Opinión
La sucesión del Papa y el misterio del poliedro
Jorge Bergoglio viajó a El Vaticano doce años atrás para asistir al cónclave que definiría el sucesor de Benedicto XVI y, sorprendentemente para muchos (inclusive él mismo hasta cierto momento), terminó consagrado Papa. Nunca más regresó a su patria. Muchos se preguntan cuáles habrán sido los obstáculos que se interpusieron entre su tantas veces reiterada voluntad de visitar Argentina y la realización efectiva de ese encuentro.
Hubo motivos de hecho -desde la larga pandemia hasta sus propias dolencias o la existencia de elecciones en uno de los países que integraban el periplo regional programado por la Santa Sede-, pero un argumento que a menudo aparece es que Francisco no quería llegar a una Argentina dividida y agriamente enfrentada en los términos de la grieta, un país en el que todos sus actos y gestos como líder espiritual de dimensión universal eran interpretados con mezquinos códigos de facción.
Resulta una ironía que sea su muerte la que parezca ahora suscitar la convergencia y el encuentro que él auspició infructuosamente en vida: desde el oficialismo libertario (salvando alguna excepción recalcitrante) hasta el kirchnerismo, pasando por el PRO, los radicales y otras corrientes del campo liberal, así como el peronismo histórico en sus expresiones provincianas y metropolitanas cantan loas al Papa del fin del mundo y muchos coincidirán en los homenajes póstumos. Pero se trata apenas, para las dirigencias, de reverencias protocolares; las rencillas subsisten mal disimuladas por el maquillaje. Por lo demás, la grieta se ha pluralizado: ya no solo hay un foso entre dos grandes bandos, sino que los bandos mismos cavan trincheras internas para separarse y combatir a aliados recientes. La desagregación cunde. Las inquietudes de Francisco sobre el inmediato presente argentino, los que quizás postergaron sine die su regreso a la patria, se confirman. Pero aunque él no minimizaba a las dirigencias, miraba más allá de ellas, procuraba entender al pueblo llano, a los hombres y mujeres, jóvenes y viejos que constituyen el tejido vivo de la sociedad. Por eso nunca perdió la esperanza ni permitió que su voluntad se abatiera. En ese pueblo llano germina su mensaje.
El Papa argentino
Hoy muchos repiten que Francisco fue el argentino más importante de la historia. Sería bueno ir más allá de la frase marketinera, de la evaluación superficial referida a su fama secular o de ubicarlo en la tabla de posiciones de los mayores “influencers” del mundo. El Papa argentino expresó en primer lugar en el vértice de la Iglesia universal, una elaborada voz continental, latinoamericana. Un año y medio atrás, en estas páginas, en un artículo sobre la Teología del Pueblo -el refinado pensamiento teológico forjado en el Río de la Plata desde los años 60, del que Bergoglio era una encarnación- subrayábamos que el Papa aportaba ese insumo significativo en la relevante influencia espiritual del catolicismo en el planeta.
Y, evocando a uno de los principales contribuyentes a esa corriente teológica, el uruguayo Alberto Methol Ferré, comentábamos que “la Iglesia latinoamericana fue, hasta el Concilio Vaticano II (más específicamente, hasta la primera Conferencia Episcopal Latinoamericana, en Medellín, 1968) una Iglesia espejo, pero desde entonces y particularmente desde Puebla 1979 (Segunda Conferencia Episcopal Latinoamericana) comenzó a convertirse en Iglesia fuente no solo para Europa, sino para todo el mundo".
