DEL TERCERMUNDISMO SETENTISTA A LOS NUEVOS VIENTOS DE FRANCISCO

La otra Iglesia “militante”

POR MIGUEL DE LORENZO Y MARIO CAPONNETTO

No nos referimos a la Iglesia militante, la de los fieles que en la vida presente batallan por alcanzar la vida eterna. Estamos aludiendo al título de un libro del historiador Lucas Lanusse, Cristo Revolucionario. La Iglesia Militante (Buenos Aires, Vergara, 2007) en la que el autor analiza la actuación de los sectores eclesiásticos de los años setenta gravemente comprometidos con la subversión marxista en el marco de la guerra revolucionaria que asoló a nuestro país.

La obra narra la aventura revolucionaria de nueve sacerdotes y una monja. Es a través de sus testimonios que el autor va desplegando su análisis de aquella época.

No se trata por cierto de un análisis objetivo sino apasionado y comprometido. Lanusse está mucho más cerca de la hagiografía que de la historia. Su paleta cromática sólo tiene tres colores: blanco, negro y rosa. Con los dos primeros pinta el mundo: los buenos son absolutamente buenos y los malos absolutamente malos.

La Iglesia jerárquica (salvo los pocos obispos progres o tercermundistas) es la villana; los curas rebeldes son los héroes impolutos.

El rosa le sirve para dar algunas pinceladas a sucesos y personajes abominables que aparecen edulcorados y cubiertos de un cierto candor.

Pero no se le puede negar su mérito a este libro ya que de su atenta lectura se desprende una visión muy completa de lo que fue aquella “Iglesia militante”, setentista, revolucionaria, importante ariete del que se valió el castrocomunismo en esa trágica época.

EL REGRESO

Pues bien; parece que esa Iglesia intenta volver por sus fueros, asomar de nuevo en el horizonte eclesial, pero con dos diferencias importantes: una, que ha cambiado la lucha armada de otrora por la actual guerra social inspirada en Negri y sus epígonos; otra, que ya no se trata de grupos más o menos marginales, sino que es nada menos que la Iglesia oficial alentada por los nuevos vientos romanos impulsados por el actual Pontífice.

Es esta nueva Iglesia de la sinodalidad, en la que cada día se deconstruye, no sin odio, tanto el mensaje evangélico como la tradición; es la que al mismo tiempo pone en práctica las directivas del cura Gustavo Gutiérrez, abanderado de las teologías liberadoras para las que nada de la teología debe quedar fuera de la acción política.

Tras este objetivo la jerarquía católica de nuestro país, tal el caso del Arzobispo Primado y de su vicario, monseñor Gustavo Carrara, parece haber decidido que ningún acto litúrgico, ni siquiera la misa, debe separarse de la necesaria e irreversible conexión con la política.

Hablamos, claro está, de la política atravesada por la rara mixtura marxista cristiana que, desde hace años, chorrea con cierto olor desde las grietas y parches que observamos en las paredes del Vaticano.

Constatan lo anterior las palabras de Carrara tratando de aclarar lo sucedido en una misa en memoria de un sacerdote asesinado durante el gobierno militar.

Como es de público conocimiento, durante dicha misa un

grupo de “militantes” comenzó a corear consignas kirchneristas. Pocos días antes había sucedido algo similar, en otra iglesia porteña, esta vez “en homenaje” a Nora Cortiñas.

COMUNICADO REVELADOR

El comunicado dado a conocer por Monseñor Carrara fue una expresión clara de esta Iglesia que se nos quiere imponer.

En su texto breve aparecieron muchas cosas que merecen un comentario particularizado. Pero nos ceñiremos a lo central: “Entiendo -escribió- que algún fiel sencillo podría verse confundido, o incluso molesto por esta situación, que puede interpretarse como politizar partidariamente la celebración de la Eucaristía, que es sacramento de unidad. Ahora bien, celebrar la Eucaristía es celebrar el Amor, y es necesario que ese amor salga más allá del templo, también en la acción política […] Vuelvo al hecho que se produjo al final de la misa, y como celebrante principal asumo la responsabilidad, y pido humildemente disculpas al que pudiera sentirse ofendido por el mismo”.

