UNA MIRADA DIFERENTE

La guerra global, el plan de reseteo de la Agenda 2030

Nada mejor que una contienda bélica mundial para alcanzar de una sola vez todos los objetivos del proyecto woke.

La columna viene anticipando, un poco antes que sus colegas -dicho con total inmodestia- el riesgo cierto pero buscado de una guerra de alcances universales que a esta altura de los hechos parece anhelada por muchas potencias y tendencias, como una gran excusa para diversos y confusos proyectos que componen lo que se conoce como Agenda 2030, Gran Reseteo, o simplemente wokismo o progresismo.  Y para tapar errores colosales del capitalismo deforme que se practica hoy. 

Por supuesto que los peligros que generan el delirio ruso y el mayor delirio iraní, (avanzada embozada o desembozada del islamismo) más la vocación palestina de borrar del mapa (sic) a Israel, no son una invención ni una construcción, y deben ser tomados muy en serio por lo que resta de la comunidad internacional sensata. Pero el tema se vuelve más complicado cuando se advierte casi una desesperación por llegar a una contienda que será necesariamente de características globales. Y peor, desventajosa para Occidente.

Los discursos encendidos de Ursula von der Leyen, prácticamente arrogándose el derecho de declarar la guerra a Rusia en nombre de toda Europa, a lo que se suma la galtierista discursiva de Macron, o la idea de Alemania de volver a hacer obligatorio el servicio militar,  un concepto que le estaba vedado por los tratados de rendición de la Segunda Guerra, la reciente declaración del Secretario de Estado Blinken que pone casi como un hecho la incorporación de Ucrania a la OTAN, que aunque no sea inmediata ni firme implicaría una instantánea y automática entrada en guerra de esta última, la desesperada lucha de Biden por destinar fondos del presupuesto americano para financiar la guerra, al mismo tiempo que provee de fondos a Irán por otros medios y con otras excusas, son indicadores que no deben ser pasados por alto.

Despropósito alemán

En retrospectiva, no debe sorprender lo que ocurre. Europa hace 50 años que ha abandonado todo pensamiento o posición estratégica geopolítica. El simple hecho de que su economía más importante y señera, la alemana, haya deliberadamente destrozado su generación nuclear de energía y haya puesto su futuro en manos del gas ruso habla claramente de un despropósito imposible de justificar. 

Eso fue más lejos con motivo de la invasión a Ucrania y su posterior defensa. Toda guerra con Rusia es una guerra de muertos, de soldaditos de plomo que se sacrifican por cientos de miles como en un juego de simulación. También una guerra de destrucción sistemática de armas convencionales, donde Europa ha perdido todo su armamento moderno, que le costará años y billones de euros reponer. Entrar en una guerra global implica perder cientos de miles de vidas, tal vez millones, que habrá que ver si los pueblos de cada país están dispuestos a ofrendar a la burocracia de Bruselas. 

El particular criterio de Biden para encarar la defensa de Ucrania que podría definirse como la política de “animémonos y vayan” ya le ha costado a la UE demasiados sacrificios, sobre todo de su sociedad. Como es sabido, el pueblo norteamericano no soporta el regreso de sus soldados en ataúdes de pino, aunque mueran en accidentes de tránsito. Entonces exporta las muertes a sus aliados-dependientes, y buena parte de los costos económicos y estratégicos.  

Subyacentemente, seguramente pocos aceptarán que la situación actual, incluyendo el crecimiento del islamismo, de las ambiciones de Putin, del ataque sistemático a Israel, de la invasión musulmana a Europa por ahora pacífica, es consecuencia directa de un sueño imposible americano: querer ser la primera potencia mundial, pero no tener que comprometerse a mantener el Orden Mundial, un contrasentido imposible de sostener en geopolítica. 

Esa renuncia imposible se fue gestando en muchas intervenciones armadas frustradas, como en Afganistan, Irak con su blooper del no existente armamento nuclear que costó tantos muertos, la deserción en Siria y la inexplicable traición a los kurdos, aún la lucha contra el terrorismo musulmán pos9/11, una sucesión de confusión y fracasos que viene desde Corea y Vietnam. La combinación de la privatización de las fuerzas militares o mercenarización del ejército con la inteligencia de la CIA, que prácticamente reemplazó y anuló a la inteligencia militar en detrimento de la inteligencia sin aditamentos, hizo que EEUU perdiera la vocación de poner orden en un imperio que le pertenecía. 

