Páginas de la historia

José Hernández

"Los grandes libros sobrepasaron a sus autores."

Un 10 de noviembre de 1834 -por eso se celebra en esa fecha "El Día de la Tradición"- nacía en San Martín, Buenos Aires, José Hernández, que a los 38 años daría a luz, en una primera parte, el poema máximo de la argentinidad: el "Martín Fierro". Siete años después, escribiría la segunda parte de su obra: "La Vuelta de Martín Fierro".

Si este libro pudo traspasar la barrera del tiempo y las fronteras de la patria, no lo logró por su pintoresquismo, ni por sus aventuras, ni siquiera por la calidad de sus versos, en ocasiones no muy pulidos. Tampoco por lo que tiene de folklórico que lo hace más argentino. Todo gran arte, aunque aluda al folklore local, va más allá, penetrando en una región más profunda y abarcativa.

Si el "Martín Fierro" tiene valor universal (¡y lo tiene!), es porque Hernández no se quedó en el mero gauchismo. Porque en las angustias y contradicciones del protagonista, en sus generosidades y mezquindades, en sus soledades y sus esperanzas, encarnó características universales del hombre.

En el "Martín Fierro" reposa, pulida por el tiempo, la esencia misma del alma de nuestra tierra, de cuya vibración, en íntima comunión de hombres y paisajes, surgen sus cadenciosos versos octosílabos.
La vida de nuestros campos en los días de la organización nacional, los plasma en ese libro, el más hondo y perdurable de nuestra literatura.

Sus sentencias -muchas son verdaderos aforismos- definen exactamente la filosofía que anida en lo popular. Sus personajes reflejan cabalmente la humilde y accidentada peregrinación de nuestros gauchos al vaivén del destino.
El sentir de nuestros paisanos, surge en la persona del protagonista, Martín Fierro, pobre y humilde con los pobres y los humildes, pero fiero y peleador con los prepotentes y arbitrarios.
Este libro traspuso ya la inmortalidad para ser -como diría- una especie de Biblia pagana donde los hombres de nuestra tierra se inspiran.

La infancia de José Hernández, transcurrió en el campo. A los 6 años, con su hermanita mayor lo trasladaron a la quinta de su abuelo. A los 9, la muerte de la madre y una enfermedad, lo obligó a trasladarse al campo y a dedicarse, dejando sus estudios, a las tareas rurales. Allí trabajó a la par de los peones, vivía entre ellos, andaba a caballo, escuchaba sus relatos. Combatió contra los indios, y además, tocaba la guitarra y cantaba. Vivía la vida del gaucho, que él habría de inmortalizar más tarde en sus poemas.

Hernández trabajaba, ya tenía 25 años, como Tenedor de Libros. Luego se enroló en la milicia, para pelear por sus ideas. Ya adulto, lo atrajo el periodismo y de allí pasó a la política. En 1871 -ya teniendo cuatro hijos y 37 años- Buenos Aires soportaba una terrible epidemia de fiebre amarilla. Hernández sólo pudo regresar al año siguiente, en 1872.

Se alojó en el hotel El Argentino, en la esquina de 25 de Mayo y Rivadavia, cerca del bajo porteño. Y ahí escribió su "Martín Fierro".

Lo eligieron, tiempo después, diputado a la Legislatura de Buenos Aires, junto con Alem e Yrigoyen. Tenía 45 años. Tres años más tarde, en 1882, fue elegido senador. Pero su salud flaqueaba, pues sufría de una afección al corazón.

Y el "Diario de Buenos Aires", publicó un 22 de octubre de 1886 esta información: "La enfermedad que ha terminado con la vida de José Hernández, es la miocarditis al corazón. En sus últimos momentos conservó su entereza varonil de siempre". Sintiendo próximo su fin, llamó a su hermano Rafael diciéndole: "¡hermano, esto está concluido!". Un minuto después fallecía. José Hernández tenía solamente 52 años al morir.

Quizá su espíritu lo hizo poeta, pero su corazón -ese corazón que se gastó tempranamente- lo impulsó. 
 Han pasado más de 130 años desde la muerte de José Hernández. Pero el Martín Fierro sigue vivo, fresco, vital. Su permanencia superando al tiempo, trajo a mi pluma este aforismo: "Tiempo cruel, que destruyendo a los poetas, hace eternos... sus poemas".