En diálogo con La Prensa, el politólogo Alberto Vergara abordó la situación de crisis que atraviesa la región
“La democracia en la Argentina es mucho más resiliente que en otros países de Latinoamérica”
El académico peruano analizó las características principales que constituyen una república y porque se ha transformado en una deuda pendiente. También opinó sobre la actualidad local como el peronismo y la grieta.
El académico y politólogo peruano, Alberto Vergara sostiene que América Latina es hoy una región marcada por el desagrado y el malestar político. “Nuestras repúblicas -explica- son poco republicanas. La mayoría de los latinoamericanos no disfruta de sus derechos ni tiene herramientas para defenderlos y menos para alterar colectivamente esa situación”. Por lo tanto, existen repúblicas defraudadas en una región estancada.
Esta realidad es la que analiza en su último trabajo “Repúblicas defraudadas” (Crítica. 275 páginas) y la que también lo trajo recientemente a Buenos Aires para presentarlo en la Feria del Libro.
Vergara es profesor en el departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad del Pacifico, en Lima. También ha dado clases sobre política latinoamericana en la Universidad de Montreal; en Sciences Po de París, y en Harvard. Autor de varios libros y artículos periodísticos publicados en “El País” de España y en “The New York Times”, se define ideológicamente como un liberal que se ha ido haciendo cada vez más demócrata. “Alguien liberal en las finalidades pero que en los medios se ha ido haciendo más republicano, más social demócrata para conseguir esos objetivos liberales”, aclara.
En diálogo con La Prensa realizó un repaso teórico sobre las bases principales de la república para poder entender la actualidad de la región, su visión sobre la Argentina, el peronismo y la grieta.
TRES CARACTERISTICAS DE LA REPUBLICA
- ¿Cuáles son las características principales de una república?
- Fundamentalmente son tres: Un orden fundado en la igualdad de los ciudadanos, comandado por la ley e instituciones legítimas y, por último, la confianza entre los ciudadanos.
-Comencemos por la primera…
- La igualdad de los ciudadanos yo la entiendo en el sentido de que todos podamos tener grados de libertad: amplios y semejantes. No es una libertad en la miseria. Tiene que ver con que todos y todas tengamos la posibilidad de intentar construir el proyecto de vida que queramos para nosotros mismos. Es decir, el ideal de la autonomía. La autodeterminación tanto individual como política de la comunidad es clave.
- ¿Por qué ese orden debe estar comandado por la ley e instituciones legítimas?
- El orden legítimo tiene que ver con una comunidad que reconoce que la ley proviene de ella misma. Una comunidad que es capaz de darse la ley a sí misma, en la medida que ella se la otorga, ella misma la respeta. Y ese es el objetivo de una república, el autogobierno ciudadano, el único régimen en el cual el ciudadano tiene que ser simultáneamente gobernante y gobernado a través de la representación. No puede haber un divorcio mayor entre la producción de las leyes y la sensación de pertenencia a esas leyes y a esas instituciones. Si se construye un sentimiento de enajenación, de distancia entre esas instituciones que uno considera que no influyó en nada y, admás, si esas mismas instituciones son las que nos regulan, en democracia y en una república tendrán un problema de legitimidad. Probablemente en un régimen no democrático no sea un problema.
- Y por último, la confianza entre los ciudadanos…¿Qué significado tiene?
- Es la posibilidad de mirarnos a los ojos, de saber que tenemos la posibilidad de protegernos unos a otros, de sentir compasión por el otro ante la desgracia ajena, de tener la confianza para intercambiar bienes y servicios con menores trabas. Todo eso que alimenta la satisfacción, el bienestar y la prosperidad de la gente proviene de la capacidad de confiar en el otro. Algo que se llama capital social. Es decir, no necesitar fuentes terceras que garanticen los acuerdos, sino que individuos que se consideran iguales puedan pactar y confiar entre ellos.
- ¿Esta última característica dependería de las anteriores? Es decir, ¿si no hay confianza en las instituciones ni en las leyes, tampoco lo habrá entre los ciudadanos?.
- De acuerdo. La direccionalidad va en los dos sentidos. Hay investigaciones que subrayan que la confianza interpersonal es la que genera la confianza institucional. Pero también, según otras investigaciones, la capacidad de cumplir una ley igualitaria, en una comunidad donde realmente haya igualdad ante la ley, es la que termina generando la legitimidad que construirá esa confianza. Yo soy más partidario de la segunda teoría. Creo que son las instituciones y las leyes al tratar a los ciudadanos como iguales lo que va construyendo la confianza entre ellos.
REPUBLICAS A MEDIAS
- Usted sostiene en su último libro que después de más de dos siglos, Latinoamérica no ha podido consolidar el orden republicano. ¿Cuál sería la razón?
