La Gaceta del miércoles 8 de abril de 1818, daba cuenta que en el 19 de marzo el ejército realista “tomó el atrevido arrojo de atacar esa misma noche nuestras divisiones acampadas en su inmediación, y aunque hicieron una resistencia heroica, fue inevitable la confusión, y con ella el desorden y la dispersión en que parece fue envuelto el resto del ejército…”, aunque daba esperanzas el oficio enviado el día 27 por el Gobernador Intendente de Cuyo, Toribio de Luzuriaga no era poca la preocupación de los porteños cuyo ejército pocos días antes había sido derrotado por Artigas.
Bien lo apuntó Juan Manuel Beruti “parece que en este mes todas las noticias favorables que esperábamos se han transferido en desgracias”. Apenas conocida la noticia, Pueyrredon le escribió: “Amigo de mi mayor estimación y confianza: nada de lo sucedido en la poco afortunada noche del 10 vale un bledo si apretamos los puños para reparar los quebrantos padecidos. Nunca es el hombre público más digno de la admiración y respeto que cuando sabe hacerse superior a la desgracia, conservar en ella su serenidad y sacar todo el partido que queda al arbitrio de la diligencia. Una dispersión es suceso muy común, y la que hemos padecido cerca de Talca será reparada en muy poco tiempo. Unión y firmeza”.
Entre los responsables del ataque se comentaba según Beruti que al enemigo “le vendió el santo un oficial nuestro (Antonio) Arcos, de nación gallego, que estaba a nuestro servicio, cuyo infame español no pareció, y según se dice se pasaría al enemigo, que se veía apurado y al parecer por estar sitiado por nuestro ejército -en el pueblo de Talca, en donde estaba el enemigo atrincherado- pero todo esto no tiene certidumbre sino vaga, pues no hay parte de San Martín que lo confirme; sólo sí que fuimos sorprendidos a estas horas, y dispersado el ejército en los términos relacionados; pues San Martín, no ha remitido el parte con el detalle por menor”.
El mismo cronista consignó en sus Memorias Curiosas que el 17 de abril a las cuatro de la tarde se oyó una descarga de fusilería por tropa que se hallaban formadas en los cuarteles, seguida por los cañones de la Fortaleza y los de los buques de guerra, a la vez que las campanas de todas las iglesias respondieron un repique general de campanas que duró hasta las 9 de la noche. Motivó esta celebración que había ingresado a Buenos Aires el oficial Manuel de Escalada con los pliegos del general San Martín dando cuenta del triunfo en Maipú el día 5 de abril.
INCREDULIDAD
Beruti reflejó en sus Memorias la incredulidad de la mayoría de los porteños después de Chancha Rayada: “Quien creería que un ejército como el nuestro, que pocos días antes había sido dispersado, perdiendo toda su artillería y municiones, con menores fuerzas que antes de su dispersión tenía, pues no llegaba a 5 mil hombres, había de vencer completamente con usura a un enemigo poderoso, lleno de orgullo y victorioso: nadie; pero así ha sucedido…” Tanto que al día siguiente en medio de las mismas salvas y con las aclamaciones del pueblo, se cantó en la Catedral un Tedéum al que “asistieron todas las autoridades eclesiásticas, civil y militar” y para completar el regocijo se dispuso por tres días de salvas, música e iluminación general.
El 22 de abril se publicó en la Gaceta el oficio del general San Martín con el detalle de la jornada de Maipú, dirigido al gobierno, y una semana después otro destacando las fatigas y el trabajo emprendido por el diputado por el Directorio ante el Estado de Chile, para que se tuvieran presentes “las consideraciones que se merece”.
Ocultando su nombre con las iniciales J.A. un lector publicó: “¡Que más premio para los que saben sentir y pensar, como el Sr. Guido, que el participar con tanta justicia de la gratitud y de los elogios de sus compatriotas, y de las nobles consideraciones de nuestro Supremo Jefe. Vivid para merecer más, y gozar algún día tranquilo de las dulzuras del reconocimiento público. Los que tienen esta dicha no mueren”. Todo era motivo para celebrar y se preparaban fiestas “al recibimiento del Héroe de los Andes”, lo que también sucedía en Córdoba.