La asunción del Papa argentino profundiza el alejamiento de la Iglesia de la centralidad europea occidental, un proceso iniciado a fines de la segunda guerra mundial, con los grandes movimientos de descolonización. La entronización de Karol Wojtyla -un Papa polaco, el primero no italiano desde 1523-, es un capítulo importante de ese proceso: la Iglesia empieza a alejarse de la centralidad europea para acercarse a una nueva realidad. Las ideas teológicas rioplatenses -Teología del Pueblo- que reivindican la religiosidad popular y la opción preferencial por los pobres, se ofrecen como opción a una Teología del Tercer Mundo hibridada por el análisis sociológico y económico marxista y a la influencia secularizadora que imperaba en Europa. Francisco encarnó una lectura contemporánea y latinoamericana (desde la periferia) del Concilio Vaticano II. Y así encaró su pontificado. La Iglesia encaró una misión auténticamente universal con un conductor surgido de fuera de los centros imperiales: del fin del mundo. La designación de cardenales durante el papado de Francisco reflejó la intención de fortalecer la presencia “periférica”. Bergoglio fue el Papa que más cardenales no europeos eligió: Entre los que designó Juan Pablo II, 55% eran europeos; Benedicto XVI eligió un 57% de europeos. Francisco, sólo el 40%. En cambio, un 23% son latinoamericanos, 17%, asiáticos; 13%, africanos; 6% norteamericanos; 2%, de Oceanía.
Lo que vendrá
¿Cómo continuará ahora ese proceso? Esa es la pregunta por la sucesión de Francisco. La prensa ha informado prolijamente que del total de los 120 cardenales electores (en rigor, hay 133 cardenales que tienen edad para votar: menos de 80 años, pero el cónclave de electores no puede tener más de 120, por lo que quedarían fuera los últimos 13 designados) Francisco eligió el 80%. De ese dato suele concluirse que Bergoglio “armó” el cónclave para garantizarse el sucesor más fiel. Error. Si bien puede plausiblemente suponerse que habrá continuidad, el problema es saber en cuál o cuáles de los temas centrales que Francisco impulsó. El Papa argentino desconfiaba de la uniformidad: prefería una coralidad en la que confluyeran muchas voces diversas. “El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros -nos informa Evangelli Gaudium- . El modelo es el poliedro… confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad… recoge lo mejor de cada uno”.
El poliedro de Francisco tenía muchas caras, muchos planos importantes. Por citar algunos: la estructura sinodal de la Iglesia (conectar fluidamente las instancias más altas de autoridad eclesial con las más amplias y profundas, fortaleciendo las estructuras locales, potenciando la escucha y participación de las bases católicas y atendiendo las tendencias del mundo). La defensa e integración de los vulnerables y “descartados”, los marginados de la sociedad constituida, los migrantes forzosos. La atención, comprensión y promoción de las periferias, entendidas tanto en su dimensión geofráfica, como social y cultural. La defensa de la casa común, el planeta. El acercamiento y apertura a las diversas formas de la religiosidad popular. La misericordia: una conducta no culpógena, dispuesta al perdón y la convivencia. El respeto a las identidades (nacionales, culturales, de género) enmarcado en una cultura del encuentro y en un universalismo.
Muchos de los cardenales electores representaron para Francisco alguno de esos planos del poliedro, y él los promovió por sus valores para impulsar esos procesos. Pero no necesariamente los que sostienen la continuidad de una de las caras apoya la contiuidad o la consolidación de otras. La mayoría de los electores africanos respalda el fortalecimiento de las periferias, pero un buen número de ellos se resiste con vigor a temas como la bendición de parejas homosexuales, a la comunión a los divorciados o a la apertura a expresiones de las diversidades sexuales.
Entre los bergoglianos etiquetados como más progresistas, hay algunos que adhieren a la idea sinodal pero la llevan, hasta posiciones anarcolibertarias, mucho más allá del punto que Francisco buscaba.
El cónclave seguramente tomará en cuenta perspectivas de una geopolítica de la Iglesia: los equilibros y desequilibrios potenciales con las potencias mayores, los campos de expansión posible de la acción evangelizadora. Desde la perspectiva de las periferias, probablemente es difícil que una continuidad de Francisco emerja una vez más de América Latina. Si acaso, habría que mirar a Asia, donde ha quedado una puerta que Bergoglio llegó a entreabrir: China. Francisco promovió y dio cargos clave a cardenales asiáticos.
Por cierto, en esa diversidad poliédrica que construyó el Papa hay campo para que, si el Espíritu Santo se los permite, operen algunas fuerzas que resistieron tenazmente a Su Santidad del fin del mundo. Esas fuerzas sintieron los golpes que Bergoglio asestó a un sector largamente influyente en la Corte vaticana y en su estructura financiera. En un período en que se encuentran en ascenso en el centro de Occidente corrientes políticas que tienen sus propios motivos ideológicos para rechazar el bergoglismo y su eventual prolongación, no es imposible que aquellos enemigos interiores lleguen al cónclave apalancados desde afuera.
