En 1906 comenzó la construcción del Hotel de Inmigrantes. A menudo se olvida, que estos hicieron un enorme aporte a nuestra patria. La enriquecieron con el talento de muchos, el tesón de otros y el cariño a esta nueva patria que los recibió con los brazos abiertos.
Desde 1880 hasta 1930 llegaron masivamente a nuestro país, especialmente italianos y españoles. Claro que este ciclo no fue lineal, sino que varió de acuerdo a los cimbronazos económicos u otras vicisitudes de sus respectivas patrias.
Si comparamos con otros países receptores, el proceso fue muy exitoso en la Argentina porque el 50 por ciento se instaló en forma definitiva, alentado por una creciente movilidad social y mejoras en nuestro nivel de vida.
A menudo las sociedades suelen ser prejuiciosas con los “nuevos”, a quienes responsabilizan de los peligros y amenazas que las acechan.
Nuestra sociedad no fue una excepción, pero estos “racismos” se vieron atenuados por políticas de “argentinización” del Estado tales como la Ley de Educación Común de 1884.
También hubo medidas represivas, como las leyes de Residencia por ejemplo. Los extranjeros, al igual que la mayoría de la población, estaban excluidos del sistema político formal; pero las comunidades se organizaron tempranamente en sociedades de socorros mutuos y otras instituciones que como tales fijaron su posición y muchas veces fueron escuchadas sus sugerencias, en los asuntos importantes del país.
La historia argentina y la construcción de su identidad no pueden comprenderse sin el aporte de italianos, españoles, judíos, galeses, sirio-libaneses y muchos otros, hacedores de nuestra idiosincrasia nacional.
Para fines del siglo XIX, el fenómeno de la inmigración había crecido tanto, que el Estado argentino, tuvo la necesidad de crear un organismo que permitiera controlar el arribo y la distribución de las continuas muchedumbres que llegaban al Puerto de Buenos Aires, procedentes de distintos puntos de Europa. Con ese propósito nació el Hotel de Inmigrantes cuyas funciones abarcaban lo administrativo, lo económico y lo social.
Se decidió construir –proyecto de 1890- un hotel en la Dársena Norte, en un terreno completamente aislado que pertenecía al denominado Ministerio de Marina.
En el muelle norte se instaló inicialmente un desembarcadero (actual Apostadero Naval Buenos Aires) donde se ubicaron la aduana, la prefectura, y las salas de espera y revisión de equipajes.
FARO DE LUZ
El presidente Roque Sáenz Peña inauguró el hotel un 26 de enero de 1911. En la planta baja estaban la cocina y un comedor, donde podían comer hasta mil personas en mesas de mármol de Carrara.
Los recién llegados, cuyo plazo de permanencia no podía exceder de cinco días, en ese lapso se les posibilitaba concurrir a las conferencias que se dictaban diariamente sobre historia, geografía y legislación. A los hombres les enseñaban los rudimentos de trabajos agrícolas y a las mujeres se las instruía en labores domésticas.
En las plantas superiores del hotel se encontraban las habitaciones. Cada uno de los tres pisos contaba con cuatro dormitorios, a los que se les sumaban salas de descanso y servicios sanitarios.
Sin duda, se trató de una gran mejora, si se lo comparaba con el Hotel de la Rotonda, anterior hospedaje reservado para los inmigrantes que funcionó entre 1888 y 1911 durante 23 años.
Actualmente el Hotel ya no existe como tal. El Apostadero Naval Buenos Aires y el viejo Hotel de Inmigrantes fueron declarados Monumentos Históricos Nacionales. En el Hotel, funcionan actualmente la Dirección Nacional de Migraciones y el Museo Nacional de la Inmigración.
Resumiendo, el Hotel de Inmigrantes, fue una especie de faro de luz, que iluminó la oscuridad de los rostros y el corazón de hombres que habían dejado sus patrias. Y sirvió para atenuar esas cicatrices.
