Se han celebrado los doce años del pontificado de Francisco. Los partes vaticanos suelen ser siempre autoelogios. Resulta muy difícil abarcar en un juicio la realidad eclesial, que es vastísima y con diferencias entre países, pero desde un punto determinado es posible contemplar los alrededores; puedo hacerlo, entonces, desde este rincón del lejano sur que es la Argentina, una nación que es (¿o era?) mayoritariamente católica. Dice el refrán que “como muestra basta un botón”.
La decadencia de la Iglesia es evidente. Los obispos viven en su propia nube. Los seminarios, poblados por jóvenes cuyo número puede contarse con los dedos de una mano. Hay incluso alguno, centenario, en que en este 2025, ¡no entró ni un solo seminarista! Las vocaciones no aparecen. El mandato de Cristo (“hagan que todos los pueblos -pánta ta éthne- sean discípulos míos”) está siempre por cumplirse. ¿Dónde se encuentran los apóstoles? El pueblo está desconcertado; muchos fieles sienten la añoranza de tiempos mejores.
Pienso que siguen en vigencia dos lamentos del Papa Pablo VI: “Nosotros esperábamos -después del Concilio Vaticano II- una floreciente primavera y sobrevino un crudo invierno”; “por alguna rendija el humo de Satanás se ha filtrado en el templo de Dios”. La presencia eclesial en la sociedad está estrechamente limitada; los periodistas lo advierten, porque reconocen, con una mirada histórica que, en nuestro país, la Iglesia Católica siempre fue algo oficial. Se nos considera un país católico. Pero los bautismos no existen; se ha desplomado la natalidad en Argentina: en 2023, con 460.902 nacimientos, ¡se ha registrado la cifra más baja de los últimos 50 años! Y el matrimonio ya no existe, ahora hay “parejas”. La presencia pública de la Iglesia es inexistente; solo se filtra en el orden periodístico si formula juicios políticos, especialmente contra el gobierno.
TAREA ESPECÍFICA
La Iglesia debe ocuparse en su tarea específica: hacer de los hombres cristianos, impregnar su conducta con los mandatos de la Escritura y la Tradición, y encaminarlos al Cielo. Las crisis sucesivas del clero dejan un menoscabo, sobre todo porque acrecientan el alejamiento de la sociedad del ideal cristiano. No hay una cultura cristiana; las universidades católicas incluyen una parcial información teológica, pero no cumplen con la función principal, que consiste en hacer presente a la Iglesia en la sociedad argentina, es decir, crear una cultura cristiana. No conozco pensadores católicos que se destaquen, como lo fue, por ejemplo, Carlos Sacheri; asesinado, en 1974, a la salida de Misa, en San Isidro, delante de su esposa y sus siete hijos, por terroristas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).
Acaba de publicarse el Anuario Estadístico de la Iglesia, con cifras correspondientes al bienio 2022-2023. Allí se revela que el número de obispos ha aumentado: de 5353, en 2022, a 5430, en 2023. Y, paralelamente, descendió el número de sacerdotes: a fines de 2023 había 406.996, en todo el mundo; con una disminución de 734, con respecto a 2022. Y, en el caso de los seminaristas, la situación es más que preocupante: se registra una caída sostenida desde 2012; y ha pasado de 108.481, en 2022, a 106.495, en 2023. O sea: disminuyen los sacerdotes y seminaristas, ¡y crece el número de los obispos! En Argentina tenemos, también, inflación de éstos: en los últimos doce años se multiplicaron los obispos auxiliares. Y hay diócesis en las que el número de obispos supera o iguala el de seminaristas.
Como católico, creo en la Iglesia y la amo; deseo verla florecer. Rezo por ella y por el Sumo Pontífice; por la salud de su cuerpo y, sobre todo, de su alma. Sesenta años después de la clausura del Vaticano II, es hora de asumir la realidad. La “Iglesia en salida”, en busca de quienes no conocen a Cristo, o se alejaron de Él, no debe ser una “Iglesia en huida” de su propia esencia y misión.