Diciembre de 1951, hace más de siete décadas, en la ciudad paraguaya de Ñandutÿ se estaba realizando una fiesta. Había alegría: actuaban humoristas, números musicales y malabaristas. Asistían unas 300 personas. Se estaba homenajeando a Juan Ruiz, que era peón de un obraje. Se le iba a entregar una medalla y un diploma. Su mérito: haber asesinado a un ser humano.
Ustedes dirán: “¿Mató a un delincuente?” No. “¿Fue en defensa propia o lo hizo por salvar una vida?”. Tampoco.
La víctima fue un indio Guayakí, padre de cuatro hijos, agricultor, que estaba sembrando maíz en su propia tierra. Ese hombre fue el asesinado.
Vamos a ser más claros. Hasta hace 70 o 75 años, había en Paraguay una -como diría- “extraña” ley. Por la misma, si un soldado conscripto, por ejemplo, lograba atrapar o matar en los bosques donde vivían a un indio Guayakÿ –que eran de temperamento muy pacífico- era premiado dando por cancelado su servicio militar. Y si el asesino era un civil, recibía diferentes muestras de reconocimiento por su “aporte” -lo digo con ironía- a la sociedad.
De 5000 indios Guayakÿs, quedaban en 1955, aproximadamente unos 500. Estos datos se publicaron en un diario serio como lo es ‘La Nación’. ¡No podía creer lo que leía! Y me preocupé entonces por indagar más sobre esta verdadera monstruosidad jurídica. Suprimiría la palabra jurídica ¡monstruosidad! ¡En el siglo XX y en nuestro continente, se autorizaba la muerte de seres humanos inocentes y hasta se premiaba a los victimarios! Como argumentación se daba que los indios con sus tolderías frenaban la explotación forestal, una riqueza fundamental para el país.
ABOLICIÓN DE LA LEY
Luego, cambios en el gobierno paraguayo, la prédica de los diferentes cultos religiosos y de un Instituto del Indígena, organismo oficial creado por seres sensibles y humanos, consiguieron recién en 1956 –hace casi 70 años- la abolición de tan cruel e inhumana ley.
Hoy existen en Paraguay, entre ochenta y noventa mil indígenas, entre Guayakÿes y otras quince etnias. Entre los indios hay diferentes lenguas y distintas costumbres. Han mejorado notoriamente su vida. Les ha llegado asistencia sanitaria, utilizan la vacunación y valorizan más lo que significa la higiene para la salud.
Los Guayakÿes desde el punto de vista de su idioma están emparentados con los Guaraníes y muchos de ellos viven en la semiárida región del Chaco Paraguayo.
Nos aterra pensar que en pleno siglo XX existieran leyes como estas. Porque la ley del más fuerte es la negación de la ley, es que hombre civilizado no significa hombre mejor. Y la maldad sin objetivo es la mayor maldad.
Considero que entre quienes redactaron esa ley, que permitía matar impunemente a un semejante, había sin duda muchos enfermos. Porque quien necesita agredir, necesita... curarse. Porque todo odio racial, religioso o como se llame debe avergonzarnos ante las generaciones venideras.
Resumiríamos expresando que “es preferible la crueldad confesada que disfrazada de justicia”.
Y dos aforismos –uno sería poco- que pretenden reflejar esta verdadera aberración en forma de ley: “La estupidez no necesita crueldad. Pero la crueldad necesita estupidez”. Y el segundo es: “Comparar a ciertos hombres con fieras, sería ofender a las fieras”.
Ustedes dirán: “¿Mató a un delincuente?” No. “¿Fue en defensa propia o lo hizo por salvar una vida?”. Tampoco.
La víctima fue un indio Guayakí, padre de cuatro hijos, agricultor, que estaba sembrando maíz en su propia tierra. Ese hombre fue el asesinado.
Vamos a ser más claros. Hasta hace 70 o 75 años, había en Paraguay una -como diría- “extraña” ley. Por la misma, si un soldado conscripto, por ejemplo, lograba atrapar o matar en los bosques donde vivían a un indio Guayakÿ –que eran de temperamento muy pacífico- era premiado dando por cancelado su servicio militar. Y si el asesino era un civil, recibía diferentes muestras de reconocimiento por su “aporte” -lo digo con ironía- a la sociedad.
De 5000 indios Guayakÿs, quedaban en 1955, aproximadamente unos 500. Estos datos se publicaron en un diario serio como lo es ‘La Nación’. ¡No podía creer lo que leía! Y me preocupé entonces por indagar más sobre esta verdadera monstruosidad jurídica. Suprimiría la palabra jurídica ¡monstruosidad! ¡En el siglo XX y en nuestro continente, se autorizaba la muerte de seres humanos inocentes y hasta se premiaba a los victimarios! Como argumentación se daba que los indios con sus tolderías frenaban la explotación forestal, una riqueza fundamental para el país.
ABOLICIÓN DE LA LEY
Luego, cambios en el gobierno paraguayo, la prédica de los diferentes cultos religiosos y de un Instituto del Indígena, organismo oficial creado por seres sensibles y humanos, consiguieron recién en 1956 –hace casi 70 años- la abolición de tan cruel e inhumana ley.
Hoy existen en Paraguay, entre ochenta y noventa mil indígenas, entre Guayakÿes y otras quince etnias. Entre los indios hay diferentes lenguas y distintas costumbres. Han mejorado notoriamente su vida. Les ha llegado asistencia sanitaria, utilizan la vacunación y valorizan más lo que significa la higiene para la salud.
Los Guayakÿes desde el punto de vista de su idioma están emparentados con los Guaraníes y muchos de ellos viven en la semiárida región del Chaco Paraguayo.
Nos aterra pensar que en pleno siglo XX existieran leyes como estas. Porque la ley del más fuerte es la negación de la ley, es que hombre civilizado no significa hombre mejor. Y la maldad sin objetivo es la mayor maldad.
Considero que entre quienes redactaron esa ley, que permitía matar impunemente a un semejante, había sin duda muchos enfermos. Porque quien necesita agredir, necesita... curarse. Porque todo odio racial, religioso o como se llame debe avergonzarnos ante las generaciones venideras.
Resumiríamos expresando que “es preferible la crueldad confesada que disfrazada de justicia”.
Y dos aforismos –uno sería poco- que pretenden reflejar esta verdadera aberración en forma de ley: “La estupidez no necesita crueldad. Pero la crueldad necesita estupidez”. Y el segundo es: “Comparar a ciertos hombres con fieras, sería ofender a las fieras”.