‘La Bayadera’, en una despedida de año y de gestión en el Colón
Por el Ballet Estable de la casa.
‘La Bayadera'. Ballet en tres actos basado en textos del poeta indio Kālidāsa. Libro: Serguei Judekov, Marius Petipa. Música: Ludwig Minkus. Dirección musical: Manuel Coves. Coreografía: Mario Galizzi, basada en los originales de M, Petipa. Escenografía: Verónica Cámara. Vestuario: Valeria Montagna. Diseño de iluminación: Rubén Conde. Por: Ballet Estable del Teatro Colón (dirección: M. Galizzi), Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. En el teatro Colón, Domingo 29, última función.
La temporada de ballet del Teatro Colón se despide con la presentación de un cuento de hadas ‘La Bayadera’ y con ella, Mario Galizzi, después de estar al frente de uno de los más prestigiosos cuerpos estables del Teatro durante dos fructíferos años.
‘La Bayadera’ es una maravillosa fantasía (su acto más famoso es una alucinación inducida por drogas); una obra que nunca tuvo la intención de retratar la vida real tal como es, o como alguna vez fue, sino más bien mostrar la vida interior, la psicología de personajes construidos en los contornos de un rico trasfondo dramático. De hecho, el cuento se desliza en un mundo donde los decorados, creados por Verónica Cámara, logran cautivar por su sencillez, verosimilitud y belleza, sólo comparables con el vestuario colorido y sensual exquisitamente -primero y segundo acto- creado por Valeria Montagna y respaldado por la iluminación impecable de Rubén Conde.
Esta conjunción armónica posibilita el disfrute de una de las grandes obras del siglo XIX. Creada originalmente para el Ballet Imperial en San Petersburgo, cuenta la desafortunada historia de amor entre una bailarina de templos, Nikiya, y un joven guerrero, Solor (encarnados por Rocío Agüero y Juan Pablo Ledo en la función a la que asistió este cronista). La pareja actuó con una naturalidad, frescura y hasta inocencia. Transmitieron la felicidad de los enamorados. Se prodigaban un afecto tan ideal que, aunque no se supiera el desenlace final, hacía intuir lo peor. No se puede ser tan feliz en esta tierra…
DESTAQUES
La encantadora Rocío Agüero demostró ser una actriz-bailarina consumada, interpretó una Nikiya flexible, moldeándose en el cuerpo de Solor, por ejemplo en el pas de deux del primer acto. Más allá de los giros ejecutados como si no fueran nada, sobresalió la naturalidad de su actuación, la forma en que presentó los pies hacia adelante, pisando siempre con la pierna completamente extendida y la extensión total de sus palmas en cada posición, que nos recordó que ser bailarina es una forma de arte viva.
Juan Pablo Ledo compuso un Solor conmovedor, sus cabrioles dobles se extendieron hasta formar un arabesco volador y su dominio técnico dio a sus variaciones solistas todo lo que necesitaban. Fue excepcional solo y en los pasajes de asociación donde generó fortaleza y seguridad demostrados en los grandes ascensos. Un compañero especialmente fuerte para Nikiya: levantándola por encima de su cabeza, por momentos parecía un cisne o a una diosa dibujada en un friso de pared.
La Gamzatti de Beatriz Boos fue técnicamente muy precisa. Estaba tan involucrada en su papel que sus dobles fouettés y sus limpias triples piruetas fueron meros actos secundarios. Su tristeza por la situación (casarse con un hombre que no la quería, su ira hacia su padre por forzar esta situación) transmitida, sorprendentemente, en una sola mirada hacia él, y su miserable confusión.
A la muy buena actuación de los principales bailarines se sumó el brillante desempeño del cuerpo de ballet de 36 mujeres, o "sombras", que bailan en la célebre secuencia de sueño que abre el acto final. Vestidas de blanco y moviéndose al unísono, las bailarinas descendieron por una rampa en una larga y lenta serie de curvas hacia atrás, que terminaban en profundos arabescos. Cada movimiento fue deliberado, cada inclinación de la cabeza y levantamiento de piernas estuvo perfectamente sincronizado.
Los roles de los personajes ayudaron a avanzar en la historia: Marcone Fonseca como un inquietante Gran Brahmán; Igor Gopkalo como el imperioso Rajá; Juan Luis Fernández, el faquir enloquecido, sirviente de Solor; y como Ídolo de oro, Yosmer Carreño. Las tres solistas de la escena blanca -Stephanie Kessel, Milagros Niveyro y Laura Domingo- fueron maravillas de la precisión técnica clásica.
‘La Bayadera’ forma parte de esa preciosa colección de ballets “anticuados”, que a lo largo de ciento sesenta minutos nos brinda la posibilidad de descubrir la esencia de lo clásico donde los sentimientos universales de dolor, alegría, amor, esperanza y desesperación son contemporáneos.
Calificación: Muy bueno