En 2001, poco antes de la caída de las torres gemelas, Condoleezza Rice, la secretaria de Estado del limitado George W. Bush sostenía que EEUU no quería ya ser el gendarme del mundo. Ahora paga el precio de semejante renunciamiento. También sostenía que el único aliado estratégico norteamericano era Israel. Poco después surgiría la Patriot Act, el instrumento legal más tiránico del mundo moderno, basado en el miedo provocado por el ataque adjudicado a un invisible Bin Laden, muerto por televisión en vivo y en directo durante la presidencia de Obama. 

Justamente la inocencia de Obama con Iran, el dejar caer a Israel, la inocencia de Trump con Rusia, el no liderazgo cómplice de Biden, las operaciones dirigidas por la inteligencia de la CIA tipo Homeland, desembocaron en este desorden mundial que desangra a Occidente. Seguramente Estados Unidos está feliz con la decisión de no ser el gendarme del mundo. El puesto vacante lo ocupará China, India o tal vez el Califato, que es mucho más efectivo y expeditivo. 

¿Quién se beneficia?

Pero la posibilidad de una guerra global tiene muchos beneficiarios. Empezando por la OTAN, la costosísima burocracia militar virtual propietaria de la UE, que estaría en inmejorables condiciones de evitar la amenaza de Trump de dejarla sin fondos. Justificaría su existencia y haría imposible negarle financiamiento, aunque transformase a Europa en un gigantesco cementerio.

No demasiado diferente es el panorama en Medio Oriente, con Israel, que ya no es aliado estratégico de Biden y sus demócratas a un paso de entrar en una guerra jihadica con Irán, sino con todo el islamismo que tendrá similares efectos, aunque por otros caminos. Además del islam, su enemigo es la burocracia escondida en las orgas internacionales, un compendio de arrogantes ignorantes y muchas veces delincuentes. Siempre woke y reivindicadores de algún resentimiento, claro. 

Toda la Agenda 2030 vería así facilitado sus objetivos. La destrucción de la riqueza y la transformación de toda la población en pobres dependientes del Estado, sería una consecuencia sin culpables, salvo la guerra. Desde ahí partiría su proyecto que se sintetiza en “seréis pobres pero felices”. 

La inflación, consecuencia inevitable de la política económica suicida no sólo de la UE un cadáver económico, sino hasta del mismísimo EEUU, (ver emisión de los últimos tres años), no necesitaría explicación ni culpables. Sería contabilizada como una consecuencia de la guerra. No de la canallada de la fatal arrogancia. 

Igual pasaría con el proteccionismo, como el de Roosevelt tras la Segunda Guerra, que satisface los intereses de unos pocos consolidando monopolios que cada vez serían más escandalosos. 

También una contienda haría innecesario explicar el desempleo, que ya está presente aunque disimulado groseramente en casi todos los países. Al igual que el racionamiento, las dificultades de alimentación y de la industria, producto de políticas estúpidas de intentos ridículos y soberbios de intentar controlar el cambio climático. Lo mismo que la falta de energía y combustible. Todo sería culpa de la guerra.

La guerra todo lo justifica

Sería mucho más efectivo que una pandemia. Los aumentos de impuestos no necesitarían explicación, justificación ni debate, como en la Edad Media. La guerra todo lo justifica. Tampoco la confiscación del ahorro y la propiedad y otros derechos. Algo parecido a la guerra inexistente del 1984 de Orwell contra un enemigo externo que nunca aparece ni se sabe quién es. 

Como en el feudalismo, el concepto de la Renta Universal, aunque fuera solamente una pitanza, se impondría por necesidad, sin marchas ni quejas.

Como pasó en Rusia desde 1940 a 1987. Todo en nombre de la lucha contra el enemigo externo, en defensa de la Madre Patria. 

Está claro que, explícita o implícitamente, la guerra, desde los confines de la historia, pasando por Grecia, suspende las democracias. Las naciones europeas pasarían a depender de un gobierno supranacional (casi como hoy) sin participación popular de ningún tipo en las decisiones. ¿Quién puede cuestionar una guerra sacrosanta?

En ese terreno, los amantes del control social estarán de parabienes. Bajo el lema de defender a la patria, a los valores y a la familia, nadie podrá rehusarse a contribuir, a morir, a entregar sus ahorros, su comercio o su propiedad. Y de paso, se distribuirán raciones de carne de gusanos, otro negocio en gestación, al principio entre los soldados, luego, entre la población hambrienta. 

Quienes con mucha lógica temen las consecuencias de una suerte de pandemia permanente, o epidemia de pandemias, deben imaginar el efecto instantáneo y masivo de una conflagración global, aún sin utilizar armamento nuclear. (Si se utilizase armamento nuclear ya no tendría sentido preocuparse).

De un plumazo, la Agenda 2030 se cumplirá casi instantáneamente. Ni hará falta elecciones. China, India, el islam, tendrán el campo libre. Europa hundirá a Occidente.