Leonas dieron cuenta de Australia por 1-0 con otro tanto de Soledad García, un pilar fundamental de esa conquista. Y llegó la final. Un cara a cara con Países Bajos, el equipo frente al que había nacido el apodo que llegó para quedarse. Las naranjas sabían muy bien qué significaba ser campeonas, dado que acumulaban en ese momento cinco títulos. Se repartían los festejos con la República Federal Alemana y con Australia. Argentina esperaba su turno.
El duelo en Perth fue intenso, emocionante… Arrondo puso en ventaja a las huestes de Cachito a los 4 minutos del primer tiempo al sellar una magnífica jugada de Lucha Aymar. La habilidosa rosarina se había ganado un lugar en el equipo no hacía demasiado, pero muy rápidamente exhibió su capacidad única para llevar la bocha como si fuera parte de su cuerpo. El festejo se intuía cercano, pero solo 120 segundos antes del epílogo, Países Bajos logró la igualdad a través de un córner corto de Ageeth Boomgaardt.
El empate no se quebró en el tiempo extra y la definición se extendió a los penales. Allí irrumpió en escena la figura de la arquera Mariela Antoniska, quien a lo largo del partido había sacado a relucir varias veces sus reflejos y más tarde detuvo los remates de Antenista Mijntje Donners, Minke Smabers, Chantal De Bruijn y Fatima Moreira De Melo. Se quedó con cuatro de los ocho disparos a los que fue sometida. Argentina se impuso 4-3 (marcaron Burkart en dos oportunidades, Margalot y Rognoni). Ya no quedaban dudas: Argentina estaba en la cima del mundo. Las Leonas eran las reinas de la selva.
La alegría de Cachito Vigil, la Copa en manos de Karina Masotta, un momento histórico.
Esas leonas eran la capitana Karina Masotta, Aymar, Antoniska, Soledad García, Magdalena Aicega, María Paz Ferrari, Stepnik, Vanina Oneto, González Oliva, Margalot, María de la Paz Hernández, Rognoni, María Inés Parodi, Paola Vukojicic, Mariné Russo, Arrondo, Doreski y Burkart. Ellas iniciaron una era fantástica de triunfos que incluyó a varias generaciones de jugadoras que se sumaron a la manada.
Llegaron los títulos mundiales de 2002 y 2010, los del Champions Trophy de 2001, 2008, 2009, 2010, 2012, 2014 y 2016, los de los Juegos Panamericanos de 1999, 2003, 2007 y 2019, los de la Copa Panamericana de 2001, 2004, 2009, 2013, 2017 y 2022, los Sudamericanos de 2003, 2008, 2010 y 2013, los Odesur de 2006, 2014 y 2018, el de la Liga Mundial 2015 y el del Hockey Pro-League en 2022. Por si fuera poco, en los Juegos Olímpicos se colgaron del cuello las medallas plateadas en 2000, 2012 y 2020 y las de bronce en 2004 y 2008. El repaso es extenuante, casi aburrido. El repaso no hace más que confirmar que Las Leonas son un orgullo nacional.