La intimidad de San Martín en el exilio

La mendocina. Diario

Por Alejandra Guibert

Editorial Dunken. 200 páginas

Los últimos tres años de vida de San Martín, primero en su finca de Grand Bourg, luego en París y más tarde en Boulogne-sur-Mer, coinciden con un tiempo convulso en Francia: el estallido revolucionario que obligaría a abdicar al rey Luis Felipe I y daría origen a la II República. Esta novela histórica de Alejandra Guibert propone asomarse a ese período que va desde fines de 1847 hasta 1850 desde la óptica de la hija del general, Merceditas, que lo cuidó junto a su familia en aquellos años de vejez. La Mendocina, escrita en formato de diario íntimo, confiere así, a esa hija, una voz que está ausente en la historiografía sanmartiniana.

Alejandra Guibert, que ha escrito narrativa, poesía, obras de teatro y guiones de cine, y es hija del poeta Fernando Guibert, se sumergió durante tres años en archivos de Boulogne y de otras ciudades donde se establecieron los San Martín y los González Balcarce. Esa pesquisa nutrió las páginas de este diario, del cual se sirve la escritora para imaginar los sentimientos y emociones de la hija del general en momentos cargados de tensión e incertidumbre, también por el declive de las fuerzas físicas del prócer, que aparece en un oportuno segundo plano.

El resultado es una crónica expresiva, verosímil, de la vida cotidiana de esa familia, que durante su estada en París debió permanecer encerrada en el hogar, con el eco lejano de los tumultos, disparos y barricadas callejeras. Un tiempo de aflicción externo que contrasta con el amoroso cuidado mutuo que se prodigan en el interior de la casa. El mismo cariño que aflora luego en un lugar más sosegado como fue la ciudad marítima.

En ese ambiente hogareño sobresale el respeto y la admiración de todos por el Libertador, a quien lo anima la lectura de periódicos y los diálogos sobre política que mantiene con sus visitantes a puertas cerradas, con una copa de licor de por medio. Ocasiones que consiguen atenuar sus padecimientos por la enfermedad y la vejez, como lo logra también la alegría de sus nietas, Merceditas y Pepita, que van dejando los juegos para asomarse a los dilemas de la adolescencia.

Guibert navega con destreza entre los asuntos domésticos, los pequeños sucesos locales que atraen la atención de todos y la evolución de los grandes acontecimientos que se van extendiendo por Europa.

Su mayor acierto es, tal vez, el tono que logra imprimir a ese diario íntimo de Merceditas. En cambio sorprende la presentación de un San Martín ambiguo en su consideración hacia Rosas y, más aún, alejado de la fe y de las oraciones. “Papá no me crió como devota y no lo hemos sido más que por la fuerza de la costumbre”, dice la hija, al contemplar su cuerpo ya exánime.

Por lo demás, la autora construye en ésta, su quinta novela, un cálido retrato hogareño, tan verosímil como la voz de esa hija que aprendió a amar y a venerar a su padre de a poco, después de un fastidio infantil, cuando debió acompañarlo hacia el exilio europeo con apenas ocho años de edad.