EL CAMINO RELIGIOSO DE SIMONE WEIL EN ‘LA GRAVEDAD Y LA GRACIA’

La filósofa ante el umbral

Los agudos pensamientos reunidos en el libro ahora reeditado testimonian el acercamiento a la Fe cristiana de una mente exigente y rigurosa. Claroscuros de un proceso incompleto.

Simone Weil (1909-1943) fue una de las pensadoras más originales del siglo XX, tan fascinante como discutida y rupturista en sus ideas y en la vida admirable que llevó en un tiempo de guerras, totalitarismos y fanáticos odios ideológicos.

Una síntesis reveladora de ese talante aparece en La gravedad y la gracia, libro clave del que acaba de publicarse en el país una nueva versión al español (Ediciones Godot, 192 páginas, traducción de Aníbal Díaz Gallinal).

Estos escritos seleccionados y ordenados por Gustave Thibon, uno de los albaceas literarios de Weil junto con el P. Joseph-Marie Perrin, vieron la luz en 1947, cuatro años después de la muerte de la autora, en lo que fue el comienzo de la publicación póstuma de toda su obra conocida. A partir de entonces no han dejado de leerse, debatirse y analizarse desde todos los ángulos posibles.

Los motivos son evidentes. Sus páginas exhiben a una mente filosófica pero también religiosa y acaso mística en el pleno ejercicio de sus facultades. Al modo de apuntes breves o resonantes aforismos, Weil va encadenando razonamientos y reflexiones sobre un amplio abanico de inquietudes que comprende todo lo humano y lo divino. El amor, el azar, la necesidad y la obediencia, el desapego, la desgracia, el mal, la violencia, el yo, el trabajo, la belleza, la cruz, son algunos de los temas organizados en 39 capítulos.

DOBLE NOCION

Todos se encolumnan bajo la doble noción que les da título: gravedad y gracia. La primera frase del libro trata de explicarla: “Todos los movimientos naturales del alma están regidos por leyes análogas a las de la gravedad de la materia, con la única excepción de la gracia”. Y unos párrafos después: “La creación está hecha del movimiento descendente de la gravedad, del movimiento ascendente de la gracia y del movimiento descendente de la gracia a la segunda potencia”.

Según Thibon, Weil entendía por gravedad a la fuerza que rige todos los fenómenos naturales, incluidos los psicológicos. Pascal llamaba a eso “egoísmo”, La Rochefoucauld “autoestima”, y Nietzsche “voluntad de poder”.

Nacida en una familia de judíos seculares y librepensadores, y moldeada por el aplicado estudio de la filosofía griega, al momento de redactar estos pensamientos la concepción de Weil era ya la de una cristiana en formación que investiga, revisa y se pregunta por su vínculo con Dios, con la Fe, con el prójimo.

Las personales interpretaciones que extraía del Evangelio abonaban muchas de sus observaciones. “Los fariseos -señala refiriéndose al “yo”- eran gente que contaba con sus propias fuerzas para ser virtuosos”. “El contento de sí luego de una buena acción (o de una obra de arte) es una degradación de energía superior. Por eso, la mano derecha debe ignorar…”, escribe en el capítulo “Vacío y compensación”. O en el apartado titulado “Contradicción”: “La correlación de las contradicciones es desapego. El apego a una cosa particular solo puede destruirse con otro apego incompatible. Por eso: ‘Amen a sus enemigos...el que no odia a su padre y a su madre…’”.

RECORRIDO

Escritas en un estilo conciso y concentrado, las ideas de Weil son un fiel reflejo de su personalidad ascética y rigurosa y del recorrido singular por el que pretendió responder al llamado de Cristo que, según contó a unas pocas personas, había recibido bajo la forma de una revelación directa en 1938.

Aquel encuentro con Nuestro Señor fue un mojón espiritual que le cambió la vida y transformó su visión del mundo, siempre a mitad de camino entre el arrobamiento místico y la heterodoxia más palmaria.

Thibon y Perrin fueron de los primeros en señalar esta ambivalencia en su libro Simone Weil: tal como nosotros la conocimos. Con extrema delicadeza supieron destacar las virtudes y los excesos que sobresalían en esa mujer extraordinaria a la que trataron por el espacio de un año (de 1941 a 1942) en la Francia de Vichy, y a la que aprendieron a admirar, querer y orientar.

