Opinión
La Ciudad no es una sucursal: autonomía o sumisión política
Por Jorge Giorno *
En un momento en que la política tiende cada vez más a reducirse a una serie de eslóganes de marketing o a la administración técnica de lo existente, resulta crucial recuperar el sentido profundo de la representación política y del gobierno como acto de voluntad y proyecto colectivo. La Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires no es una oficina contable ni una escribanía, es —o debe ser— el órgano vital donde se define el rumbo político, económico y social de una de las metrópolis más dinámicas de América Latina. En este contexto, es urgente fortalecerla con diputados y diputadas que estén comprometidos con los principios de respeto a la autonomía y autodeterminación política y económica del centro urbano. Porque nuestra ciudad no puede ser subsidiaria ni rehén de intereses nacionales, ni tampoco puede resignarse a una visión minimalista de su futuro.
Hoy se presentan al electorado porteño cuatro opciones claras, aunque no todas ellas comprendan la importancia estratégica de este debate. Por un lado, están quienes responden directamente al gobierno nacional actual, plegándose sin matices a una lógica de concentración de poder que desprecia el federalismo, la diversidad y la especificidad de los territorios. Luego están los representantes del kirchnerismo, quienes a lo largo del tiempo han sostenido una visión centralista de la política, subordinando las necesidades locales a un relato uniforme que termina anulando cualquier singularidad. Por otra parte, aparece una propuesta que se presenta como aséptica y moderna, basada exclusivamente en la buena gestión, como si gobernar se tratara solamente de garantizar servicios, tapar baches o hacer balances equilibrados. Pero también estamos quienes pensamos más allá: quienes entendemos que la Ciudad necesita recuperar su capacidad de fijar políticas propias, con una visión de largo plazo y una decisión firme de no subordinar su rumbo ni al fundamentalismo libertario devenido en populismo de derecha, ni al populismo recubierto de retórica progresista que ya conocemos.
Porque la política no es, como advertía Max Weber, solamente la administración de lo cotidiano, sino la posibilidad de encarnar una vocación de futuro, de proyectar el destino común con voluntad ética y racionalidad. Limitar al gobierno a la función de un simple administrador de expensas comunes no solo empobrece el debate democrático, sino que desnaturaliza la esencia misma del acto de gobernar. Gobernar no es solo ejecutar, es decidir; y decidir implica tener una visión, una idea de ciudad, una interpretación del presente y un horizonte deseable que guíe nuestras acciones. Hannah Arendt, en su reivindicación de la acción política como espacio de libertad, nos recuerda que solo a través del ejercicio pleno de lo político una comunidad puede afirmar su identidad y proyectarse como sujeto autónomo.
Buenos Aires merece una Legislatura que no se limite a convalidar lo que se define en otras esferas de poder. Necesita una representación que asuma la defensa de su autonomía como un acto político fundamental. La autonomía no es solo una cuestión jurídica o institucional: es la posibilidad de construir políticas públicas que respondan a las necesidades específicas de quienes habitan esta ciudad. Es poder discutir y decidir sobre nuestros recursos, sobre nuestras prioridades en educación, salud, desarrollo urbano, transporte y cultura, sin estar atados a agendas ajenas.
Frente a la tentación de convertir al Estado en un mero gestor de servicios, es imperativo recuperar la idea de gobierno como ejercicio de responsabilidad política. Aristóteles ya distinguía entre el oikonomos, el administrador del hogar, y el politikos, el que gobierna la ciudad. Confundir ambas figuras es despojar a la política de su potencia transformadora, es reducirla a una contabilidad sin alma. Por eso es fundamental que la ciudadanía sepa distinguir entre quienes solo ofrecen administración y quienes están dispuestos a asumir el desafío de construir una ciudad con voz propia, con políticas propias y con un proyecto de futuro que no dependa de vaivenes nacionales ni de modas ideológicas.
La Ciudad de Buenos Aires tiene una historia, una identidad y una densidad institucional que no pueden ser subsumidas ni en la lógica del sometimiento al poder central ni en la reducción tecnocrática de la gestión. Requiere de legisladores que comprendan esa complejidad, que no teman pensar políticamente, que se animen a plantear un rumbo autónomo. Solo así podremos evitar que el gobierno local se convierta en una gerencia sin ideas o en una sucursal de intereses nacionales, y empezar a construir un futuro donde la política vuelva a ser el arte de lo posible y no la administración resignada de lo inevitable.
* Exdiputado en la legislatura de la Ciudad en dos oportunidades. Actualmente preside el Partido de las Ciudades en Acción y es candidato a diputado por la alianza Buenos Aires Primero – PRO.
