La rebelión de la clase media

El aplastante triunfo de Javier Milei fue un tsunami inesperado que barrió a la dirigencia de todos los sectores, no solo a la política. Los dirigentes oficialistas y sus socios de la UCR y de la izquierda fueron las víctimas directas, porque les arrebató el poder, pero también lo fue la dirigencia empresaria, la sindical, la cultural, la eclesiástica, la piquetera, la mediática, etcétera, que hicieron campaña para Sergio Massa.

La campaña fue una lucha despareja entre el “statu quo” y el anhelo de cambio que ganó por goleada este último. La vieja historia de David y Goliath. Lo que le facilitó la tarea a David fue que Goliath apoyaba la propuesta de insistir con el pobrismo al mismo tiempo que era responsable directo de índices sociales desastrosos. El plan platita terminó contra toda previsión en un Waterloo electoral.

En suma, todos los sectores de poder fueron arrollados por una ola democrática con un líder improvisado y extravagante, integrada en su casi totalidad por la clase media, víctima de la crisis económica, de la inoperancia del gobierno y del modelo estatista y empobrecedor.

Los protagonistas espontáneos de esta revolución fueron los ciudadanos de a pie que repudiaron a los partidos tradicionales. Hace 40 años Raúl Alfonsín derrotó a la corporación sindical aliada con el Ejército en el recordado pacto sindical-militar para sorpresa general, pero lo que estaba en juego era otra cosa. El electorado de entonces no confiaba en que el peronismo fuera el garante que la democracia restablecida necesitaba entonces.

 

Hoy un peronismo plenamente identificado con la democracia sufrió la derrota por el sistema económico que representa. Su victimario fue un “outsider” que empuñaba una motosierra. La poda la empezó por el sistema de partidos. Con ese discurso sacó más votos que Cristina Kirchner en su apogeo.

Para producir este terremoto los votantes recurrieron a lo que tenían a mano: un dirigente que va apenas por su segunda elección y mostró rasgos de inestabilidad emocional durante la campaña. También lanzó iniciativas económicas por lo menos controvertidas y de poco probable aplicación. Los votantes saltaron al vacío contra toda advertencia. Fue una revuelta visceral.

Terminada la elección, a Milei no sólo lo condicionan sus fluctuantes estados de ánimo, la profunda crisis económicas que recibe y que le producirá un fuerte desgaste político y los problemas de gobernabilidad. Ayer se internó en territorio hostil que prometió arrasar para imponer sus reformas. Las corporaciones lo resistirán tanto o más que la oposición política.

Tiene también las dos Cámaras del Congreso en contra y nula inserción en la Justicia. Deberá mostrar una muñeca negociadora que se le desconoce si quiere que las instituciones funcionen, algo central entre otras cosas para mejorar el clima económico.

En su discurso de admisión de la derrota Sergio Massa ayer no sólo no lo felicitó, sino que dijo que el presidente electo tenía que dar garantías en el proceso de transición. Ni un día de tregua. Ergo, el peronismo lo espera con una piedra en cada mano. Poco después comenzó a circular la versión no confirmada de que Massa pediría licencia para dejar la transición a funcionarios de segundo orden. Pero esperará a ver qué sucede hoy tras el encuentro entre Alberto Fernández y Milei para tomar una decisión.

La respuesta de Milei no se hizo esperar. Le explicó a Massa que deberá hacerse cargo del gobierno hasta el 10 de diciembre. En otros términos, que no pagará el costo político de la reacción de los mercados. También prometió cambios drásticos y que no habrá gradualismo. Más de catorce millones de votantes liberaron el genio que había en la botella y no parece fácil volverlo a meter.