- Yo sostengo que se logró a medias y por eso hablo de repúblicas a medias porque no creo que haya que caer en el catastrofismo. Si bien es una realidad que defrauda hay que observar en cada país los diferentes matices. Creo que no se ha consolidado por una serie de razones.
- ¿Y si tuviera que apuntar a una?
- En todos los países de Latinoamérica con la excepción de Uruguay y Chile, no se ha podido construir un régimen que efectivamente considere a sus ciudadanos como iguales y a partir de eso construya sus instituciones, aquello que nos es común, que es público, que nos permita sentir que somos tratados con igual respeto, dignidad y con iguales oportunidades. En algunos contextos eso se disimula o se anestesia, mientras que en otros se hace muy patente. Creo que en los últimos ochos años en Latinoamérica estamos pasando por un momento en que esa defraudación republicana origina diferentes malestares como los estallidos, los votos de rechazo, los outsider malhumorados de la política.
- ¿Y en ese malestar, desengaño o malestar que protagonismo tiene la economía?
- Un papel grande. Y ahí está uno de los aportes que quiero hacer con este libro. El punto central es que las preocupaciones republicanas tienen que darle espacio a debates sobre las dinámicas económicas y sociales en la región que muchas veces se han dejado de lado, muy preocupados en los chequeos y balances y en ciertas solemnidades del poder. En América Latina yo creo que hay que dialogar sobre el capitalismo. Tenemos un capitalismo que funciona mal, que no genera buenos puestos de trabajo para la mayoría. En gran parte de los países de América Latina tenemos un capitalismo dividido en minoritarias zonas de la economía formal que son capaces de dar buen trabajo y un espacio enorme de subempleo, de trabajo informal, que no va a poder darle los recursos a las mayorías para generar lo necesario para ese proyecto de vida que es lo central en una república como decíamos al principio.
- ¿Podemos hablar de un capitalismo deficiente?
- Exactamente y ese ha sido en los últimos años y en todo el mundo una de las conversaciones principales en los debates sobre desarrollo. Incluso el Financial Times realizó esa portada que llamaba a “resetear el capitalismo mundial”. Y esa es justamente la discusión que en América Latina no la estamos teniendo y mi libro trata de decir: bueno quienes estamos en esta orilla más política de defensa de cuestiones republicanas tenemos que hablar de esos temas. Debemos abrir el radar a esas cuestiones que son absolutamente fundamentales porque la intersección entre política y economía termina afectando mucho a los países. Es importante comenzar a entender la influencia que en América Latina tiene la política y la economía en la construcción de estos contingentes inacabables de malhumorados, con bastante razón, que son hoy los ciudadanos en la región.
- ¿Se puede responsabilizar a algún sector, izquierda o derecha, por esta frustración que atraviesan las sociedades latinoamericanas?
- Por lo menos en el siglo XXI, yo no creo que se pueda decir con objetividad que la izquierda o la derecha han sido consistentemente alguna mejor que la otra. Hay temas que ninguno de los dos sectores a podido resolver. La criminalidad, por ejemplo. O también podemos encontrar temas en que ambos tuvieron éxito como el crecimiento económico. No creo que en América Latina se pueda decir con justicia que una es superior a la otra. También se pueden señalar gobiernos de izquierda o de derecha con inclinación autoritaria u otros que se han mantenido por los cauces democráticos con las mismas características.
- ¿Cómo se puede revertir esta situación de las sociedades frustradas?
- Además de debatir sobre el capitalismo, yo propongo el volver a la ciudadanía. Es decir, tomarse en serio la idea de que el ciudadano es un sujeto con preferencias respetables, que hay que honrar. Lamentablemente la derecha más neoliberal tiene la confianza mayor en el tecnócrata y la derecha más conservadora y reaccionaria tiene una confianza en el hombre providencial. Pero ambas formas finalmente coinciden en el ocultamiento del ciudadano y sus preferencias. Y en la izquierda también, en su apoyo a los Chávez, a los Correa o a los Morales, regímenes en los cuales se modificaron leyes e incluso se realizaron fraudes electorales, situaciones que significan, nuevamente, que lo que diga la ciudadanía poco me importa porque ‘nosotros somos la vanguardia’. En concreto, en ambas vertientes no hay esa genuina voluntad de incorporar a los ciudadanos.
VISION DE LA ARGENTINA
- ¿Cómo definiría al peronismo?
- Robándole la definición a Andrés Malamud, podría decir que es una identidad con dos características: identificación a lo popular y con vocación para mantener el poder.
- ¿Qué representa para la Argentina?
- Una identidad que puede sobrevivir al tiempo y que además puede adoptar diferentes momentos. Con Menem puede ser más liberal y con los Kirchner más nacional y popular. Y probablemente seguirá ahí convirtiéndose y existiendo desde los nuevos ritmos y tendencias.
