El terremoto libertario sacó a la superficie cambios políticos demorados, pero que eran inevitables: el desafío a los liderazgos de los dos protagonistas de las últimas dos décadas, Mauricio Macri y Cristina Kirchner.
En el caso de Macri, la batalla se da en CABA y, en el del peronismo, en la provincia de Buenos Aires. Más aún, si como se anticipa, la viuda de Kirchner se presenta a candidata a diputada provincial por la tercera sección electoral, lo que claramente estará en disputa no será el control de la Provincia, sino el del conurbano.
Como producto de su progresivo aislamiento nacional, el kirchnerismo se ha convertido en un partido municipal que libra su interna en los territorios más pobres, más densamente poblados y más peligrosos del extrarradio.
Los que dirimirán la pelea por votos son los intendentes y los aparatos comunales sin proyecto alguno de renovación partidaria. Se trata de una lucha de poder sin otra posibilidad de cambio que el de nombres propios. La Cámpora es hoy más que nunca un proyecto “vintage”, una máscara “progre” para los conocidos de siempre.
¿Qué se hizo del poderoso aparato que controló durante casi dos décadas los tres poderes del Estado, ocupó medios de comunicación, universidades, “organismos” piqueteros, sindicatos y una gigantesca red de dependencias públicas? ¿Qué de su “modelo” económico? Simplemente fracasó y, tras una larga agonía de empobrecimiento colectivo y varias derrotas electorales, llega la hora de abandonarlo.
No otra es la explicación del desafío de Axel Kicillof a CFK, porque el capital electoral del gobernador es prestado. Los votos que lo llevaron a La Plata fueron los de la expresidenta. Lo que está en duda en esa batalla es si lo siguen siendo y lo que no lo está es que Kicillof no podía seguir avanzando de la mano de su mentora sin convertirse -en el mejor de los casos- en un Alberto Fernández modelo 2027.
Las dudas que surgieron tras el anuncio de la separación de las elecciones provinciales y nacionales por parte de Kicillof son mucho mayores que las certezas. Si la pelea de ambos sectores se libra en la elección general, el oficialismo puede perder un caudal decisivo de votos. Eso cambiaría la integración de los concejos municipales y de la Legislatura platense. La gobernabilidad de la provincia se complicaría hasta un punto imprevisible.
Si por lo contrario, ganase Kicillof, la jubilación de Cristina Kirchner sería inevitable y el peronismo bonaerense tendría un precandidato legitimado para las presidenciales. Pero todo depende en primer lugar de que la expresidenta se arriesgue finalmente a que le cuenten las costillas en las urnas.
La interna peronista constituye de todas maneras una suerte de “eliminatoria” a jugarse en septiembre. La verdadera final será en octubre por los diputados nacionales. Lo que destapó Kicillof con su decisión del doble fixture es la segmentación del peronismo que controla históricamente el distrito electoral más grande del país.