Había una vez…un jote navideño

-¿Quieren que les cuente una historia de animales?
- ¡Dale, abuelo! - dijeron, pero en seguida me tiraron con un zoológico. Tenía que tener de todo… ¡hasta dinosaurios! Entiendo que estén de moda, que sean simpáticos y bonachones, pero eso se me escapa, así que puse un límite impopular. Uno debe hablar de lo que conoce.
- Resulta que estaba llegando la Navidad a Traslasierra, el corazón de Córdoba. Y en un lugar bastante aislado, la sierra de Pocho, se juntó todo el bicharraje de la zona. Los convocó el jote Julián, un personaje de aspecto bastante siniestro, cabeza colorada para más. El tipo era carroñero, sí, pero tranquilo, generoso. Volaba alto mirando, planeando y pensando. La gente no lo quería. Él se daba cuenta, pero no era un resentido.
Desde la última Navidad le daba vueltas una idea. Había visto desde arriba cómo se iba juntando gente en un rancho desde temprano. Cuando se acercó un poco olió un perfume delicioso y vio que estaban haciendo un asado espectacular. ¡Había de todo! Y aunque él sólo podía aspirar a las sobras, se le hubiese hecho la boca de agua sino hubiese sido que tenía pico.
Navidad es tiempo de pensar, y él recordó a sus amigos: a Tronquito, el viejo puma rengo con quien tanto conversaba; a sus hijos, “los coloraos del Pocho”; a sus primos de cabeza negra: Croco y Crico; a Cacho y Ana, la pareja de cóndores que a veces se acercaba. ¡Hasta en los zorros, que mucho no le simpatizaban! Sin embargo, también pensó en ellos. Porque en la fiesta vio que los hombres habían invitado a todos, incluso a Mingo, ese viejo amargo que apenas lo veía le tiraba piedras con su honda. Digan que era tan malo que nunca le pegaba a nada.
“¡Tenemos que hacer algo así nosotros también!” -pensó parándose en la rama de un árbol para estudiar todo con atención-. Lo que más le gustó fue que al atardecer se juntaron frente a un fogón a cantar. Sobresalía una viejita muy animosa a la que llamaban Doña Jovita. Parecía enamorada del Niño Dios al que festejaban. La gente se reía escuchándola. Y también lloraba. A su lado como marcando el compás estaba un viejo amigo: un gallo. Olegario lo llamaban. Y le daban cositas para comer: higos secos, nueces… ¡La pasaba bien! Alguna vez se animó a cantar, pero desentonaba.
Así fue que JJ (el Jote Julián), empezó a proyectar una gran fiesta. ¡O acaso ellos no eran también creaturas de Dios! Ahí fue cuando los llamó y les empezó a contar la idea. El lugar sería la cumbre del “volcán Poca”. Le llovieron “peros”. A todos les tenía respuestas. Que “estaba demasiado alto y los más chicos no iban a poder llegar”, le dijeron las mulitas. “Para ustedes pensamos en un sistema de transporte aéreo gracias a los cóndores”, les contestó. ¡Que les daba miedo las alturas! “Volarán siempre bajito… Que allá arriba no había agua ni comida”, le dijeron las vizcachas. “¡No se hagan las vizcachonas!”, las paró en seco. Se iba enojando JJ… ¡Todos tenían algo para decir…! “El que quiera venir que venga y el que no, que se jorobe”, dijo por fin. Y se echó a volar. “Al final, nada les viene bien… ¡Por qué no se van todos a…!”.
- Abuelo… - me retaron antes de terminar. Por suerte, porque eso lo estaba inventando yo; JJ era un jote elegante y no decía malas palabras.
Se quedó protestando ya sin ganas de organizar nada… Nos pasa a menudo: queremos hacer el bien y aparecen obstáculos y “obstaculizadores” que desaniman. Se fue a desahogar con Olegario, ¿se acuerdan quién es? - ¡El gallo!
- Exacto. Le contó su plan y cómo liquidaron su entusiasmo. Enojado, su cabeza parecía de fuego… El gallo conocía bien a la gente y a los animales, así que lo calmó: “¿Me da un tiempito para charlarlo con la doña?”. Cuando Olegario le contó a Doña Jovita la idea de JJ, ella se puso a aplaudir y cantaba una vieja melodía que decía: “Criaturas todas del Señor, bendigan al Señor…” y cosas parecidas. Necesitaría charlar con JJ.
Y así llegó el encuentro. La viejita ya había pensado en todo, pero como buena mujer le hizo creer a JJ que eran ideas suyas. Lo de la cumbre era lindísimo, pero poco práctico. La fiesta sería el 25 en su rancho. Eso le aseguraba comida abundante: la noche anterior ella iría apartando bocados especiales para cada uno.
Cuando llegó “El día” hubo un gran “jolgorio.” Y más, cuando Jovita ayudó a Olegario a repartir los regalos. El pobre gallo, sin manos, poco podía hacer… Todos tuvieron lo suyo. Del que más me acuerdo es de Tronquito recibiendo una “pata’e chancho”. Hacía tanto que no comía abundante…
Pero lo principal fue cuando apareció “el Niño”… La viejita cantaba: “Oh Niñito Jesús, nuestro Dios, / esta zamba te traigo, Señor. / La tristeza no encuentra lugar/ cuando es la Navidad…”
Vieran como todos se empujaban metiendo el hocico para oír y ver mejor. Ahí los pájaros tenían ventaja. Pero se acomodaron y escucharon cantar a la viejita ese su villancico más lindo. A mí me hizo pensar cuando cantó: “Navidad es un sueño capaz de cambiar lo que está y llevarnos con una emoción a buscar la Verdad.” Renovados salieron todos… ¿Se pueden imaginan cómo estaban de contentos?
- ¡No! – dijo terminante mi nieta mayor.
- ¿Quién no iba a estar contento contemplando el nacimiento del Niño Dios? – pregunté sorprendido.
- El chancho que perdió su pata…