La vida sin amor de Hans Christian Andersen
El 2 de abril de 1805 nacía en Odense, Dinamarca, quien se convertiría en el autor más conocido de cuentos infantiles. Hans Christian Andersen llegó al mundo en el seno de una familia muy humilde. Sus abuelos, tanto paternos como maternos, fueron víctimas de severos desequilibrios mentales, lo que hizo que Hans Christian temiera, a lo largo de su vida, perder la razón como lo habían hecho sus ancestros. Tanto su abuela como su tía ejercieron la prostitución y, aunque en su biografía pintaba a su madre como abnegada e indulgente con su hijo, otras versiones sostienen que su vida era disoluta y entregada al alcohol.
Andersen adoraba a su padre, un zapatero remendón, pero dueño de una fértil imaginación, que le contaba a su hijo historias tradicionales danesas y le leía todas las noches cuentos adaptados de “Las mil y una noches”. Quizás de estos momentos de felicidad (qué mejor recuerdo de nuestra infancia que escuchar un cuento antes de dormir) nació su vocación literaria.
Esta es la versión de una infancia humilde y llena de privaciones que Hans Christian relataría en su autobiografía, aunque el historiador danés Jens Jörgensen ofrece una historia distinta, propia de un culebrón, que lo señala a Hans Christian como hijo del príncipe Christian Frederick y la baronesa Elis Ahlefeldt-Laurvig. Él habría sido el fruto de una aventura juvenil de esta pareja de aristócratas, quienes lo entregaron a una familia humilde, aunque nunca se desentendieron del niño, brindándole educación y ciertos privilegios que favorecieron a su futura carrera literaria.
Si bien esta versión no es compartida por la mayor parte de los biógrafos de Andersen, explicaría por qué Hans Christian podía jugar de niño con el príncipe Fritz, quien más tarde se convertiría en el rey Frederik VII, su benefactor. Fue este monarca quien le permitió acceder a la escuela de Slagelse e incluso le concedió un título militar que solo se le otorgaba a los nobles. De haber sido así, sus hipotéticos padres biológicos no le ahorraron malos momentos a su hijo...
Lo cierto es que, a los 14 años, después de la muerte de sus padres –su progenitor a causa de una infección y su madre por un delirium tremens–, Hans decidió tentar suerte en Copenhague como actor y cantante. Joven solitario y excéntrico, lector consumado, debió pasar muchas penurias porque, inicialmente, la suerte le fue esquiva. Nadie le daba una oportunidad a este joven alto y delgado, de nariz prominente y actitud afeminada, motivo de burla entre sus compañeros de trabajo. En 1822 conoció a quien sería su benefactor, Jonas Collins, quien creyó en su talento y lo asistió en su formación e inicio literario. Su primer éxito fue un poema llamado “El niño muerte”, publicado en una revista de gran circulación en Dinamarca y Alemania. En este texto ya se percibe su inclinación melancólica, esa tristeza de hondo lirismo presente en sus textos, donde plantea “lo bueno, lo bello y lo feo”, como señalaban el físico danés Hans Christian Ørsted. Cuando Andersen publicó su novela “Improvisatoren”, Ørsted predijo: “Esta obra te ha hecho famoso, pero tus cuentos de hadas te harán inmortal.
Entre 1835 y 1872 publicó 156 cuentos destinados a niños, quienes adoraban los relatos de Andersen, aunque él evitase el contacto con los párvulos de todas las formas posibles. A fin de buscar inspiración (ya que poca relación tenía con los infantes), evocaba su propio pasado de al niño maltratado y desolado que recurría a la fantasía para defenderse del medio hostil en el que creció.
Convertido en un escritor conocido y traducido a más de 150 idiomas, nunca dejó de sentir vergüenza de su origen, más cuando le sonrió la fortuna y se codeaba con nobles, burgueses ilustres y literatos famosos como Dickens. Sin embargo, esta infancia humilde le dio una perspectiva muy particular para expresarse, ya que conocía tanto el lenguaje y costumbres de las clases populares como el refinamiento aristocrático. De hecho, sus cuentos están basado en relatos folclóricos y sus experiencias juveniles. También fue un inagotable viajero que pudo conocer el mundo, ampliando sus experiencias y perspectivas que plasmó en varios artículos y en su autobiografía.
VIDA DE DESENCUENTROS
No podemos hablar sobre la obra de autor de “El Patito Feo”, quizás su cuento más elípticamente autorreferencial, sin hacer referencia a su constante e infructuosa búsqueda del amor.
Hombre tímido pero de amplias aspiraciones, tanto sociales como románticas, frecuentemente se enamoraba de mujeres inaccesibles para él. El caso más célebre fue el de la bella soprano sueca Jenny Lind, quien inspiró el cuento del “El Ruiseñor”, nombre que se convirtió en seudónimo de la cantante. Como no se atrevía a declararse personalmente, le entregó una carta, a la cual Lind contestó amablemente llamándolo “hermano”, dando por tierra sus aspiraciones amorosas.
Sus enamoramientos fueron muchos, pero nunca correspondidos, ni con mujeres ni con hombres. En sus cartas se adivina un homoerotismo velado, como confiesa en una misiva a Edward Collin: “Mis sentimientos por ti son como los de una mujer. La feminidad de mi naturaleza y nuestra amistad deben permanecer en secreto”. Su relación con el bailarín Harold Scharff, a quien le dedico “El hombre de nieve” tampoco prosperó.
Muchos testigos de sus ansias de conquista la calificaron de “impropia y ridícula”. Para atraer a Scharff, compuso obras de teatro y hasta una ópera, “El cuervo”, en la que Scharff interpretaba a un vampiro que chupa la sangre de un joven. En 1871, Andersen escribió el argumento de un ballet compuesto por August Bournonville –compositor danés contemporáneo al escritor–, basado en su cuento “El soldado de plomo”, cuyo papel principal debía ser interpretado por Scharff. Como este sufrió un accidente y se lesionó su rodilla se vio forzado a abandonar su carrera de bailarín y dedicarse, sin éxito, a la actuación.
Un año más tarde, Andersen escribió su ultimo cuento para niños (que siempre eran publicados en Navidad). Poco después tuvo una caída de su cama que le produjo graves heridas. No volvió a ser el mismo y aumentó su miedo a ser enterrado vivo, razón por la cual siempre dejaba una nota antes de dormir advirtiendo que, en caso de duda, certificaran debidamente que estaba muerto cortándole una vena.
Su estado físico se deterioró a lo largo de los tres años siguientes. Se dice que murió de un cáncer de hígado, aunque no puede descartarse que haya sido metástasis hepática. En sus últimos tiempos anotó en su diario: “¡Dame una forma de vida!, mi Dios ¡Dame un novia! ¡Mi sangre quiere amor como lo quiere mi corazón!”
Unos amigos los hospedaron en su casa de Rolighed, cerca de Copenhague, donde falleció. Al morir tenía en sus manos una carta que había dirigido, años antes, a una joven llamada Riborg Voigt, otro amor no correspondido de su juventud.
Así concluye la vida de este hombre neurótico y torturado, que supo sublimar sus pesares en obras para niños en donde sus personas sufren y son marginados pero son redimidos por fuerzas superiores. Las hadas para él, son la mano visible de Dios.
Con este final, el Patito Feo se convierte en cisne y vuela tan alto como lo han hecho los cuentos de Hans Christian Anderson.