ACERCA DE LA DECLARACION “PLURALISTA” DEL ARZOBISPO DE SANTA FE
Lamentable claudicación episcopal
POR MARIO CAPONNETTO Y MIGUEL DE LORENZO
“La Constitución vigente declara que «la religión de la Provincia (Santa Fe) es la Católica, Apostólica y Romana, a la que le prestará su protección más decidida, sin perjuicio de la libertad religiosa que gozan sus habitantes». Es prácticamente una profesión de fe […] hoy semejante párrafo es inadmisible desde todo punto de vista […] la Provincia no es, ni puede ser, de ninguna manera católica”.
Estas palabras no pertenecen a un político laicista, ni a un jerarca de la masonería, ni siquiera a un dirigente socialista o socialdemócrata. Créase o no, son palabras textuales de un Comunicado o Declaración del Arzobispado de Santa Fe que lleva la firma de su titular, Monseñor Sergio Fenoy, y la del Obispo Auxiliar, Monseñor Matías Vecino. El documento esta refrendado además por el Equipo Arquidiocesano de Pastoral Social y la Junta Arquidiocesana de Educación del Arzobispado. Los obispos, sin que nadie les haya pedido explicación alguna, se han creído obligados una vez más a claudicar, a renunciar a la Verdad de la Iglesia de Cristo. Se anticipan por las dudas, no vaya a ser que alguno, que tampoco cree, o que cree aún menos que ellos, pudiera sentirse agraviado.
Lamentamos tener que afirmar que estas declaraciones son vergonzosas, absolutamente indignas de quienes tienen a su cargo el grave deber de regir, instruir y santificar a su grey y, sobre todo, contrarias a la doctrina y a la tradición de la Iglesia.
DOCUMENTO
El documento que comentamos lleva por título “Reconocer a la Iglesia dentro de la pluralidad, sin privilegios. Reflexiones en torno a la reforma constitucional”.
Ya el mismo título resulta, por decir lo menos, inapropiado. Porque afirmar la identidad católica de una nación, reconocer a la Religión Católica Apostólica y Romana (la única verdadera) como religión del Estado y prestarle, por parte de éste, su decidida protección, sin perjuicio de la legítima libertad religiosa de todos los habitantes, no es un privilegio de la Iglesia. Es cumplir con la grave obligación que tienen los Estados de dar culto público al Dios verdadero.
Más aún en nuestro país, donde la historia detalla claramente la decisiva tarea que cumplió la Iglesia desde la llegada de los españoles, pasando por la independencia, los ejércitos libertadores, la educación etc., etc. Así lo ha entendido siempre el Magisterio de la Iglesia, así lo ha proclamado y defendido desde siempre, aun a costa de la sangre de multitud de mártires.
Los obispos firmantes apelan a Gaudium et Spes, 36. Pero este pasaje no hace sino reiterar la doctrina de siempre, a saber, la distinción entre una legítima autonomía de lo temporal, basada en sus propias leyes, y una falsa autonomía que supone que “la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador”.
Nada de esto es nuevo: basta leer los Padres y los Doctores de la Iglesia de todos los tiempos, el Magisterio auténtico de los Papas, para advertir que esta ha sido una posición constante e invariable a lo largo de veintiún siglos.
Pero, además, si se apela al Vaticano II habría que recordarles a los obispos que la misma Declaración Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa, sostiene taxativamente: “Confiesa asimismo el santo Concilio […] que deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo” (Dignitatis humanae, 1).
En rigor de verdad, esta doctrina se remonta al circo romano cuando miles de cristianos ofrecían sus vidas por negarse a adorar al Emperador o a aceptar que Cristo fuera uno más de los dioses del Imperio.
Sostener, pues, como hace el documento, que: “Desde mediados del siglo pasado la Iglesia viene afirmando la justa autonomía y la cooperación del orden temporal con respecto al religioso” es un imperdonable gazapo histórico y doctrinal, fruto de una grosera ignorancia o mejor dicho de una tergiversación de la enseñanza perenne de la Iglesia.
