La historia que Necochea esperaba
Estación Quequén, crónica de una hazaña
Por Gustavo García
Hat Trick – 240 páginas
Un grupo de hombres hermanados por el amor por el fútbol unen sus fuerzas para afrontar un desafío colosal. No conocen a sus rivales, pero los intuyen poderosos. No se equivocan. Cada vez se vuelven más poderosos. Mucho más que ellos. Pero no se rinden. Encadenan triunfo tras triunfo y hacen realidad un objetivo con el que ni siquiera se habían atrevido a soñar. Se convierten en héroes de su ciudad. La gloria les pertenece. Se la ganaron con esfuerzo, pasión y convicción.
Esos hombres son los jugadores de Estación Quequén, un modesto equipo de la liga necochense que protagoniza una campaña histórica y salta del más candoroso amateurismo al fútbol ciento por ciento profesional. Trepa al Nacional B, la principal categoría del Ascenso argentino. En cuestión de meses pasa de jugar en canchitas inhóspitas a hacerlo en famosos estadios pertenecientes a clubes con gran prestigio. Es la victoria imposible. Es un milagro hecho realidad.
La sorprendente campaña de Estación Quequén podría haber sido producto de la febril imaginación de un libretista al que le encargaron darle vida a una película que despierte los sentidos y haga emocionar al más inconmovible de los espectadores. Sin embargo, la historia es real. En ocasiones, la realidad supera a la ficción. Le gana por goleada.
Gustavo García es orgullosamente necochense y, como todo futbolero de la zona que se precie de tal, vibró con la proeza de Estación Quequén. Aunque su corazón se aceleraba con la V roja bordada en el inmaculado blanco de la camiseta de Palermo, se dejó seducir por el verde del equipo que asumió la representación de la ciudad y la catapultó a la élite de los certámenes de Ascenso.
PASIÓN Y PRECISIÓN
Redactor de La Prensa desde hace más de dos décadas, decidió que había llegado el momento de alumbrar un libro que dejara un fiel testimonio de esa inolvidable gesta. En Estación Quequén, crónica de una hazaña, relata con apasionada precisión el desempeño del conjunto verde en el Torneo del interior en la temporada 1987/1988.
García, quien es coautor, además, de los libros Menotti, el último romántico y La Máquina, una leyenda del fútbol, traza un recorrido en el que la memoria se nutre con las crónicas de la época y con el valioso testimonio de los protagonistas de esa epopeya deportiva. Jugadores, directores técnicos y dirigentes de aquel Estación Quequén enriquecen la obra con recuerdos que revelan lo que significó entrar en la cancha para disputar los partidos más importantes de la historia de Necochea.
“En verano vamos a estar todos en la playa”. Con ese argumento los dirigentes y el entrenador Oreste Quito Ortiz persuadían a los jugadores para que se sumaran a la cruzada más insólita que pudiera concebirse. Nadie sabía qué representaba ser parte del Torneo del Interior. Se conformaban con superar la primera fase. Esa módica recompensa se antojaba inmensa para un equipo que jamás se imaginó como actor principal de una competición de esas características.
No sobraba el dinero. Los jugadores aceptaron formar una cooperativa para repartirse lo que se recaudara en cada partido. El club no estaba en condiciones de asegurarles un sueldo. Hicieron una apuesta muy arriesgada fundada en la irreverente confianza en sí mismos. No tenían nada para perder. Lo peor que podía pasarles era verse obligados a regresar a sus trabajos habituales. Es cierto: casi ninguno de ellos vivía del fútbol. Un caso testigo de amor por la pelota.
UNA AVENTURA TEÑIDA DE VERDE
Con una delicada combinación de rigurosidad periodística y la emoción de un hombre que fue testigo directo de la mayor proeza del fútbol de Necochea, García repasa esa aventura que se inició en octubre del 87 y en el mejor de los casos podía concluir en diciembre. Resulta que el buen juego del equipo y la ambición y la confianza de sus integrantes extendieron la vida del Verde hasta junio del 88. Hasta el 5 de junio del 88, la fecha que hoy figura en rojo en los almanaques de todos los necochenses que aman al fútbol. Ese día, Estación Quequén doblegó al poderoso Olimpo de Bahía Blanca y se instaló en la B Nacional.
