La batalla cultural

El asistencialismo sin los medios que lo respalden, es el camino más corto a la pobreza estructural.

Más allá de una victoria electoral, más allá de los votos, de quien gane o sea derrotado en las urnas, hay algo que cada día me resulta más claro: estamos perdiendo la batalla en la contienda cultural. 

Dependientes de la economía, corriendo tras los mangos, movilizado por lo urgente y no lo importante, se ha relegado la pelea de fondo, la madre de todas las batallas, la que da sentido a la vida de las naciones: la cultura.

Cultura no sólo son los libros, los cuadros, y las películas, sino la explicación de lo que significa ser argentino, lo que maman los chicos en el colegio, en la casa, en la construcción de una idiosincrasia. En lo que ven y escuchan.

La economía sin apoyo político y una concepción cultural que la respalde, estará siempre condenada al fracaso. Mientras la mayoría piense que abrir los mercados al mundo, mata a la industria nacional, que las inversiones extranjeras nos explotan, que somos títeres de nuestros acreedores, que el capitalismo es explotación y el liberalismo miseria, no saldremos de este ciclo. Mientras los jóvenes no entiendan cómo funciona el sistema financiero, y la necesidad del crédito sano y una moneda fuerte, serán las víctimas propiciatorias del populismo de izquierda.

SOBERBIOS

Hasta hace poco éramos conocidos en el mundo por nuestra soberbia. ƒramos los morochos que triunfamos en París, los que teníamos las mejores carnes, exquisitos futbolistas y las minas más lindas. Y de pronto, en pocos años, la sensibilidad de un Borges se convirtió en el grotesco maradoniano que de una u otra forma se agazapaba en nuestros genes: el astro arrasado por la vanidad que brota de la ignorancia. Como decía Benedetto Croce, la única palabra que se puede escribir con las mismas letras de argentino, es ignorante.

Como Argentina, el astro del fútbol mostró la imposibilidad de manejar sus riquezas sin caer en la ostentación ni en la vulgaridad, ni el derroche, la mejor metáfora de un país que sin guerras ni desastres naturales cayó en la mendicidad. 

Como hijos pródigos culposos fuimos derrochando nuestra fortuna, pero en lugar de reconocer nuestros pecados proyectamos las culpas. Los responsables de nuestra decadencia siempre están afuera, son ajenos a nosotros. es el Fondo (que no aprende nunca y nos sigue prestando plata), o Estados Unidos, o los neoliberales, los capitalistas, o China, o Brasil o el Mercado Común Europeo.

Todos juntos o separados quieren someternos, aplastarnos, relegarnos. Cualquier cosa es buena para victimizarnos. ¿Nunca un mea culpa? Para muchos argentinos nunca hicimos nada malo. ¿Defaulteadores seriales? ¿Corrupción mayúscula? ¿Negocios turbios? No, nada, solo pecadillos.

LA CULPA AJENA

Lo peor del caso es que creemos tan firmemente en nuestra inocencia que le inculcaron a nuestros jóvenes el principio de la culpa ajena y los derechos propios, sin muchos deberes, ni preocuparse de dónde saldrán los fondos que banquen nuestros derechos.

La democracia, sin cultura, ni verdad, ni preparación, la democracia con odios, se convierte en la tiranía de las mayorías (o como decía Borges, "la dictadura de las estadísticas") tiene el peligro de caer en un populismo, donde todo se reduce a gratificar con instantaneidad el deseo de las mayorías (aunque dañe el futuro de las instituciones). La justificación para jerarquizar ese deseo necesita de una razón histórica y una guerra cultural o de clases, que instaura la dicotomía hegleliana de tesis y antítesis, aunque no sea necesaria una síntesis inmediata, porque en la discusión muchos dirigentes encuentran el camino para prolongar su poder.

El orden establecido es un mito burgués y el policía de la esquina es un represor. Los pilotos de Malvinas que asisten al Nacional Buenos Aires quieren adoctrinar, porque todo aquel que se aleje de su pensamiento hegemónico es un enemigo. Una entrevista se convierte en un interrogatorio. El periodista que no sea servil, es un gorila. Creen en la patria nac & pop, pero no tienen idea de cómo juntar un peso sino a través del método de Robín Hood. El exceso de democracia populista destruye la República.
Estos grupos progres proclaman la defensa de los derechos humanos, pero se olvidan el de la propiedad y la libertad, que también es un derecho inalienable, consagrado por nuestra Constitución y la República.
Creen en el asistencialismo y el distribucionismo, pero nadie les enseña a producir. Las vacas se crían solas y los yuyos crecen naturalmente, el acero y el cobre de sus computadoras brota como el agua de las canillas. Ahora prometen remedios gratis a los jubilados. ¿Cómo se pagarán? ¿De dónde saldrán la plata? ¡Ah! Los derechos son inalienables, responden impertérritos. El asistencialismo sin los medios que lo respalden, es el camino más corto a la pobreza estructural.

El Che y Fidel son héroes sin importar a quién mataron. Contemplan el éxito de Cuba y Venezuela, pero no se ruborizan ante la represión y los muertos del régimen. ¿Hay quienes asesinan con dignidad?
Se pensó que arreglando la economía se resolvería la guerra cultural en Argentina, y se relegó la discusión histórica en la que, evidentemente, el Presidente se siente incómodo, y aunque tiene gente capacitada para dar lucha, prefirió no confrontar. 

Al derrumbarse la economía, la batalla cultural también se deterioró. La gente tiende a poner todo en una bolsa. Si les va mal con los números también aceptará con más facilidad el relato del opositor.
Es incómodo cuando se vive de mitos toparse con la verdad. Es necesario reconocer que 12 años de mentiras han sembrado cizaña en el campo de la cultura, donde las pulsiones brotan salvajes. Bien saben desde los tiempos de Lenin y Bakunin, que es más fácil diseminar el odio que la moderación, el extremismo falaz a la racionalidad. Y este estado de cosas condena al país, más allá de las elecciones de este año.