Porque las heridas físicas lastiman, pero las espirituales desgarran. Y un aforismo final para esos seres desarraigados: “De la soledad no se huye. Porque… se lleva…”.
Desde 1880 hasta 1930 llegaron masivamente a nuestro país, especialmente italianos y españoles. Claro que este ciclo no fue lineal, sino que varió de acuerdo a los cimbronazos económicos u otras vicisitudes de sus respectivas patrias.
Si comparamos con otros países receptores, el proceso fue muy exitoso en la Argentina porque el 50 por ciento se instaló en forma definitiva, alentado por una creciente movilidad social y mejoras en nuestro nivel de vida.
A menudo las sociedades suelen ser prejuiciosas con los “nuevos”, a quienes responsabilizan de los peligros y amenazas que las acechan.
Nuestra sociedad no fue una excepción, pero estos “racismos” se vieron atenuados por políticas de “argentinización” del Estado tales como la Ley de Educación Común de 1884.
También hubo medidas represivas, como las leyes de Residencia por ejemplo. Los extranjeros, al igual que la mayoría de la población, estaban excluidos del sistema político formal; pero las comunidades se organizaron tempranamente en sociedades de socorros mutuos y otras instituciones que como tales fijaron su posición y muchas veces fueron escuchadas sus sugerencias, en los asuntos importantes del país.
La historia argentina y la construcción de su identidad no pueden comprenderse sin el aporte de italianos, españoles, judíos, galeses, sirio-libaneses y muchos otros, hacedores de nuestra idiosincrasia nacional.
Para fines del siglo XIX, el fenómeno de la inmigración había crecido tanto, que el Estado argentino, tuvo la necesidad de crear un organismo que permitiera controlar el arribo y la distribución de las continuas muchedumbres que llegaban al Puerto de Buenos Aires, procedentes de distintos puntos de Europa. Con ese propósito nació el Hotel de Inmigrantes cuyas funciones abarcaban lo administrativo, lo económico y lo social.
Se decidió construir –proyecto de 1890- un hotel en la Dársena Norte, en un terreno completamente aislado que pertenecía al denominado Ministerio de Marina.
En el muelle norte se instaló inicialmente un desembarcadero (actual Apostadero Naval Buenos Aires) donde se ubicaron la aduana, la prefectura, y las salas de espera y revisión de equipajes.
FARO DE LUZ
El presidente Roque Sáenz Peña inauguró el hotel un 26 de enero de 1911. En la planta baja estaban la cocina y un comedor, donde podían comer hasta mil personas en mesas de mármol de Carrara.
Los recién llegados, cuyo plazo de permanencia no podía exceder de cinco días, en ese lapso se les posibilitaba concurrir a las conferencias que se dictaban diariamente sobre historia, geografía y legislación. A los hombres les enseñaban los rudimentos de trabajos agrícolas y a las mujeres se las instruía en labores domésticas.
En las plantas superiores del hotel se encontraban las habitaciones. Cada uno de los tres pisos contaba con cuatro dormitorios, a los que se les sumaban salas de descanso y servicios sanitarios.
Sin duda, se trató de una gran mejora, si se lo comparaba con el Hotel de la Rotonda, anterior hospedaje reservado para los inmigrantes que funcionó entre 1888 y 1911 durante 23 años.
Actualmente el Hotel ya no existe como tal. El Apostadero Naval Buenos Aires y el viejo Hotel de Inmigrantes fueron declarados Monumentos Históricos Nacionales. En el Hotel, funcionan actualmente la Dirección Nacional de Migraciones y el Museo Nacional de la Inmigración.
Resumiendo, el Hotel de Inmigrantes, fue una especie de faro de luz, que iluminó la oscuridad de los rostros y el corazón de hombres que habían dejado sus patrias. Y sirvió para atenuar esas cicatrices.
Porque las heridas físicas lastiman, pero las espirituales desgarran. Y un aforismo final para esos seres desarraigados: “De la soledad no se huye. Porque… se lleva…”.