¿Cuál pudo haber sido el secreto del éxito de Estación Quequén? Sus propios integrantes lo definen en las páginas del libro: “Un grupo de inconscientes, de locos por el fútbol que solo buscaban jugar a la pelota. Jugar, ganar y nada más”. Esa nobleza de recursos le permitió dejar atrás las cada vez más exigentes etapas del Torneo del Interior -también llamado Regional-, el certamen que ponía frente a frente a todos los equipos de tierra adentro que aspiraban a unirse al privilegiado grupo de instituciones que participaban en las competiciones organizadas por la Asociación del Fútbol Argentino (AFA).
“Cuando jugábamos nosotros sabíamos que podíamos. No sé, en ese momento podíamos jugarle a la Selección argentina. No había problema. En Necochea teníamos el presentimiento de que no nos ganaban”, explicaba uno de sus jugadores. Esa sensación de sentirse invencible suele ser el sustento de los éxitos de cualquier equipo. También lo fue para la empresa en la que se internó Estación Quequén.
La más clara demostración del espíritu amateur que impulsaba al conjunto necochense puede encontrarse en el llamativo dato de que le costó entender la magnitud de su logro. Recién al final del Torneo del Interior comprendió que había consumado un ascenso meteórico. Y lo festejó de tal modo que se le pasó por alto que tenía ante sí la increíble oportunidad de pelear por una plaza en Primera División con la elite del fútbol argentino. Así de maravillosamente candorosos eran esos hombres que enorgullecieron a sus hinchas, a sus amigos y a los propios vecinos de sus barrios.
HÉROES DE CARNE Y HUESO
En su entrañable libro Crónicas del ángel gris, Alejandro Dolina postuló que él prefería perder un partido de fútbol con amigos como compañeros que ganar junto a extraños con los que nada lo uniera. Y en Estación se forjó ese lazo. La camaradería reinaba. Si hasta por las noches los jugadores y el entrenador Quito Ortiz se desvelaban en partidas de tute, mientras el humo de los cigarrillos acercaba a la localidad balnearia una atmósfera similar a la de la lejana Londres.
Estación Quequén, crónica de una hazaña no aborda solo el puntilloso detalle de una inolvidable actuación deportiva, también brinda un cálido y merecido homenaje a quienes protagonizaron esa gesta teñida de verde. El autor regala sentidas evocaciones de Ricardo Calija Guerrero, una de las figuras del equipo que murió prematuramente joven, y de Quito Ortiz, el entrenador de toda la vida de Estación, ese equipo de gladiadores que en su escalada hasta la B Nacional embanderó a toda Necochea.
Se adentra, además, en las ricas historias de vida de los futbolistas. Narra sus sueños, expone sus fortalezas y desnuda los temores que amenazaron con dejarlos con las manos vacías. Los presenta como lo que fueron: héroes de carne y hueso.
El Lungo Javier Erasun, Carlos Conejo Pérez, los hermanos Sergio Teto y Claudio Mela Mainardi, El Negro Mario Márquez, Hugo Quique Molina, El Gualicho Pablo Dialeva, Luis Eduardo Paquillo Sánchez, Guillermo Dindart, Julio Starópoli y Calija Guerrero fueron algunos de los próceres que, a las órdenes de Quito Ortiz, se instalaron para siempre en la memoria colectiva de esa zona del sur bonaerense.
Como era de esperar, García repasa los días de Estación Quequén en el Nacional B. Inocente víctima de la inexperiencia y de haber llegado mucho más lejos de lo que cualquiera pudo haber soñado, el equipo apenas subsistió una temporada en esa divisional. Descendió dando pelea contra un destino irreparable. Pero más allá de la imagen de derrota final, el Verde fue el orgullo del fútbol de Necochea y su historia merecía ser contada.