El domingo 10 de mayo, se recibió en la capital la noticia que el sábado por la noche el general San Martín se hallaba a 62 leguas de la capital, y se calculaba u ingreso el martes por la tarde. Pero dice la Gaceta: “El Sr. San Martín no suele hacer las cosas como se esperan: el lunes a las seis de la mañana estaba en su casa habiendo conseguido escapar a las demostraciones alegres que con extraordinaria impaciencia le preparaba hacía muchos días el reconocimiento público. Esta sobriedad no es menos admirable que sus victorias, y es muy oportuno que nadie ignore que no puede caber la pequeñez de solicitar los honores del triunfo en el que ha tenido la gloria de merecerlos. Pero su el vencedor ilustre de Maipo rehúsa los aplausos, a la gratitud pública toca el obligarle a que no deje de aceptarlos. Ya nuestros poetas han cantado como nunca las glorias del general y de sus bravos con producciones dignas de su elevado asunto y de la posteridad”.
DE INCOGNITO
Beruti anotó que entró de incógnito, “dejando burladas todas las prevenciones que estaban hechas, en la calle principal de la Victoria, de varios arcos triunfales, jardines, colgaduras, etc., que con anticipación se habían puesto, tanto por el supremo Gobierno como por el excelentísimo Cabildo y el vecindario, que lo querían recibir y que su entrada fuera en triunfo, pues todo lo merecía la heroicidad de sus acciones militares”.
El domingo 17 de mayo el Congreso se reunió en sesión especial para recibir al Libertador. Las crónicas periodísticas y los testigos nos informan que llegó al recinto acompañado por el director Pueyrredon, quien lo invitó a tomar asiento a su lado, después de haber caminado hasta el edificio del Consulado (actual Casa Central del Banco de la Provincia de Buenos Aires) donde sesionaban entre las tropas formadas, mientras que las calles estaban “empavesadas con telas de seda de varios colores”, mientras que el público que había presenciado el camino desde su casa hasta la Fortaleza y en ese momento, no dejaba de vivar su nombre.
Pueyrredon “le dio las gracias por haber salvado la patria del furor de los enemigos, que contestó a ello con la sumisión y términos que correspondía”. Al regreso “en el ángulo de la plaza que mira a las casas consulares se dispuso un arco triunfal de cuatro frentes: cuatro niños representando otros tantos genios, y situados a competente altura en los ángulos esparcieron flores sobre los héroes triunfantes”. Una gran comitiva lo acompañó de regreso a la casa de sus suegros donde se alojaba.
Fue tal el agasajo al Libertador que Beruti apunta que ese domingo era el dedicado por la liturgia a recordar la Santísima Trinidad, titular de esta capital, pero que la función se aplazó al día siguiente lunes porque “las corporaciones concurrieron al acompañamiento de San Martín”.
Las fiestas del 25 de mayo, cobraron un brillo inusitado, el triunfo de Maipo y la presencia de San Martín, había inflamado el sentimiento patriótico, y hasta las del 9 de julio habrían sido espléndidas de no haber padecido la ciudad una tormenta fuertísima. Respecto al comentario sobre el sargento mayor Antonio Arcos, era un infundio porque enterado San Martín de los comentarios sobre la conducta de su subalterno, el 27 de mayo le dirigió al redactor de la Gaceta esta nota que se publicó en la edición del 3 de junio: “El sargento mayor que fue del Ejército de los Andes D. Antonio Arcos me dice haber visto en Chile una carta escrita desde esta capital en que sin rodeos se asegura que el sucedo desgraciado de la Cancha Rayada se atribuía a estar dicho Arcos de inteligencia con el enemigo, y aún de haberle comunicado el santo de aquella noche; en honor de la justicia estoy obligado a poner a cubierto el de este sujeto, protestando como lo hago no tener el menor antecedente de tal infame imputación. Ruego a Ud. tenga la bondad de insertar en la Gaceta esta sencilla y verídica expresión”.
Una prueba más de la conducta pública y privada de San Martín. Por esos días no faltaron reuniones en la chacra de Pueyrredon en San Isidro, uno de los temas tratados era la oportunidad para trasladar el ejército de los Andes a un terreno de operaciones tan alejado del Río de la Plata, cuando Buenos Aires estaba a merced de un posible ataque por las fuerzas españolas que se estaban concentrando en Cádiz y la ocupación de la Banda Oriental por los portugueses.
El 4 de julio preparadas las maletas, un coche pasó por la casa de los Escalada y San Martín con su mujer y la pequeña Merceditas, partió de Buenos Aires rumbo a Mendoza, donde debieron detenerse por hallarse cerrados los pasos de la Cordillera. No habría de volver por cinco años.