La salud mental como arma discursiva política
Hace unos días en función de un viaje a Estados Unidos de Javier Milei, el fenómeno del momento y que en calidad de tal todo el mundo puede opinar, un rumor se esparce por las redes: habría ido a Estados Unidos a ver a un (“su” para quienes intentan dar a entender que poseen información más cercana) psiquiatra. Lo claro es que el comentario no era positivo, ni siquiera inquietud por la salud del candidato, sino era una vez más, utilizar la psiquiatría, la psicopatología, en suma, la “locura” en su significado social, en sentido de descalificación para estigmatizar, una vez más, a quienes padecen una (presunta) enfermedad mental.
Las cosas no terminaron allí ya que, en esos días, en medio de una entrevista televisiva, saliendo completamente del curso de lo que se estaba conversando, buscando un traspié que develara la imaginable enfermedad mental, la mancha (el estigma) y que como tal debía ser ocultada, en una maniobra distractora que pudiese sorprender, se le pregunta al mismo Milei: “¿…el Asperger bien?”.
Quizás la pregunta desde ese lugar habría buscado decir: “¿esa mancha que oculta y que debe hacer tratar en un lugar del exterior (otro imaginario potente), la está pudiendo manejar?”
En realidad, este tipo de conceptos no terminaron, ni terminarán en este caso, y lamentablemente ni empezaron en este caso, ya que es habitual que se apele a este tipo de acusaciones para que, de alguna forma, entren en el imaginario en algo que pueda ser considerado como “la locura”, para agredir, ofender, estigmatizar, etc.
Hace unos meses, con el presidente de Colombia, Gustavo Petro, se usó el mismo argumento (Asperger) para cuestionar su idoneidad, y justificar algunas de sus respuestas que consideraban extrañas. O, tal como mencionó un adversario político y ex presidente de ese país: “sus comportamientos erráticos serían explicables” en este caso por la patología.
No es esta nota donde se va a hablar del Síndrome de Asperger que en las clasificaciones actuales desde el 2013 para el Manual de Diagnóstico y Estadísticas de los Trastornos Mentales, o DSM V, publicado ese año, entra dentro de los trastornos del espectro autista y claramente se describe como un espectro de manifestaciones, pero no como una enfermedad en sí misma.
De la misma forma, pero en sentido inverso, se usa frecuentemente una especie particular de estigmatización que es la de establecer que el síndrome de Asperger sería sinónimo de individuo brillante, pero carente de ciertas habilidades sociales.
Así hasta muchas personas sin un diagnóstico establecido dicen tener síndrome de Asperger, quizás queriendo dar a entender que son de una inteligencia superior a la media. El espectro estigmatizador abarca desde superiores a la norma hasta incapaces.
El candidato tildado de “Asperger”, por quienes tenían información según ellos “confirmada”, no queda rezagado en estas lides estigmatizadoras, pero quizás de una manera más cruel: usa frecuentemente para descalificar la inteligencia de los demás, el epíteto de “mogólico”.
Es tan cruel como interesante ya que el insulto, que ofende más a quien lo emite, va dirigido a quienes padecen de la trisomía del par XXI o síndrome de Down, en honor del médico quien primero describe el cuadro y allí relata los rasgos faciales similares a los mongoles (no mogoles).
En realidad, es en 1958 que el pediatra y genetista (entre otras cosas) Jérôme Lejeune descubrió que el síndrome es una alteración en el par XXI de cromosomas. En el insulto y el lenguaje estigmatizante se perdió la n de los rasgos mongólicos.
Por supuesto hay también un uso frecuente de los habituales “psicópata”, “bipolar”, etc. sin ninguna base ni fundamento. Las diferentes condiciones que hacen a la salud mental, o la enfermedad mental, son motivo de estigma.
Hay discursos y días de concientización, casi semanales, sobre diferentes enfermedades y condiciones que hacen a la salud mental. Pero la estigmatización y la discriminación que ocurre cuando alguien es “Asperger”, “Down” (“Mogólico” si se quiere caer bajo en el insulto), no deja de estar firmemente instalada en lo cultural.
En el caso concreto de estas dos condiciones, que no son enfermedades, se refuerzan estereotipos respecto a la (no) inclusión, sobre lo cual se ha avanzado de manera muy importante en las últimas décadas, pero evidentemente aún queda mucho por hacer.
Quizás sea evidente en una época en la cual sabemos que la real “pandemia” es y será en años por venir la de las enfermedades mentales y lo que hay que señalar, estigmatizar, es a los estigmatizadores.
Este tipo de actitudes hacen que sea casi un tabú ir a ver a un psiquiatra y a tal punto que haya que verlo de manera oculta en un país extranjero.
Es decir que buscar ayuda para los padecimientos que afectan a la salud mental es un signo de debilidad y en realidad incapacidad. Porque en realidad lo que el estigma busca es quitar al otro de la categoría de persona, privándolo de algo que la otorga la ley por su sola existencia y es la condición de persona capaz.
La incapacidad deberá ser demostrada y aun en estos casos no será motivo de una condición permanente sino en muchos casos a revisar.
Esta semana el 21 de septiembre se conmemoró el Dia Internacional de la Enfermedad de Alzheimer, donde uno de los ejes es el de vencer los tabúes que perjudican a las personas y a su detención precoz. Con bastante frecuencia se usa también la demencia como sospecha de incapacidad y agresión “ad hominem”.
En resumen, el tomar muy seriamente esas supuestamente banales descalificaciones, adjudicadas al “fragor de la lucha”, y que “en realidad no es lo que piensa”, es necesario. Estas expresiones no pueden ser pasadas por alto, ya que esconden detrás de ellas una serie de fantasmas muy oscuros de la sociedad, pero especialmente por parte de quien los expresa. Pero esto último ya es otro capítulo.