El rincón del historiador­

La trágica muerte en Caseros ­del Dr. Claudio Mamerto Cuenca­

­No faltan comentarios sobre las crueldades de los tiempos de Rosas, que no pretendemos minimizar en modo alguno, pero tampoco faltaron del otro lado acciones terribles como la muerte de Claudio Mamerto Cuenca, de la cuál se cumplieron el miércoles 219 años.­

El mismo día de nacer en el hogar de don Justo Casimiro Cuenca y Lucía Calvo, un 30 de octubre de 1812 llevaron al niño a bautizar a la cercana parroquia de la Concepción donde el cura don Juan Dámaso Fonseca cumplió con el ritual imponiéndole los nombres de Claudio José del Corazón de Jesús; ignorando nosotros porque lo sustituyó por el de Mamerto. En 1828 ingresó al Colegio que funcionaba en el solar del Real Carolino en la antigua Manzana de las Luces, de donde egresó con notas sobresalientes en 1832, para acceder de inmediato al Departamento de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.­

Así como hubo familias de médicos como los Argerich, Montes de Oca, o hermanos como los Finochietto, los cuatro hermanos José María, Salustiano, Amado y Claudio ejercieron el arte de curar; el último abandonó los claustros con el diploma en 1839 y tuvo como maestros a los doctores Juan A. Fernández, Saturnino Pineda, Almeyda y Fonseca entre otros grandes de aquellos años, sin olvidar a Diego Alcorta y sus clases magistrales.­

Apenas al año de su egreso, sus conocimientos demostrados en la tesis titulada Opúsculo sobre las simpatías en general lo llevaron a ocupar la cátedra de Anatomía y Fisiología. Uno de sus discípulos el doctor Teodoro Alvarez así lo retrató: "Su voz elocuente, su porte distinguido, moderado y serio al mismo tiempo, hacían que sus sabias lecciones fueran oídas con el mayor interés; nos parecía que su lección terminaba en pocos momentos. La elocuencia y la doctrina tenían pendientes de sus palabras a la clase entera que le escuchaba con entusiasmo y admiración. En anatomía era un consumado, siendo disector su hermano''. 

Alvarez unto con José María Bosch eran sus ayudantes.­

Cuando Guillermo Rawson se recibió de médico, Cuenca hizo el discurso de recepción, una pieza magistral, que es un magnifico medallón casi profético de quien habría de ser uno de los grandes hombres sanitaristas de su tiempo: "Los hombres como vos, doctor Rawson, son una sonrisa del cielo, una dádiva preciosa, un impulso de perfección y mejora impreso por la mano de Dios en la carrera progresiva del género humano. Sois la perfección positiva de la perfección moral que sueña la fantasía''.­

­BUEN POETA­

­Además de excelente médico era un poeta que fue elogiado por Rafael Alberto Arrieta que lo ubica en el tiempo que le tocó vivir: "El poeta se sustraía de un medio que hubiera podido imponerle su servilismo''. A su vez, Ricardo Rojas afirmó: "Vivió en Buenos Aires durante la tiranía de Rosas, no manchó su pluma en la servidumbre literaria de la tiranía. su magisterio en la Facultad de Medicina y el ejercicio de su profesión, lo absorbieron por completo, y acaso fue sentimiento de piedad que retuvo al médico en su Patria. En el silencio de su hogar, cultivó las musas quizás como un último consuelo; no tuvo siquiera la vanidad de publicar sus obras, cuál si hubiera buscado al mismo tiempo olvidar la vida real y alejarse hasta del aplauso''. Las mismas fueron recopiladas y publicadas en 1880 en la afamada librería Garnier Hermanos en París, con su biografía por el mencionado doctor Teodoro Alvarez y el prólogo de Miguel de Toro y Gómez.­

Cuenca nunca abandonó Buenos Aires, quedó cumpliendo con su deber y asistiendo a sus enfermos y enseñanza a las futuras generaciones en tiempos de Rosas. Así Rosas lo designó Jefe del Cuerpo Médico Federal y en ese cargo se desempeñó en la batalla de Caseros. 

El doctor Claudio Mejía era el segundo jefe y narró a su hijo que cuando ya finalizaba la batalla, Cuenca y él se encontraban detrás de El Palomar, en el centro de un hemiciclo formado por once carretas que hacían de hospital de sangre, curando heridos, a cielo abierto y con los recursos de que disponía en ese ejército improvisado. En tales circunstancias avanzó una compañía de las fuerzas de Urquiza, al mando del comandante oriental León de Palleja, el cual al enfrentar al doctor Cuencia, quien conservaba aún un puñado de hilas en la mano, y sin dirigirle una sola palabra, le atravesó el pecho con la espalda, según lo escribió el doctor Eliseo Cantón.­

El historiador José J. Biedma escribió a Cantón que había escuchado del capitán Tomás Larragoitía, del regimiento de voltijeros que comandaba León de Palleja, en la División Oriental que comandaba César Díaz, la misma versión en Montevideo en 1878.­

Cuenca estaba en las vísperas de contraer enlace con María Atkins y según la tradición ingresó en un convento de clausura, aunque su biógrafo Marcial I. Quiroga, buscó su nombre en vano en los archivos conventuales.

Había previsto quizás el fin de sus días en esta frase que se encontró entre sus papeles: "Morir en la mitad de la vida, cuando se tiene delante de si la perspectiva de una estrella que nace, morir sin haber colmado los deseos de padre, cuando se ve tejer una corona para la frente y cuando tantas esperanzas se desvanecen en él, es un bárbaro morir...''.­