Hubo motivos de hecho -desde la larga pandemia hasta sus propias dolencias o la existencia de elecciones en uno de los países que integraban el periplo regional programado por la Santa Sede-, pero un argumento que a menudo aparece es que Francisco no quería llegar a una Argentina dividida y agriamente enfrentada en los términos de la grieta, un país en el que todos sus actos y gestos como líder espiritual de dimensión universal eran interpretados con mezquinos códigos de facción.
Resulta una ironía que sea su muerte la que parezca ahora suscitar la convergencia y el encuentro que él auspició infructuosamente en vida: desde el oficialismo libertario (salvando alguna excepción recalcitrante) hasta el kirchnerismo, pasando por el PRO, los radicales y otras corrientes del campo liberal, así como el peronismo histórico en sus expresiones provincianas y metropolitanas cantan loas al Papa del fin del mundo y muchos coincidirán en los homenajes póstumos. Pero se trata apenas, para las dirigencias, de reverencias protocolares; las rencillas subsisten mal disimuladas por el maquillaje. Por lo demás, la grieta se ha pluralizado: ya no solo hay un foso entre dos grandes bandos, sino que los bandos mismos cavan trincheras internas para separarse y combatir a aliados recientes. La desagregación cunde. Las inquietudes de Francisco sobre el inmediato presente argentino, los que quizás postergaron sine die su regreso a la patria, se confirman. Pero aunque él no minimizaba a las dirigencias, miraba más allá de ellas, procuraba entender al pueblo llano, a los hombres y mujeres, jóvenes y viejos que constituyen el tejido vivo de la sociedad. Por eso nunca perdió la esperanza ni permitió que su voluntad se abatiera. En ese pueblo llano germina su mensaje.
El Papa argentino
Hoy muchos repiten que Francisco fue el argentino más importante de la historia. Sería bueno ir más allá de la frase marketinera, de la evaluación superficial referida a su fama secular o de ubicarlo en la tabla de posiciones de los mayores “influencers” del mundo. El Papa argentino expresó en primer lugar en el vértice de la Iglesia universal, una elaborada voz continental, latinoamericana. Un año y medio atrás, en estas páginas, en un artículo sobre la Teología del Pueblo -el refinado pensamiento teológico forjado en el Río de la Plata desde los años 60, del que Bergoglio era una encarnación- subrayábamos que el Papa aportaba ese insumo significativo en la relevante influencia espiritual del catolicismo en el planeta.
Y, evocando a uno de los principales contribuyentes a esa corriente teológica, el uruguayo Alberto Methol Ferré, comentábamos que “la Iglesia latinoamericana fue, hasta el Concilio Vaticano II (más específicamente, hasta la primera Conferencia Episcopal Latinoamericana, en Medellín, 1968) una Iglesia espejo, pero desde entonces y particularmente desde Puebla 1979 (Segunda Conferencia Episcopal Latinoamericana) comenzó a convertirse en Iglesia fuente no solo para Europa, sino para todo el mundo".
La asunción del Papa argentino profundiza el alejamiento de la Iglesia de la centralidad europea occidental, un proceso iniciado a fines de la segunda guerra mundial, con los grandes movimientos de descolonización. La entronización de Karol Wojtyla -un Papa polaco, el primero no italiano desde 1523-, es un capítulo importante de ese proceso: la Iglesia empieza a alejarse de la centralidad europea para acercarse a una nueva realidad. Las ideas teológicas rioplatenses -Teología del Pueblo- que reivindican la religiosidad popular y la opción preferencial por los pobres, se ofrecen como opción a una Teología del Tercer Mundo hibridada por el análisis sociológico y económico marxista y a la influencia secularizadora que imperaba en Europa. Francisco encarnó una lectura contemporánea y latinoamericana (desde la periferia) del Concilio Vaticano II. Y así encaró su pontificado. La Iglesia encaró una misión auténticamente universal con un conductor surgido de fuera de los centros imperiales: del fin del mundo. La designación de cardenales durante el papado de Francisco reflejó la intención de fortalecer la presencia “periférica”. Bergoglio fue el Papa que más cardenales no europeos eligió: Entre los que designó Juan Pablo II, 55% eran europeos; Benedicto XVI eligió un 57% de europeos. Francisco, sólo el 40%. En cambio, un 23% son latinoamericanos, 17%, asiáticos; 13%, africanos; 6% norteamericanos; 2%, de Oceanía.