Comprobaron que esta constante ambición de anonadamiento tan presente en ella, esa invocación al “vacío” necesario para dejar actuar a la “gracia”, era un rasgo acentuado de una personalidad proclive al desprendimiento y a la casi negación de sí misma.

Muchas de las ideas de Weil respondían a un afán de “pureza” que era la expresión de sus excepcionales dotes personales, pero también de varios de los extravíos en una exploración intelectual que habría de quedar inconclusa.

Thibon consideraba que su pensamiento cargaba con una pronunciada inclinación a favor del dualismo filosófico y religioso. Su espiritualidad tenía algo de maniquea y de ahí derivaba la admiración acrítica que sentía por el catarismo, al que había estudiado en profundidad y al que reivindicaba como la verdadera expresión de un cristianismo helenizado por fuera de la tradición romana, que repudiaba.

Esa inclinación intelectual, advertía Thibon, revestía a Weil de un rigorismo que era mucho más estricto que el que ella le imputaba a la Iglesia por obra de la presunta influencia “totalitaria” recibida de Roma.

“En vez de allanar los caminos que conducen a Dios -escribió el filósofo católico francés-, ella hace que la vía estrecha se vuelva una senda demasiado empinada para la debilidad humana”.

ISRAEL

El otro gran rechazo de Weil, quien nunca se identificó con el judaísmo, se refería al Israel del Antiguo Testamento. Un capítulo de La gravedad y la gracia recoge una síntesis de sus opiniones sobre ese punto, llamativas por lo tajantes y severas.

Juzgaba objetable el “Dios carnal y colectivo” de un “pueblo de esclavos que huyen” y que no había podido dar “nada de bueno”. Además le parecía inadmisible la idea de “pedagogía divina” aplicada a tal pueblo, una “mentira espantosa” que desde entonces pesaba como una “maldición” sobre la cristiandad.

“Pueblo elegido por la ceguera, elegido para ser el verdugo de Cristo -escribió-. Los judíos -ese puñado de desarraigados- causaron el desarraigo de todo el globo terrestre. Su parte en el cristianismo ha hecho de la cristiandad algo desarraigado con relación a su propio pasado”.

Thibon y Perrin coincidían en que este rechazo tan profundo del “pueblo elegido” era uno de los obstáculos para la genuina conversión de Weil. Otro era su mirada imperfecta de la historia y los dogmas de la Iglesia.

Si bien apreciaba los Evangelios, la vida de los santos, la liturgia, el canto gregoriano, la Santa Misa (a la que asistió regularmente los domingos en su último año en Francia) y a los escritores y poetas místicos como San Juan de la Cruz, a quien leyó gracias a Thibon, no podía aceptar a la Iglesia como cosa social y no le reconocía autoridad para declarar anatemas.

En este punto alegaba experimentar la necesidad de mantenerse sola, aparte y como exiliada de cualquier medio social humano. Por otro lado, pese a la sugerencia del P. Perrin, no creía ser merecedora del bautismo y se preguntaba si no convenía a los planes de Dios que ella permaneciera fuera de la Iglesia en una época signada por el materialismo.

PURIFICACION

Dichos argumentos eran una rémora de su pasado de anarquista y el signo de un inalcanzable anhelo de pureza que al final la dejaría, según sus propias palabras, “en el umbral” de la Casa de Dios.

“Hay dos ateísmos, uno de los cuales es una purificación de la noción de Dios”, observó en La gravedad y la gracia. Y más adelante: “Nunca se ha hecho la limpieza filosófica de la religión católica. Para hacerla, habría que estar adentro y afuera de ella”.

A semejante tarea parecía haberse dedicado Simone Weil en los últimos años de su corta vida. Queda la duda y la esperanza sobre el desenlace de esa travesía espiritual erizada de contradicciones.

“¿Cómo las habría resuelto? -se preguntó alguna vez el P. Perrin-. ¿Mediante la experiencia vivida de la síntesis católica, que es a la vez íntima y universal? ¿O habría desarrollado una sabiduría propia en oposición a todas las otras, una gnosis personal? ¿Quién puede decirlo? Por mi parte, habiéndola conocido como la conocí, sigo inclinado a pensar que, a pesar de todas las dificultades que encontró y que volvería a encontrar, al final habría terminado por adquirir la visión total de la luz, y por eso sigo anteponiendo su alma a su genio”.