- ¿Se puede incluir como parte de los sistemas republicanos?
- Ahí existe un tema interesante en la Argentina con respecto a todo el resto de América Latina. En todos los otros países, por ejemplo, en Colombia y en el Perú también, el republicanismo aparece como algo que puede superar la polarización. En el caso de la Argentina es particular porque el republicanismo tiene una trayectoria de vida que no se limita a la institución o la creación de una república como oposición a una monarquía, sino que tuvo un contenido político muy fuerte. En la Argentina, lo republicano aparece como opuesto no solo al peronismo sino a Rosas en el siglo XIX. Es como una trayectoria histórico-política muy viva y con contenido. Uno podría trazar una línea que va desde los inicios de la República con algunos próceres que pasa por Sarmiento, Yrigoyen y llega a Alfonsín. Y en esa trayectoria, efectivamente, el peronismo queda del otro lado de lo que ustedes llaman la grieta.
- ¿Reconoce que realizó algún aporte el peronismo?
- Para ser honesto, un sistema republicano necesita también ser popular. Un sistema republicano no puede ser nada más que unas intenciones institucionales de señoritos bien comidos en los mejores barrios de la ciudad. Y lamentablemente toda América Latina, muchas veces, cayó en eso. Y por lo tanto, en la Argentina lo popular estuvo muy presente a través del peronismo. Es un elemento que tiene que estar en cualquier sistema republicano. El peronismo aportó con la construcción de un régimen efectivamente que incorporó a los sectores trabajadores. Pero también es cierto que esa incorporación se hizo desde formas que, muchas veces, estaban reñidas con el republicanismo, prohibiendo sindicados que no eran afines al gobierno y desde políticas clientelares, temas que han formado parte de su identidad. Una característica común, por otro lado, que también está presente en otros movimientos populistas de la región.
- ¿Cómo ve a la Argentina hoy en el marco de lo que usted llama las repúblicas defraudadas?
- El problema de los últimos años en América Latina ha sido y es la fragmentación, es decir, la imposibilidad de ponernos de acuerdo sobre políticas públicas debido que hay demasiados actores con sus respectivos intereses particulares. La Argentina también lleva muchos años con una dinámica que ustedes llaman la grieta y que paradójicamente genera el mismo resultado: no hay posibilidades de ponerse de acuerdo en políticas de mediano plazo y de crear una base común de coaliciones que pueda sostener ciertas políticas en el tiempo. Mi preocupación hoy es la aparición de Javier Milei como tercero en la disputa. En mi opinión, lo que hace al menos en términos ideológicos es ensanchar esa grieta. Es decir, pasa de estar de la centro izquierda a la centro derecha, a la extrema derecha. Lo que se está haciendo, repito, es ensanchar una de las fuentes de la parálisis gubernamental. Pero a diferencia de la región, la Argentina también es un país donde el consenso democrático se sostiene. Tanto el funcionamiento de las instituciones democráticas como el consenso de ciertos valores sigue ahí. Y por lo tanto, me anima a pensar que la democracia argentina es mucho más resiliente, a pesar de la crisis económica, que en otros países latinoamericanos. En ese sentido me parece más simple hallarle la vuelta a la economía que reconstruir un sistema democrático funcional. Por ejemplo, en mi país Perú, el sistema democrático se rompió, las instituciones no funcionan más de manera democrática, la presidenta puede presidir un gobierno donde las Fuerzas Armadas matan a sesenta ciudadanos, o por lo menos de manera probada a 46, y no pasa nada. Reconstruir ese entramado de convicción y funcionamiento democrático me parece más difícil que encontrar la forma de hacer funcionar bien a la economía.
- En la Argentina, por ahora, parece que lo único que nos une fue el Mundial de fútbol de Qatar….
- Que no es poco…el día que regresó la Selección a su país, que ustedes llaman algo así como la ‘Marcha de los cinco millones’, le diría que es un movimiento social espontáneo que genera gran admiración en el resto de América Latina. Fue algo que se parece a una comunidad nacional que, en otros países, lamentablemente, a veces sospechamos y creemos por lo que vemos cada día que no existe. Ningún país latinoamericano, destaco en mi último libro, es perfectamente único, nuestros problemas no son la peculiaridad exacta, perfecta, sino que todos tenemos algún tipo de configuración política con algún tipo de deficiencia en algún lado o en el otro, y que muchos de nuestros países son eso, son repúblicas a medias donde no hay que caer en el catastrofismo sino saber que hay que ocuparse de esa defraudación. Y esas dimensiones democráticas y la comunidad nacional en la Argentina lo hacen a uno saber que ahí hay un espacio para el optimismo, sin duda.