Siete días de política

La gobernabilidad sobrevive y la estabilidad macro se consolida

Doble victoria del gobierno. Derrotó por segunda vez a una oposición aventurera en la Cámara de Diputados y logró que el mercado empiece a convencerse de que el ajuste funcionará.

El éxito de Javier Milei en derrotar a la amplia mayoría opositora en el Congreso que pretendió rechazar su veto a los aumentos salariales en las universidades fue una pintura fiel de la lucha política de estos días. Con una minoría inédita de legisladores propios el presidente le ganó la pulseada por segunda vez en pocas semanas a una oposición heterogénea que carece de ideas, líder y estrategia, pero numéricamente muy superior.

Quedó expuesta, también, la manera de “hacer política” del jefe del Poder Ejecutivo que los profesionales de la actividad siguen sin entender, ni aceptar y, lo peor para ellos, sin encontrarle la vuelta. Milei construye mayorías circunstanciales con fines específicos y se niega a construir alianzas, interbloques o coaliciones permanentes. No se compromete. Quiere (y obtiene) el apoyo del PRO y de un puñado de radicales, pero no incorpora a Mauricio Macri al gobierno. Lo considera un peso muerto que deberá arrastrar en el largo plazo.

En el caso de los sueldos universitarios la línea divisoria dividió dos campos: el de quienes gobiernan y deben pagar sueldos a fin de mes y el de quienes ocupan sus bancas y se dedican a dar lecciones de economía después de haber fracasado penosamente en los últimos 20 años. Por eso los gobernadores peronistas hicieron que sus diputados apoyaran el veto por acción u omisión. Conclusión: los K no pudieron socavar el plan económico.

Pero el revés opositor no es solo atribuible a que la Casa Rosada lubricó los mecanismos que debía. Los opositores se embarcaron con fervor estudiantil en una aventura parlamentaria compleja. Los medios, en su casi totalidad opositores, tampoco advirtieron sobre los riesgos que involucraba el rechazo del veto y se negaron después a señalar a los mariscales de la derrota. Si no, ¿cómo se explica que convocaran con urgencia a una sesión especial en la que tenían que juntar dos tercios de votos sin haber hecho las cuentas previamente? ¿Cómo dieron semejante paso en falso jefes parlamentarios experimentados como Miguel Pichetto? ¿Por qué los que predican su exterminio terminaron fortaleciendo a Milei y al plan de ajuste? 
Perdieron ante quien consideran un amateur y esa falta de autocrítica (muy especialmente en el peronismo) es el arma más efectiva de la que dispone Milei. Le dieron además la razón al presidente: si Pichetto le prometía la colaboración de su bloque para garantizar la gobernabilidad en la Cámara de Diputados, quedó a la vista de que no se equivocó al ignorar la oferta. 

Una característica insólita del actual gobierno es que llegó al poder sin compromisos con la dirigencia política o con las corporaciones, por eso liquida prebendas y canonjías con el lógico rechinar de dientes de los afectados y como van las cosas, lo seguirá haciendo.
El pobre desempeño de la oposición en el Congreso es causa en buena parte de la desorientación del kirchnerismo que busca desgastar a Milei como en su momento Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín hicieron con Fernando de la Rúa. Pero ni la historia, ni los personajes son comparables (ver “Cambio cultural”). Hubo muchos legisladores de origen peronista que votaron con el gobierno e indignaron a Cristina Kirchner que los consideró tránsfugas, porque ya ni le atienden el teléfono.

La crisis peronista se profundiza por falta de jefe. Como ya no puede ser candidata a presidente (65% de imagen negativa), Cristina Kirchner quiere ahora presidir el partido justicialista, olvidando que el propio Juan Perón dijo más de una vez que esa entelequia era sólo un instrumento que desempolvaba para participar de las elecciones y después volvía a meter en un cajón.

El rival de la dos veces presidenta es el pintoresco gobernador de La Rioja, el señor Quintela. Si hubiera que medirla por el fuste de sus enemigos, la situación actual de CFK no podría ser más deslucida.  A los peronistas les queda sin embargo un consuelo: los radicales están peor. No sólo porque la deserción de un puñado de sus diputados le facilitó las cosas al gobierno, sino también porque por la falta de conducción, están siendo arrastrados a una derrota tras otra por el trío integrado por Lousteau y los hermanos Manes. 

Su despiste es extraordinario. Fueron a una interna en la provincia de Buenos Aires contra Maximiliano Abad, perdieron y terminaron judicializando el escrutinio. Pusieron además en evidencia que tienen un décimo de los afiliados que declaran y que en una provincia con el padrón más grande del país son una especie en extinción si no cambian el hábito de ir a la cola del peronismo.
Estas penurias de la “casta” explican en buena medida por qué los operadores económicos empiezan a creer que el plan de ajuste puede sobrevivir, acto de fe del que la paz cambiaria es la prueba más palpable.