CONFESIONALIDAD
Pero hay varias cosas más que deben señalarse en este documento. Por empezar, una torcida interpretación de la confesionalidad del estado como si ésta fuera, eo ipso, una confusión del orden temporal con el religioso.
Por eso no deja de asombrarnos que los obispos santafesinos pretendan desestimar la doctrina católica acerca de las relaciones entre el orden temporal y el religioso afirmando que “la condición propia de lo temporal, por definición, implica la no perdurabilidad, la siempre mutabilidad, la continua perfectibilidad; en ese sentido, la religión nos enseña que ningún gobierno representa «lo definitivo», y juega un papel saneador, profético diríamos nosotros, frente a toda instancia de poder”.
Uno se pregunta ¿qué tiene que ver la mutabilidad de lo temporal en todo esto? El cristianismo es, precisamente, en razón de la unión hipostática de Cristo, la asunción de lo temporal en lo eterno, de la mutabilidad humana en la inmutabilidad de Dios.
Proteger a la religión católica no es un privilegio de la Iglesia. Es cumplir con la grave obligación que tienen los Estados de dar culto público al Dios verdadero.
En tal sentido, no sería una demasía pretender que para salir de la ignorancia y de la baratija populista, intenten frecuentar los documentos de los últimos Papas. Así por ejemplo sostiene Paulo VI: “El predicador del Evangelio, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás. No vende, ni disimula jamás la verdad, por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por deseo de aparentar”.
Por otra parte, ¿por qué razón se presenta la religión como una instancia profética frente a todo poder? ¿Por qué se ha de pensar en una suerte de inevitable enfrentamiento de la Iglesia con el poder político como si éste fuese siempre e intrínsecamente malo? ¿Cómo negar tantos reyes santos, tantos príncipes cristianos, verdaderos padres de sus pueblos y defensores de la Fe? ¿De dónde surge esta suerte de falso profetismo, de un cinismo feroz, que suele ir de la mano con la obsecuencia frente al poder de las ideologías dominantes?
POSICION FALSA
Los obispos, casualmente los de la Provincia de Santa Fe de La Vera Cruz, dicen, rechazar el laicismo al que consideran un error simétrico respecto de la confesionalidad de los Estados. Pero si bien se mira, la posición intermedia en que pretenden situarse es radicalmente falsa: ella está signada de un radical inmanentismo del que no pueden salir. Finalmente, el relativismo invocado desemboca, inexorable y democráticamente en las teorías de Kelsen y Rorty, para quienes no hay otra verdad reconocida que la de las mayorías.
Efectivamente, lo que se pide es que el Estado respete la dimensión religiosa del hombre, pero entendida como un mero hecho humano, uno más entre tantos. Se trata del conocido “todos, todos, todos” esto es, un mundo sin Dios definido, en que todos, todos, chapoteamos en el mismo barro. Nada importa la referencia a algo que trascienda la dimensión religiosa de la persona humana, nada se dice respecto de una realidad trascendente a la persona misma.
Estamos aquí ante una cruda expresión del principio de inmanencia por el que nada es trascendente a nada. De este modo se sustituye la grave obligación de los Estados de rendir culto al Dios verdadero por la obligación de respetar una religión reducida a la simple condición de un fenómeno humano. He aquí la inversión (la svolta antropológica de la que habla Fabro) tan propia de la mentalidad presente: poner al hombre en el lugar de Dios.
Lo que se espera de los obispos, no es que sean los adalides de un pluralismo de suburbio, sino los sencillos y firmes testigos de Cristo Rey, al que deben someterse todos los individuos y las naciones como única garantía de auténtica paz y de verdadera libertad. Necesitamos Pastores que vuelvan a proclamar la Paz de Cristo en el Reino de Cristo.
No otra cosa les señala con inusual fuerza San Juan Pablo II: “Como pastores tenéis la viva conciencia de que vuestro deber principal es ser maestros de la Verdad. No de una verdad humana y racional sino de la Verdad que viene de Dios, que trae la auténtica liberación del hombre”.