Varias cosas llamaron la atención en este comunicado. Monseñor Carrara no condenó el hecho llamándolo como lo que en realidad fue, una profanación del culto católico; ni menos convoca a los fieles a ofrecer actos de reparación. Por el contrario, no sin cierta condescendencia, se refirió a “algún fiel sencillo” que pudiera confundirse o molestarse por esta situación.

Ahora nos enteramos de que “la Iglesia militante” no es para sencillos, pobres fieles de a pie que no entienden nada: no, es una Iglesia de iluminados, la Iglesia de una vanguardia ilustrada que marcha a la cabeza de una nueva revolución.

Por otra parte, no deja de asombrar qué entiende Monseñor Carrara por “acción política”. En la línea de Gutiérrez, parece que el templo, el lugar sagrado, no es sino la antesala, digamos así, que precede a la acción de los agitadores políticos identificados con el kirchnerismo o con las madres de la plaza ya que no aparece en ningún momento el menor atisbo de una auténtica concepción católica de la política.

¿Es esta la famosa Iglesia en salida? ¿Salida hacia dónde? ¿Hacia la guerra revolucionaria en la que se involucraron tantos obispos y curas en los años sesenta y setenta? ¿Salida y escuela preparatoria, acaso, de los jóvenes protagonistas del terrorismo revolucionario, militantes de una guerra a los que en muchos templos la jerarquía católica hoy insiste menos en perdonar que en

homenajear?

Nuevamente hoy pretenden dejar a un costado el mensaje de Cristo, y en su lugar hablan con cierta veneración de aquellos asesinos, junto a un penoso espectáculo teñido por la vulgaridad y el cinismo, como el que suelen ofrecer las formas menos dignas de la política.

Y, por otro lado, y no el menor, queda explícito el imperativo desacralizante del sitio sagrado: el templo ocupa desde ahora el lugar de los viejos comités y las pretéritas unidades básicas, donde además de hacer sonar los bombos y corear el nombre de algún candidato, por fin se hace realidad, ya libres de opresiones dogmáticas, el viejo anhelo reformador y salvífico de poder comer dentro de la iglesia una polenta con cerveza.

Asistimos en estos días a la puesta en práctica de una novedosa perversión, el famoso “hagan lio”, una suerte de subterfugio de la apostasía, una contorsión decadente que bien podríamos sintetizar así: para el santo sacrificio de la misa qué mejor que el Luna Park; en cambio para un buen guiso, para eso, nada supera el acogedor reparo de la Catedral.

Por eso, por esta mentalidad pervertida, el obispo Carrara se limitó a pedir perdón “al que pudiera sentirse ofendido”. ¡Pero aquí el Gran Ofendido es Dios! ¡Es el misterio de Cristo en la renovación del sacrificio de la Misa el que ha sido mancillado!

¿No piensa Carrara que es a Dios a quien debería pedir perdón? Cómo sucesor de los Apóstoles, ¿no lo inquieta el celo por la Casa de Dios? “El celo por tu casa me consume”, dice el salmista. ¿Tan estragado tiene el sensus fidei este pastor a quien le ha sido dado el triple oficio de enseñar, regir y santificar a los fieles?

CONFUSA ACLARACION

El arzobispo Jorge García Cuerva por su parte ensayó una aclaración que nos sumerge aún más en el desconcierto y en la confusión. No está bueno usar la misa para dividir para politizar, ha dicho. Ni una palabra sobre el culto profanado. Lo malo de todo esto es que divide a los hombres, no que ofende a Dios.

Claro que se trata del mismo arzobispo que hizo lo propio durante la misa en memoria del cura Carlos Mugica del que ya hablamos.

Un cristiano que vive en la fe no puede vivirla de otro modo que no sea a la luz de la revelación divina, como enseña Romano Guardini.

Las teologías “liberadoras” y “militantes”, en cambio, nos dicen que la fe debe entenderse como fidelidad a las ideologías en boga.

En cierta ocasión Antonio Gramsci, interrogado desde la cárcel acerca de qué sucedería con los curas, si seguirían actuando como sacerdotes después de años de inculturación del marxismo, de haberlo naturalizado y acogido dentro de la Iglesia, respondió: “Seguirán con sus actividades habituales, predicarán y oficiarán misas, pero habrán perdido la fe, solo que ellos no se habrán dado cuenta todavía”.

Pues bien, este vaticinio del italiano, al que Alberto Caturelli no dudó en llamar anti profecía, parece haberse cumplido.