La FED bajó las tasas. ¿Qué celebran?

La reducción de los tipos de interés americanos está muy lejos de ser una buena noticia, aunque a algunos les convenga circunstancialmente


En su última reunión la Reserva Federal bajó la tasa testigo medio punto. Algo descontado ya por los inversores que desde la corrección de la tasa de creación de empleo, (por el equivalente americano del INDEC, que se ve que nada tiene que envidiar al argentino)

La explicación es que ya parece estar controlada la inflación, dentro del rango de 2%. Cómo se sabe, la idea de la FED y del tesoro, oportunamente comunicada por la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, es llegar a una tasa de interés de 3% anual con una inflación ligeramente menor en el mismo rango. Es decir una tasa real de cero. 

En esa línea, ya se está dejando traslucir que en el resto del año se producirá otra baja, y dos más durante los primeros seis meses de 2025, un mecanismo algo alejado de los principios austríacos, y definitivamente de los criterios liberales, tanto el meter el dedo en las tasas utilizando la enorme deuda americana como ancla, como el anticipar los futuros movimientos al mercado.

La noticia, aunque esperada, fue recibida con gran alegría por Wall Street y los operadores financieros globales, y los medios argentinos también celebraron como si supieran de qué se trata. 

Estas afirmaciones requieren algo de contexto. Desde los comienzos de la década del 70, cuando Richard Nixon abjuró unilateral y arteramente de su compromiso de Breton Woods de mantener el dólar con un porcentual fijo de garantía de oro que permitiera que esa divisa fuera la referencia y garantía de estabilidad monetaria mundial, se supo que esa maniobra escondía el ardid de devaluar la moneda americana mediante su emisión discrecional. 

Así sucedió a lo largo del tiempo. Escondida por el hecho de que al ser el dólar la moneda de reserva universal, la desaforada emisión no afectaba su poder adquisitivo en toda su dimensión porque la divisa americana en buena parte se atesoraba o circulaba por el mundo, sin impactar de pleno en el mercado doméstico ni en el internacional por esa causa y porque no había otra unidad monetaria contra la qué comparar de igual fiabilidad, liquidez y respaldo. Pese a ello, hubo varias disparadas inflacionarias importantes, que fueron controladas gracias a la fortaleza moral de Paul Walker, en su momento presidente de la FED, y de Alan Greenspan en su primera etapa de independencia lo que no alcanzó, sin embargo, evitar una continua inflación en dólares desde la funesta defección de Nixon. 

TORMENTA DE INFLACION

La base monetaria, cuyo incremento, como se sabe y no se quiere saber, es el principal motor inflacionario, subió desde aquella traición de Nixon 90 veces, o sea el 9.000 por ciento, lo que supera ampliamente el crecimiento del PBI. Garantía de inflación. Sólo durante la pandemia, la base monetaria americana aumento de 6 a 9 trillones americanos de dólares, lo que milagrosamente repercutió sólo parcialmente en la alta inflación que movió a Jerome Powell y sus colegas a aumentar las tasas como modo de frenar la escalada. 

De ese monto, pese a lo prometido, apenas se han retirado de circulación un cuarto de trillón. Una tormenta de inflación en ciernes que está lejos de haberse disipado. La baja de tasas es un lance peligrosísimo. 

EEUU ya había recurrido a la emisión generosa en oportunidad de la estafa del  fondo LTCM que quebrara en 1999-2000, donde nadie fue preso, obviamente, y en la crisis de los subprime de 2008, donde tampoco fueron presos sus responsables, obviamente. 

Como parte de esa sistemática pérdida de poder adquisitivo, que no se reflejó en devaluación porque sus socios comerciales incurrieron en las mismas trapisondas, Estados Unidos adoptó como política de fondo impedir que el Renminbí o Yuan pudiera ganar un lugar como moneda de transacción internacional, porque de haberlo alcanzado se corría el riesgo de poner en evidencia la debilidad real del dólar. 

Si a eso se une su deuda, que equivale aproximadamente a su PBI, se completa el cuadro de una situación bastante precaria del sistema, a lo que se debe sumar el superendeudamiento de buena parte de sus empresas y emprendimientos, los bonus desaforados que crean más deuda al producirse la autocompra de acciones, y las burbujas latentes que no han estallado porque nadie quiere que estallen, entre ellas las de muchos fondos de riesgo y aún de inversión. 

Cuando la Reserva de Powell comenzó su rally de suba de tasas, produjo el malhumor de los operadores y especuladores de Wall Street, que siempre prefieren no tener la competencia de los Treasury Bonds y Treasury Bills, ya que una tasa de interés alta les quita clientes, les encarece el endeudamiento empresario, baja las utilidades, les quita clientes que ante una ganancia razonable segura prefieren no tomar el riesgo de acciones que ya no pagan dividendos sino que se valorizan con un hipotético aumento del valor de las empresas, concepto que también habría que discutirlo. 