Lo que vendrá
¿Cómo continuará ahora ese proceso? Esa es la pregunta por la sucesión de Francisco. La prensa ha informado prolijamente que del total de los 120 cardenales electores (en rigor, hay 133 cardenales que tienen edad para votar: menos de 80 años, pero el cónclave de electores no puede tener más de 120, por lo que quedarían fuera los últimos 13 designados) Francisco eligió el 80%. De ese dato suele concluirse que Bergoglio “armó” el cónclave para garantizarse el sucesor más fiel. Error. Si bien puede plausiblemente suponerse que habrá continuidad, el problema es saber en cuál o cuáles de los temas centrales que Francisco impulsó. El Papa argentino desconfiaba de la uniformidad: prefería una coralidad en la que confluyeran muchas voces diversas. “El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros -nos informa Evangelli Gaudium- . El modelo es el poliedro… confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad… recoge lo mejor de cada uno”.
El poliedro de Francisco tenía muchas caras, muchos planos importantes. Por citar algunos: la estructura sinodal de la Iglesia (conectar fluidamente las instancias más altas de autoridad eclesial con las más amplias y profundas, fortaleciendo las estructuras locales, potenciando la escucha y participación de las bases católicas y atendiendo las tendencias del mundo). La defensa e integración de los vulnerables y “descartados”, los marginados de la sociedad constituida, los migrantes forzosos. La atención, comprensión y promoción de las periferias, entendidas tanto en su dimensión geofráfica, como social y cultural. La defensa de la casa común, el planeta. El acercamiento y apertura a las diversas formas de la religiosidad popular. La misericordia: una conducta no culpógena, dispuesta al perdón y la convivencia. El respeto a las identidades (nacionales, culturales, de género) enmarcado en una cultura del encuentro y en un universalismo.
Muchos de los cardenales electores representaron para Francisco alguno de esos planos del poliedro, y él los promovió por sus valores para impulsar esos procesos. Pero no necesariamente los que sostienen la continuidad de una de las caras apoya la contiuidad o la consolidación de otras. La mayoría de los electores africanos respalda el fortalecimiento de las periferias, pero un buen número de ellos se resiste con vigor a temas como la bendición de parejas homosexuales, a la comunión a los divorciados o a la apertura a expresiones de las diversidades sexuales.
Entre los bergoglianos etiquetados como más progresistas, hay algunos que adhieren a la idea sinodal pero la llevan, hasta posiciones anarcolibertarias, mucho más allá del punto que Francisco buscaba.
El cónclave seguramente tomará en cuenta perspectivas de una geopolítica de la Iglesia: los equilibros y desequilibrios potenciales con las potencias mayores, los campos de expansión posible de la acción evangelizadora. Desde la perspectiva de las periferias, probablemente es difícil que una continuidad de Francisco emerja una vez más de América Latina. Si acaso, habría que mirar a Asia, donde ha quedado una puerta que Bergoglio llegó a entreabrir: China. Francisco promovió y dio cargos clave a cardenales asiáticos.
Por cierto, en esa diversidad poliédrica que construyó el Papa hay campo para que, si el Espíritu Santo se los permite, operen algunas fuerzas que resistieron tenazmente a Su Santidad del fin del mundo. Esas fuerzas sintieron los golpes que Bergoglio asestó a un sector largamente influyente en la Corte vaticana y en su estructura financiera. En un período en que se encuentran en ascenso en el centro de Occidente corrientes políticas que tienen sus propios motivos ideológicos para rechazar el bergoglismo y su eventual prolongación, no es imposible que aquellos enemigos interiores lleguen al cónclave apalancados desde afuera.