En un momento en que la política tiende cada vez más a reducirse a una serie de eslóganes de marketing o a la administración técnica de lo existente, resulta crucial recuperar el sentido profundo de la representación política y del gobierno como acto de voluntad y proyecto colectivo. La Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires no es una oficina contable ni una escribanía, es —o debe ser— el órgano vital donde se define el rumbo político, económico y social de una de las metrópolis más dinámicas de América Latina. En este contexto, es urgente fortalecerla con diputados y diputadas que estén comprometidos con los principios de respeto a la autonomía y autodeterminación política y económica del centro urbano. Porque nuestra ciudad no puede ser subsidiaria ni rehén de intereses nacionales, ni tampoco puede resignarse a una visión minimalista de su futuro.
Hoy se presentan al electorado porteño cuatro opciones claras, aunque no todas ellas comprendan la importancia estratégica de este debate. Por un lado, están quienes responden directamente al gobierno nacional actual, plegándose sin matices a una lógica de concentración de poder que desprecia el federalismo, la diversidad y la especificidad de los territorios. Luego están los representantes del kirchnerismo, quienes a lo largo del tiempo han sostenido una visión centralista de la política, subordinando las necesidades locales a un relato uniforme que termina anulando cualquier singularidad. Por otra parte, aparece una propuesta que se presenta como aséptica y moderna, basada exclusivamente en la buena gestión, como si gobernar se tratara solamente de garantizar servicios, tapar baches o hacer balances equilibrados. Pero también estamos quienes pensamos más allá: quienes entendemos que la Ciudad necesita recuperar su capacidad de fijar políticas propias, con una visión de largo plazo y una decisión firme de no subordinar su rumbo ni al fundamentalismo libertario devenido en populismo de derecha, ni al populismo recubierto de retórica progresista que ya conocemos.
Porque la política no es, como advertía Max Weber, solamente la administración de lo cotidiano, sino la posibilidad de encarnar una vocación de futuro, de proyectar el destino común con voluntad ética y racionalidad. Limitar al gobierno a la función de un simple administrador de expensas comunes no solo empobrece el debate democrático, sino que desnaturaliza la esencia misma del acto de gobernar. Gobernar no es solo ejecutar, es decidir; y decidir implica tener una visión, una idea de ciudad, una interpretación del presente y un horizonte deseable que guíe nuestras acciones. Hannah Arendt, en su reivindicación de la acción política como espacio de libertad, nos recuerda que solo a través del ejercicio pleno de lo político una comunidad puede afirmar su identidad y proyectarse como sujeto autónomo.
Buenos Aires merece una Legislatura que no se limite a convalidar lo que se define en otras esferas de poder. Necesita una representación que asuma la defensa de su autonomía como un acto político fundamental. La autonomía no es solo una cuestión jurídica o institucional: es la posibilidad de construir políticas públicas que respondan a las necesidades específicas de quienes habitan esta ciudad. Es poder discutir y decidir sobre nuestros recursos, sobre nuestras prioridades en educación, salud, desarrollo urbano, transporte y cultura, sin estar atados a agendas ajenas.
Frente a la tentación de convertir al Estado en un mero gestor de servicios, es imperativo recuperar la idea de gobierno como ejercicio de responsabilidad política. Aristóteles ya distinguía entre el oikonomos, el administrador del hogar, y el politikos, el que gobierna la ciudad. Confundir ambas figuras es despojar a la política de su potencia transformadora, es reducirla a una contabilidad sin alma. Por eso es fundamental que la ciudadanía sepa distinguir entre quienes solo ofrecen administración y quienes están dispuestos a asumir el desafío de construir una ciudad con voz propia, con políticas propias y con un proyecto de futuro que no dependa de vaivenes nacionales ni de modas ideológicas.
La Ciudad de Buenos Aires tiene una historia, una identidad y una densidad institucional que no pueden ser subsumidas ni en la lógica del sometimiento al poder central ni en la reducción tecnocrática de la gestión. Requiere de legisladores que comprendan esa complejidad, que no teman pensar políticamente, que se animen a plantear un rumbo autónomo. Solo así podremos evitar que el gobierno local se convierta en una gerencia sin ideas o en una sucursal de intereses nacionales, y empezar a construir un futuro donde la política vuelva a ser el arte de lo posible y no la administración resignada de lo inevitable.
* Exdiputado en la legislatura de la Ciudad en dos oportunidades. Actualmente preside el Partido de las Ciudades en Acción y es candidato a diputado por la alianza Buenos Aires Primero – PRO.