La oposición, con una mentalidad de asamblea universitaria
Nadie que lo haya vivido puede olvidar ese aire permanente de las asambleas universitarias, habitualmente convocadas por los zurdos: discusiones interminables sobre todo lo humano y lo divino, objetivos más que difusos, progresiva reducción de la concurrencia de la que desaparecían forzosamente los que tenían que ir a estudiar. Al fin, votación apresurada que siempre ganaban las propuestas que implicaran menor responsabilidad, mayor facilismo, ingreso irrestricto, vida blanda… y convocatoria a una nueva asamblea.
Así, a lo largo de más de cincuenta años, se ha ido minando la calidad de la educación superior argentina que, si siempre dio para ser corregida hacia arriba, hoy no tendría más remedio que ser honestamente refundada .
Ese método implícito en y fomentado por el “gobierno tripartito” que lo manejaba, llegó al colmo de dar de apuro un título de profesor sin concurso a Oscar Shuberoff para poder luego nombrarlo Rector de la Universidad de Buenos Aires, desde donde aceleró la decadencia por largos años. Entonces el claustro docente se sometió en silencio. Y, por supuesto, el que manda ahora es el gremio no docente, única estructura permanente e ilimitada en estos tiempos de los Baradel para abajo.
Contaminación política
Pero el siguiente paso de la contaminación es tanto o más grave: aquella mentalidad asambleística y anemizante de la Universidad pública se ha propagado no sólo al radicalismo parlamentario y secesionista sino también al kirchnerismo y a la izquierda en general. De ahí que, con equivalente argumentación reiterativa y tirada de los pelos, se soslaye discutir verdaderamente en el Congreso las iniciativas del actual gobierno. Sea esto dicho sin implicar apoyo general a lo propuesto ni ocultar que faltan ahí acciones básicas para levantar el ánimo, la puntería y, con eso, el camino de nuestra patria.
En medio de un irregular decálogo donde brilla por su ausencia siquiera una alusión al desastre cultural que nos ha dejado el kirchnerismo pero arrancaba desde largo atrás, se plantea la necesidad de una ”reforma política estructural que ‘vuelva a alinear los intereses de los representante y los representados’ “. Ahí hay un punto fundamental. Pero, ¿se puede pensar con realismo que los políticos convocados para tal discusión van a ceder el menor de sus suculentos privilegios para contruir un instrumento que busque la representación genuina? No se le pida algo así ni a los mejores entre los gobernadores, que difícilmente se mandarían a sí mismos a sus casas.
No pueden caber ilusiones para el gobierno nacional entre una oposición resentida, donde asoma la cabeza un gobernador bonaerense típicamente asambleísta, y unos eventuales aliados cuya cabeza emergente va siendo la de otro asambleísta radical siempre a punto de traicionar en medio de su verborragia entrenada en la rubia Albión. Tienen un pasado común del que, lejos de heredar buenas costumbres de esfuerzo intelectual, han extraído la de permanecer para votar, y mal, a última hora.