Pero hay un hecho más grave. Tanto en los aspectos prácticos como teóricos. La tasa de interés de referencia o de mercado, si se puede llamar así, es también la que se usa desde siempre como un gálibo, un punto de referencia por debajo del cual no tiene sentido tomar el riesgo empresario y tiene más sentido ganar lo mismo con una inversión pasiva. 

Puesto en otros términos, esa tasa es el valor contra el que se comparan las inversiones, los proyectos, la rentabilidad de los negocios. La tasa interna de retorno de cualquier proyecto se compara con esa tasa de interés y se descarta la operación o inversión si ella es menor a la tasa del mercado. A menor tasa, menor exigencia en la evaluación, menor calidad de los proyectos, más riesgos de un fiasco. Ese concepto es mucho más grave cuando la tasa baja artificialmente. Los proyectos tenderán a ser de bajísima calidad y rendimiento. 

Por eso las bolsas celebran como un gol del triunfo la baja de tasas, porque aumenta el negocio, las operaciones y las ganancias y disminuye las opciones alternativas. No por ninguna razón seria ni técnica. Al contrario, el inversor amateur debería estar preocupado por ver dónde arriesga su dinero, que tiene muchas menos posibilidades de ser rentable o seguro cuando las decisiones se toman durante los períodos de tasas bajas. 

A su vez la FED tiene problemáticas adicionales. Originalmente su tarea consistía exclusivamente en la defensa del poder adquisitivo de la moneda. Una modificación demagógica de 1977 alteró esa misión. Ahora su primera misión es mantener o mejorar el nivel de empleo (pretensión keynesiana que haría hacer arcadas a Hayek) y su segunda misión, en ese orden, es preservar el poder adquisitivo de la moneda. 

Y esto plantea una suerte de contrasentido. Porque en muchos puntos ambos objetivos, son contrapustos. La Reserva aplica más principios keynesianos en lo que hace a la preservación de los niveles de empleo. Se aferra a las supuestas enseñanzas de la llamada Curva de Philips, o más bien a una traspolación de sus conclusiones. La Curva, basada en mediciones muy dudosas de su tiempo, sostenía que el crecimiento del empleo producía alguna inflación, en apretado resumen. Ese criterio fue extrapolado por el keynesianismo que invirtió la causalidad: “Si el aumento de empleo produce inflación, entonces la inflación aumenta el empleo”.  Es la grosera síntesis del concepto. Por eso ahora el organismo dice que “afloja” la tasa de interés para defender el empleo. Lo que quiere decir, “un poquito de inflación no es tan mala”. 

Lo que se debe recordar, es que la inflación no suele retroceder. Como los procesos de deflación son intolerables por los pueblos y los políticos, (criterio entendible pero no necesariamente válido) cuando se produce un proceso inflacionario sus efectos duran para siempre. Aunque luego se vuelva a inflación cero o tolerable lo que se perdió no se recupera. Justamente por eso cuando se baja la tasa se debe estar muy seguro de lo que se hace, porque si se produce una inflación como consecuencia de esa medida, sus efectos no se recuperan más. La depreciación en términos del poder adquisitivo del dólar a nivel mundial desde 1970 a hoy lo testifica. Se llama licuación. 

Por otra parte, no es cierto que la inflación poca o mucha genere más empleo. La evidencia empírica demuestra que se produce un cierto incremento de empleo y consumo en una breve etapa cuando recién comienza la emisión/inflación. Pero luego los efectos nocivos cancelan ese efecto y lo tornan fuertemente negativo a cualquier nivel inflacionario.  

Es cierto que la FED, que de independiente no tiene tanto como se sostiene, depende del Congreso, que tiene ideas mucho más estúpidas de su misión actual y futura, del Ejecutivo, de los Bancos, a quienes supuestamente controla pero cuyos intereses defiende, de los grandes operadores financieros, del mercado de hipotecas y todos sus protagonistas, tema clave en Estados Unidos. Y de la política. 

La amenaza de una licuación pende desde hace medio siglo sobre el sistema financiero americano y consecuentemente mundial. La deuda estatal, empresaria y de las familias es impagable. Los negocios y el valor de las empresas se han inflado con todo tipo de trucos y artilugios. El abandono del pago de dividendos es un síntoma peligrosísimo. Toda la agenda 2030 se basa en la destrucción del capitalismo. Y la mejor manera de destruir al capitalismo es desvalorizar el capital y el ahorro. Pese a todas sus imperfecciones y fallas, la FED es acaso el último baluarte. 

En el actual contexto político y económico mundial, un repunte de la inflación americana, aunque no sea instantáneo pero sí en cuotas, puede ser el golpe de gracia que Francisco y todo el neomarxismo woke predican y esperan. 

No es fácil comprender por qué celebran esta baja de tasas. Es una devaluación global inevitable.