Siete días de política
La suerte del gobierno sigue atada a la marcha del ajuste
El gobierno sorteó el riesgo de corrida cambiaria, pero ahora enfrenta nuevos desafíos: una baja más rápida de la inflación y un rebote de la actividad que empiece a sentirse en la calle
La administración Milei es una fuente de constantes sorpresas. Uno entre muchas: el “blue” cerró marzo con una caída de 20 pesos: cotizó en la última rueda del mes a $1.010 para la venta.
Si se toma un plazo más amplio, la situación es más llamativa. El dólar al que tiene acceso los ciudadanos de a pie estuvo $15 por debajo de la cotización del 31 de diciembre de 2023. Si aquel día se hubiese preguntado a los expertos que abarrotan los medios sobre el futuro inmediato de la economía, difícilmente alguno hubiera acertado con el pronóstico, porque lo que la mayoría esperaba era una corrida tipo Batakis.
Superada la amenaza de la hiperinflación, el presidente enfrenta ahora un dilema inimaginable hace apenas tres meses: reducir rápidamente el aumento del costo de vida y aumentar los niveles de actividad al mismo tiempo.
De la respuesta a este desafío depende su futuro político, porque fuera del plan de ajuste del ministro Economía, Luis Caputo, no tiene otro activo para garantizar la gobernabilidad.
Pero así como tiene un poder institucional recortado y actúa como lobo solitario entre los políticos, Milei cuenta con una ventaja: la absoluta falta de cohesión, ideas y propuestas de la oposición. Ejemplo de esto fue la amarga polémica por las redes en la que el ex ministro de Economía Martín Guzmán, el ex funcionario camporista Eduardo de Pedro y el massista Guillermo Michel se recriminaron mutuamente el desastre macroeconómico generado por el plan “platita” del ministro-candidato Sergio Massa que llevó al peronismo a una derrota histórica (ver “Se tiraron con de todo”).
Dicho en otros términos, el presidente ocupa el centro del escenario por default de la oposición o como admitió alguna vez socarronamente Juan Perón, “no es que nosotros seamos buenos, sino que los otros son peores”.
En cuanto al futuro de la economía, los oráculos habituales señalan que la cosecha será reactivante en particular para las actividades ligadas al agro, pero que en un modelo atado al consumo como el nativo la clave estará en la recuperación de salarios y jubilaciones. Se empujó la demanda hacia abajo para frenar los precios y ahora hay que aplicar la receta contraria. El debate es cómo y cuánto y el dúo Milei-Caputo parece haber tomado una de sus tantas decisiones “innegociables”.
La pista más clara sobre lo que viene la dio el propio presidente en un foro empresario montado por el ex diputado José Luis Manzano en Mendoza. Gira centralmente en torno a la política monetaria: “Vamos a dejar un mínimo de pesos en circulación y el proceso de remonetización tendrá que darse sacando plata del colchón”. Traducido: no vamos a emitir para estimular una falsa reactivación, para inyectar anabólicos que terminan alimentado la inflación.
Pero no sólo fue ilustrativo lo que dijo Milei sino ante quién lo dijo: un director del FMI, Rodrigo Valdés, con quien el gobierno tiene una sorda disputa por los alcances del ajuste.
Remonetizar la economía con los dólares sacados de circulación e inmovilizados actualmente en “canutos” representa una dolarización por otra vía, algo que los burócratas del organismo rechazan. Los mismos burócratas que bloquean el préstamo de fondos frescos para que el gobierno pueda levantar el cepo y dolarizar.
Llamativamente ahora el Fondo quiere un ajuste fiscal “con la gente adentro” como diría un peronista y, al mismo tiempo, que Milei devalúe. “Quienes proponen una devaluación no entienden nada. No va a ocurrir”. Esa fue la frase presidencial que cerró la polémica. Como puede comprobarse enfrenta la presión de factores de poder que exceden largamente la de los Moyano o la CGT.
La anemia política del oficialismo que quedó expuesta con el retiro de la “ley ómnibus” en Diputados y el rechazo del DNU 70 en el Senado, obligó el presidente a ensayar un plan “b”, menos prometedor aún que el plan de ajuste original. Consiste en un acuerdo fiscal con los gobernadores que debería llegar esta semana al Congreso y en un intento de colonización parcial de la Corte Suprema. Un aumento de la influencia en ese tribunal que debe resolver lo que “la política” no resuelve.
A eso obedeció la inesperada jugada de la candidatura de Ariel Lijo. Fue una movida contra el control del tribunal que hoy ejerce el presidente Horacio Rosatti en alianza con Juan Carlos Maqueda y Carlos Rozenkrantz. La propuesta de Lijo intenta fortalecer a Ricardo Lorenzetti, hoy en minoría.
La candidatura del juez federal generó rechazo de entidades vinculadas al derecho y foros empresarios, pero la batalla se librará en el Senado, donde la última palabra la tiene el peronismo “K”, bloque hacia el cual parece apuntar la estrategia del presidente. El problema es que desafiar a la actual mayoría de la Corte en momentos en que el plan de ajuste necesita por lo menos del silencio del tribunal puede resultar más imprudente que quedarse sin reservas en el Banco Central.