La muerte del papa Francisco ha sido además de una triste noticia, el deceso de mayor impacto mediático en todo el mundo, solo comparable con la noticia del fallecimiento de San Juan Pablo II en 2005.
Han muerto reyes, presidentes y personalidades destacadas de las artes, la ciencia y del deporte, pero ninguna llegó a este nivel de conmoción y de difusión. Sin dudas, aunque el catolicismo sea golpeado duramente en varias regiones de la Tierra, el Vicario de Cristo es la personalidad más destacada del planeta.
Los cristianos sabemos que nuestra existencia no se acaba con la vida terrenal.: vivimos con la esperanza de llegar a la casa del Padre. Aun así, la muerte nos golpea, nos pone a hacer balances, a evaluar, a mirar la vida en perspectiva, a resignificar lo pasado, a ensimismarnos…
HUIR
Si nos ubicamos hipotéticamente en el pensamiento del hombre primitivo, es posible que lo primero que pudo haberlo conmovido, no hubiera sido el vivir, porque era un hecho obvio, sino el morir que irrumpía en la obviedad de su vida. Lo que habrá llamado su atención habrá sido ese hecho desconocido, insondable e inefable que es la muerte terrenal. No por ser contraria a la vida, sino por ser su complemento, porque como la luz y la sombra no es posible una sin otra.
A este hecho final, tan inesperado como inevitable, tratamos de escaparle. Aunque sepamos que “el hombre propone y Dios dispone”, en este caso, si bien Dios, de todos modos dispone, nosotros tratamos instintivamente de posponer.
Sumergidos en lo inmediato, sabemos que la gente “se muere” pero no tomamos en cuenta que algún día, incierto pero seguro, también seremos los actores de nuestro propio fin terrenal.
DOS CARAS
Hasta pensar en ella es arduo y trata de evitarse. ¿por qué no hablar de cosas más lindas o más livianas? “Se despidió de la vida”, “se fue”, “partió”, “se nos adelantó” son conceptos que nos hablan del fin de una vida, pero no hacen más que eludir lo que se considera innombrable. Cuando la consigna es no pensar en ciertas cosas, todas las preguntas que podrían ser formuladas quedan presas en un fondo oscuro y clausurado. De este modo, habrá quienes le cierran las puertas al tema, sintiéndose inmortales queriendo olvidarse que la eternidad en este mundo no les será concedida; quizás porque no tienen la suficiente humildad como para aceptar su dependencia básica o la necesaria profundidad para abordarlo.
Habrá otros que sus respuestas carentes de fe y trascendencia los hunden en la desesperación y quieren alcanzar lo antes posible lo que más temen. “Absurdo es que nazcamos, absurdo es que muramos” decía Jean Paul Sartre y Schopenhauer “...con la muerte dejas de ser algo que mejor hubiera sido no empezar a serlo, en el fondo somos algo que no deberíamos ser, por eso cesamos de serlo un día”. ¡Qué triste la vida con esta perspectiva!
EL SENTIDO DE LA MUERTE
Sin embargo, también es posible no apartar la mirada y advertir que el sentido de la muerte también está ligado íntimamente al sentido de la vida.
Imaginemos el ridículo caso de alguien que viva en este mundo toda la eternidad ¿no le sería indistinto dejar su quehacer para mañana, para el año siguiente o para dentro de diez siglos? ¿para qué casarse, estudiar o tener un hijo si se puede dejar para más adelante?¿no perdería así, la vida, su significado? Tener un tiempo limitado, también tiene su lado beneficioso. En el tiempo todo se degrada pero también se enriquece, se destruye y crea, lo devora y permite que cada uno llegue a alcanzar su máxima plenitud como persona humana.
TRASCENDENCIA
Jaime Barylko reflexionaba en su obra “Las grandes preguntas”: “Memento mori. Vieja leyenda en latín: “Recuerda el morir…”. Si uno lo recordara, aprendería a vivir. porque la muerte forma parte del proyecto vital-existencial. Y si no forma parte, tal proyecto está falseado en sus raices.
Recuerda. Por qué estamos tan proclives a olvidarlo. Los antiguos y los del medioevo gustaban de esa memoria. Procuraban, nos guste o no, edificar un arte de vivir, un arte de amar, un arte de morir.”
El camino de la vida tiene su meta: llegar a ser la mejor versión de sí mismo, lugar que ningún otro puede ocupar. Con su muerte el hombre quedó configurado, es lo que ha sido. Nada se le puede quitar que no sea necesario y nada se le puede agregar que no sea superficial. Queda decidido para bien o para mal, de modo definitivo el destino total de la existencia. Así la belleza o fealdad de la muerte depende de la vida que la ha antecedido, de cómo en vida, se fue muriendo la muerte. Por eso, haciéndonos eco de San Francisco de Asís “Recuerda que cuando abandones esta tierra, no podrás llevar contigo nada de lo que has recibido, solamente lo que has dado: un corazón enriquecido por el servicio honesto, el amor, el sacrificio y el valor”.
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